Todavía pasamos por aquí, por las vías del tren, y vemos la vieja estación sin saber bien a donde nos dirigimos. En los caserones habitaba gente, ex ferrocarrileros viejos. No se sabe qué sería de ellos.
Mucha gente que se acerca a curiosear y añorar aquellos tiempos, pregunta el porqué del olvido de esta histórica construcción.
Los señalamientos siguen siendo importantes, pero ante los cruces del tren y los vehículos no hay brazos que detengan a los automovilistas en los cruceros. Ya si no el alto obligatorio. El tren difícilmente detiene su paso, lo hace para recargar agua a los tripulantes, para darle aceite a la máquina, y hay un campo de maniobras para el personal que arriba de camionetas sobre rieles dan mantenimiento a las vías, aprietan sus tuercas, revisan meticulosamente cualquier avería.
Hay vigas, rieles destrozando el aire. Si avanzas, hay lugares llenos de grasa que nunca se han pisado. No puedes ir más allá, este es la única vida del tren de pasajeros que llevaban a Estación Manuel, Estación Santa Engracia, a Cruz y Cruz, La Misión, es decir a monterrey o a Tampico y sus puntos intermedios, sin que a la fecha haya un proyecto nuevo para recuperarlo.
El tren carguero ahora interrumpe la mediana ciudad en que se convirtió Victoria. Dejó de llamar la atención; no así los deshechos tirados, esparcidos por el suelo, plásticos pet, bolsas de fritos, envases de medicamentos extraños. Alguien de pronto arrojó un televisor a los rieles que se hizo pedazos con Chabelo o Raúl Velazco adentro, durante la noche, ante el paso inexorable del pesado tren.
El Ferrocarril llegó en la mejor época de Ciudad Victoria. Como no, si a finales del siglo XIX y principios de los XX, se estaba transformando la ciudad y en el delirio del “porfiriato” la sociedad era un remanso de paz y desarrollo económico.
Ligado a este hecho que transformó al país, a Victoria lo rodearon los ingenieros y las amplias posibilidades de apertura comercial, agrícola y ganadera, puesto que se instaló la infraestructura y embarcaderos para utilizar este enorme transporte de hierro.
Mientras se camina entre los rieles salteando durmientes, a veces de madera tal vez de aquellos años -raída pero dura y todavía resistente-, otras veces sobre un concreto muy sólido que sostiene con heroísmo tanto a los rieles como el paso contundente de la mole de acero. Uno no deja de sentir nostalgia según lo años en que se vaya ubicando el recuerdo.
Si andamos por aquí es fácil darnos cuenta que aquí hay gente. Como si el tren hubiera abandonado a aquellos pasajeros. Aquí está la estación de tren vacía y cerrada con piedra y lodo, húmeda cuando escurre el agua solitaria por sus acequias. Pero afuera la gente consume todavía los antojitos que se quedaron sobre la vía.
Uno es como un pequeño tren dando tumbos al borde de los rieles, hace uno los rieles con los pies, hace uno la vía mientras camina. El hombre hizo la vía entre el monte, pero la gente se ha acercado, la ciudad misma se acercó para hacerse ciudad, para hacerse mundo.
Hoy es un tren carguero lo que escuchamos pasar con su silbato intempestivo. Los modernos transportes carreteros sustituyeron al tren de pasajeros que se llevo todo, pero nos dejó los taquitos gourmet, los taquitos de la estación.
Yo quiero una orden para comer aquí y me pone dos para llevar. No me mire así señora, son para mi mamá… ¿Cuánto fue… cómo que no es nada señora?
HASTA PRONTO