Parejo, con piedras, palos, mazos,
fuego, agresiones a policías,
horas de barbarie. La pregunta
obligada, ¿dónde está la autoridad?
Símbolos, Palacio Nacional, Catedral,
el Banco Central, comercios, hoteles,
restaurantes, qué diría Gandhi del
odio hacia un templo de los lectores,
parejo, con piedras, palos, mazos, fuego,
agresiones a policías, horas de barbarie.
La pregunta obligada, ¿dónde está la
autoridad?
Una vez más escondieron el rostro, la
fecha correspondía a los desaparecidos
de Ayotzinapa, pero nada aportaron a esa
causa. Reinó la violencia por sí misma.
Con una euforia destructiva —ver las
impactantes imágenes del noticiario
de Ciro Gómez Leyva en Imagen
Televisión—, la incontenible marcha hizo
lo que quiso, y sólo fue atajada por un
grupo de comerciantes desesperados.
“Triunfal marcha”, la denominó Ciro,
y con toda razón. Dos días después, en
otra marcha, ahora feminista, lo mismo.
Triunfal, porque mostraron, una vez
más, la brutal debilidad y confusión de
las autoridades. No importa el partido
gobernante, el síndrome ha sido el
mismo: los gobernantes no quieren
asumir que son Estado.
El Estado, status, está allí para
conservar la forma organizativa que una
sociedad se ha dado a sí misma. Ahora
que tanto se habla de conservadores, los
hombres de Estado, por su función, son
conservadores del Estado. Maquiavelo
se aparece, el príncipe debe velar
primero por el Estado para así lograr la
tranquilidad de sus súbditos. Por ello,
está autorizado a recurrir a la panoplia
que la ley establece. Ser un estadista
supone una lealtad al Estado. Un Estado
herido, vilipendiado, motivo de burla,
lacera a todos los ciudadanos. En esto
debe haber claridad. No es un asunto de
derecha o de izquierda, es una mecánica
del mejor gobierno posible que ha sido
diseccionada desde hace siglos.
El Estado no puede ser intermitente,
en ocasiones guarda el orden y en otras
no, existe y luego no existe. Cuando esto
ocurre, las señales se vuelven confusas,
ello genera un forcejeo entre la autoridad
y quienes atentan contra el status, que
siempre los hay. Ese cale a la autoridad
es muy riesgoso. Los adversarios
del Estado escalarán por sistema
hasta conocer sus límites. El Estado
debe actuar en automático para, así,
establecer con toda precisión los ámbitos
de cero tolerancias. Destruir bienes
públicos y privados se ha convertido
en un deporte, sobre todo en la capital.
Imaginemos algo similar en Mérida.
Difícil. Allí donde el Estado reacciona
en automático no se repiten los cales,
los forcejeos, las marchas triunfales de
quienes buscan subvertir.
La ofensa al Estado, como las que
vivimos con frecuencia en la capital,
ofenden al ciudadano porque ofenden
al pacto que nos gobierna. Por eso la
irritación. Claro que son provocaciones,
pero la inacción no es una respuesta
de Estado, es un incentivo para nuevas
provocaciones. Maquiavelo nos lo
recordaría, prudencia, perspicacia,
estrategia, pero, al final del día, el
Estado, esa entelequia que nunca
hemos visto ni veremos, sólo muestra
su existencia en actos sensorialmente
perceptibles, comportamientos lo
primero. El custodio del orden encarna
en cada policía que hace respetar las
señales de tránsito, en una multa y, por
supuesto, en la contención de una marcha
destructiva.
El daño está hecho y no me refiero
sólo a los cristales, a las pintas, a los
transportes públicos maltratados. Pienso
en el prestigio del Estado que supone
cierta majestad. Un Estado que puede
ser ofendido, un día sí y otro también,
es un Estado débil. Los policías y, por
supuesto, los miembros de las Fuerzas
Armadas deben ser intocables. La
agresión a uno de ellos es una afrenta a
toda la corporación y, aún más grave, es
un atentado en contra de la autoridad.
Un Estado fuerte es el que reacciona sin
cuestionamientos de culpabilidad. Ése, a
la larga, tendrá menos confrontaciones,
será respetado, será más eficiente, habrá
menos riesgos, más certidumbre en la
convivencia.
“Muerte al Estado”, se leyó como
consigna. Clarísimo. La deslealtad para
con el Estado debilita a México.
Mañana es una gran oportunidad:
libertad y legalidad a la vez.