Seas guapa o no lo seas, seas pobre o rico, galán o feo. Señor o señora. Si hoy fueran las elecciones, que todavía le cuelga un rato, podrías tener a todos los candidatos haciendo cola para verte si tú quisieras. Pero quieras o no quieras – ahora que se han equilibrado las fuerzas- los candidatos se han dado cuenta que necesitan del electorado. Hay que entrarle a correr por las calles a perseguir a ese ser inofensivo con credencial vigente. Y la gente no corre, los espera en la trinchera de la puerta.
Esto del Marketing Electoral ha puesto a buenos políticos en los puestos del gobierno, pero no habrá que negar que con la misma fuerza es capaz de poner a especímenes raros en los cargos públicos. Y tal vez no es que sea bueno o malo, pero es extraño. Y es como se da el caso de que cuando nadie los conoce, de pronto gocen de una gran reputación en su peculio.
Por eso es basto y suficiente el ruido que hacen ofertando su proyecto entre la gente. A muchos de ellos jamás los habías visto en una banqueta, ni los había olisqueado el perro, cuando mucho los habías visto en una oscura fotografía.
Los candidatos modernos cuidan todo, y para eso tienen su asesores o sopla nucas- como les dice la raza- que le aclaran el panorama, lo acomodan entre el tumulto y el candidato como niño chiquito aprende y se divierte. A veces no aprende, pero se divierte.
Ha de ser lindo ser candidato de esos que con voz muy dulce, muy sinceros te piden el voto. Se ha de sentir bien que las señoras busquen con desesperación la selfie, el abrazo, el halago sencillo o atrabancado de la gente que ve al candidato bonito. El bueno, el que va a ganar de cincho, según dijo uno que está muy enterado de cómo anda la grilla. Aunque todo eso pudo haber salido de un comentario de cantina, de un borrego, de un madruguete desprevenido.
Un candidato que se precise debe andar siempre contento y sonriente. Hay mucha distancia entre estos que ves y aquello en lo que se convertirán algún día. Sabes que hubo muchos que no volvieron. Pero esos que sueltan ahora a pedir el voto te pelan los dientes, te ven a los ojos, te abrazan y si te descuidas te anda dando un beso. Agarran parejo. Sus encuestas, las de todos, siempre andan arriba, quien sabe en qué lugar las den o dónde las consigan. Aunque después pierdan.
Cada candidato trae su morral que lo contiene, la gruesa investidura, la eficaz palabrería con la cual desean conquistar el electorado. Acarician la cabeza desgreñada del niño, abrazan a nuestras mujeres y le prometen mucho al hombre pobre que acude a regañadientes a que le digan que les va a ir bien y que lo entienden. Durante esos días nadie se los merece, en serio, no se ría señora.
Son los señores candidatos ideales. Y todos son bastante buenas personas. Piensa uno que son dignos de fiar seguramente, son casi Dios bajado de alguna que otra gloria, de uno que otro infierno, de una que otra parte inexplicable de la historia.
Y es que mucha gente tiene la culpa en todo este entuerto, si de veras quisiéramos esa utopía llamada democracia. Al contrario, cuando llega un candidato nomás lo están tanteando a ver a que horas suelta el billete. No todos, nomás unos cuantos, dijo una señora, los necesarios, con su cartulina en el portón, con su calcomanía y su foto. Todos tiene que sonreír, le dicen a una muchacha que no quería.
No sé si algunos de esos que anden por las calles sea de a de veras. Son de una perfección increíble, tamaños seres, en otras partes no son fáciles y hay que ir a saludarlos no se vayan a esfumar.
La gente como siempre ya sabe, no todos, hay aquellos que viven de esta temporada, a los que van a ver, los que reciben tajada, los que siempre andan.
Todos los candidatos son excelentes buenas personas con excepción de aquellos que se les ponen enfrente; los del partido de enfrente, del que se trate, son gente funesta, le dicen a los que escuchan, se balconean bien gacho entre ellos.
Con el tiempo una aprende a conocerlos, a verlos caminar por dos o tres meses sin ambigüedades y sin resquemores. Cuando se acaba una campaña termina la magia… y de aquí para allá quien sabe si vuelva uno a verlos. A veces sí. Todo depende. Si la credencial sigue vigente, la ciudad es el pañuelo de un amor ingrato, te los volverás a encontrar inevitablemente.
HASTA PRONTO