Conforme creces te alejas de la casa. Te alejas del seno familiar, te zafas de las palabras y conforme te alejas te olvidas, porque ya recuerdas otras y te alejas de un lugar pero a otro te acercas. Y dices que te quedas pero estás en otra parte donde estás solo y tu alma.
Te alejas y dejas el biberón, el chupón, las manos, el enjuague, la luz de la casa encendida o apagada es lo mismo y te alejas de los escombros y estableces la ciudad lejos del origen, entre más lejos más alto el éxito.
Te alejas y te alejan, te dan cuerda, te sueltan en el aire, te creces, te escabulles, te camuflas entre la gente. Y vuelves. Quieren que te quedes pero quieren que te vayas, qué bueno que llegaste ¿y cuándo te marchas?, y estás en la misma ciudad mientras otros habitantes poseen el cuarto, usan tu ventana y lucen tu espacio.
Te alejas de tu vaso, de tu taza, de tu hueco en la silla y tu tos en el pasillo, te alejas despacio sin irte, sin ver que te vas o que te fuiste. Un día no amaneces y nadie pregunta por ti hasta que pasaron muchos años. No sabes cuántos. Y eso fue como irte en la mañana y regresar por la tarde.
Cuando creces te alejas porque te salieron granos en el espejo, porque sacaste un cero, porque perdiste la última tarea y te vas solo sin el lápiz mordido, sin el cuaderno tachado, sin el sudor de la frente, sin resolver el área de un polígono. Te vas por las veces que no te fuiste.
Creces y haces otra familia, rentas una casa o las compras es lo mismo, te duermes y te levantas como niño y te acuerdas de lejos del día en que naciste. Y piensas en volver pero el tiempo no vuelve y vuelves sin el tiempo aquel y eres tú pero eres otro. Ahí tampoco hay nadie o se han metido otros.
Y viajas en un barco inexplicable. Vagas en calles cuyos nombre una sabes. Tus pasos son dos huellas similares siempre iguales, remos en el agua, helios de polvo amarillento. Y comienzas a preguntarte cuál es tu casa, dónde naciste, los motivos del viaje, el lugar a dónde habrá que llegar con la mano alzada por alguien.
De lejos te vuelves tu regreso, tu nostalgia de dos cajas de cigarros. El pensamiento que volvió está contigo solidario, pero empieza a contrariarte.
Entonces te das cuenta que todo es cierto y tratas de tocarte para sentir ese pasado en alguna parte de tu cuerpo y sin señales escarbas en el cabello y te sacudes las cicatrices y vas por los arroyos de las primeras arrugas que descubres después de muchas otras.
Dices que vuelves y si vuelves realmente no vuelves aunque sean las mismas comidas, las mismas personas ya viejas, las mismas ventanas con los atardeceres que viste. Las mismas canciones.
Y si regresas es con mujer, con hijos, con la barbilla partida o con barba, con un tatuaje de una sílaba ajena, con un pan en el pasado, un té, un café con leche amargo. Si vuelves traes lo que no te llevaste, otra manera de ver el mundo y la sonrisa vencida por tantas veces agazapada tras las persianas.
Creces y te vas quedando en vez de irte. Te das cuenta que todo ha sido este eterno retorno. Esta búsqueda inútil y tan necesaria de ir y venir, de buscarse y no encontrarse.
Vuelves y a veces no hay nadie, nunca lo hubo dentro del sueño, si acaso fue lo que viviste realmente. Dices que te vas de la casa y la casa eres tú y te marchas.
HASTA PRONTO.