19 abril, 2025

19 abril, 2025

LOS PICHONES DE LA PLAZA

CRÓNICAS DE LA CALLE

La muchacha está sentada sobre una banca de la plaza de armas como una paloma tranquila y pensativa, póngale si quiere también de fondo un teatro y en la  esquina un pequeño restaurante y en primer plano una fuente con flores y un caracol. 

Como una paloma, desde ahí la muchacha contempla dos pichones enamorados en el cuadriculado del mosaico de la plaza, en donde un pichón vio de lejos a su prometida, a su pichona; entonces alguien desde la concurrencia de pichones gritó que los dejaran solos, pero ya había muchas cocas en el refri, muchos pájaros en el alambre y  entonces ella, la pichona, se hizo de inmediato la disimulada, la que nunca lo había visto por nada, pero se acercó. 

Para entonces de algún horizonte del cielo raso brotó el esplendor del pichón, antes un guiñapo, ahora transformado en un mocetón casi rubio con el sol, atornasalado, que se acerca totalmente fascinante; y ella candorosa, pichona,  ingenua, buena persona no dice si sí, ni no, confundida no sabe qué decir, pero se acercó.

Todo esto mientras la muchacha que parecía paloma -junto con todo el escenario- se han vuelto el retrato que se precisa en la pared de una casa cercana a la plaza. El tiempo se ha vuelto algo que la muchacha espera con ansia.

La plaza contempla las palomas, son sus palomas en la sombra de su catedral y de sus árboles alegres.

 La gente contempla las palomas de la plaza y a fuerza recuerda un elemento de la historia. Las palomas son de cierta manera la memoria ancestral de los seres humanos.

Sentado ahí en una banca mientras esperas o porque quisiste sentarte, de pronto ves las palomas milenarias revolotear sobre la catedral e imaginas que esto ocurre en todas las ciudades del mundo.

Dos palomas se estrechan y sentencian los abrazos, los abrazos de todos los tiempos porque en esta plaza no todo ha sido paz. Hubo tiempos en que se llenó  de ejércitos, de pequeños grupos Insurgentes, de soldados victorenses, se lleno de revolucionarios y asaltos civiles, guerras nocturnas y muchos fueron fusilados en el ceros Morelos.

Sin embargo la paz ha llegado para quedarse muchos años. Las plazas de armas de estas ciudades deberían de llamarse plazas de las palomas, por lo que estas simbolizan, o plazas de la paz, en vez de plazas de armas.

De pronto un gato que acecha inicia la comedia trágica de la cacería en una esquina, y la paloma vuela. La vida triste nos cuenta que no siempre ha sido así. El gato ha tenido sus días de gloria.

Antes en Ciudad Victoria había quién daba 15 pesos por un pichón vivo para darlo de comer a las serpientes o a otros animales exóticos, imagina usted el drama que vivía la paloma antes de morir, sin otra opción más que morir. Y ni siquiera es bueno recordarlo.

Con el tiempo esta tierra fértil se llenó de plazas y se llenó de palomas,  seguramente llegaron de Europa con los españoles, me imagino que alguien las trajo en una jaula o en sus hombros. Tal vez primero oficiaron de palomas mensajeras, después se hicieron amigas de otras aves.

Dicen que en el mundo hay cerca de 100 variedad de estas aves que los científicos llaman columbiformes y qué hubo algunas especies como las palomas migratorias de plumaje azul que ya se extinguieron.

En Ciudad Victoria se conocen dos especies muy claras: Las palomas que le llaman pichones y las palomas de alas blancas. Las palomas de alas blancas que últimamente olvidaron que son palomas de altos vuelos y recordaron su origen doméstico y rondan por los patios en la zona norte de la ciudad, cerca de donde pueden llevar sus nidos a los montes bajos. Hace mucho que los niños ya no les arrojan piedras.

Y las palomas revolotean por el mundo en todos los emblemas, en las banderas más grandes, en las mejores pinturas, en los almanaques,  en los cuadros de las paredes, en los mejores diseños, en los dibujos de los niños, en las canciones, en los nombres de nuestras mujeres.

Pero se hace tarde y la muchacha que parece paloma sentada en la banca se pone de pie, recoge su bolso y se va sin cortes, directo a su casa, que por cierto está cerca de la plaza.
Es evidente que el pintor que pintaría el cuadro de estas palomas no llegó. Por eso me tomé el atrevimiento y lo escribí, como un gato que sigue al acecho de las palomas que trazan círculos en el aire.

HASTA PRONTO.

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