Al número cero le hemos
conferido una capacidad
excesiva. Ahora resulta que
divide el día entre mañana y tarde
con rigurosidad cronométrica.
Cuando digo buenos días pasando
un instante después de las 12, o
sea en la hora cero, me responden
buenas tardes. Algunos incluso me
hacen ver mi error y me aclaran que
ya son tardes.
Tan obsesivo guiarse por el reloj
me sorprende. Sobre todo, porque
recuerdo que en mi infancia en
provincia el día se dividía en mañana
y tarde, por la hora de comer. Antes
de la comida eran buenos días;
después de la comida eran buenas
tardes y se comía entre las dos y las
tres, más o menos.
Si seguimos el nuevo razonamiento
pronto voy a tener que decir buenos
días apenas pasen las doce de la
noche. Es más, o menos como concluir
que a menos cero grados centígrados
hace frio y a más de cero grados hace
calor. Así que voy a estar tiritando a
5 grados y con un criterio así, estaría
haciendo calor.
Esta disquisición absurda me viene
a la mente por que por vez primer
el Banco de México ha bajado su
proyección de crecimiento para el
2019 a un rango de entre menos 0.2 y
más 0.2 por ciento del PIB. O sea que
la producción puede bajar o subir;
de cualquier modo, casi nada para
arriba, o para abajo. Y estamos en la
expectativa obsesiva de una diferencia
de décimas de punto que les permitirá
a algunos ser puntillosos y señalar que
estamos en bajo crecimiento, o en
franca recesión.
Décimas más, o menos, el
estancamiento y no es bueno. La
mente nos juega trampas y nos
hace pensar que estancamiento o
crecimiento cero es una inmovilidad
en la que no pasa nada. Es todo lo
contrario; es en el estancamiento
económico donde bajo una falsa calma
ocurren los más terribles jaloneos.
Hace unos días Agustín Carstens,
antiguo Gobernador del Banco de
México y ahora director de una
importante agencia financiera
internacional, advirtió que existe la
posibilidad de que el año que entra la
economía mundial caiga en recesión.
Lo cual empeora la perspectiva de lo
que puede ocurrir en México.
El estancamiento en México y
el mundo se debe a la debilidad
de la demanda. Los gobiernos se
ponen austeros; los consumidores
se vuelven más cautelosos; las
empresas no contratan más personal;
los salarios no suben, o incluso bajan
y todos estos empiezan a ser parte de
una espiral descendente.
Mientras que la economía se
achica, las empresas ubicadas en las
crestas de los avances tecnológicos
y de productividad amplían su
participación en el mercado.
Entretanto muchas otras empresas,
las de mayor rezago tecnológico son
orilladas a la quiebra. Pero las que
triunfan son las que menos empleo
generan y las que son expulsadas
del mercado son las mayores
empleadoras. Lo cual es otra vuelta
de tuerca a la espiral negativa de la
recesión.
Lo anterior ocurre a nivel
mundial. El pez grande se come al
chico; el gran consorcio se expande
devorando o destruyendo a las
empresas medianas y pequeñas.
En este contexto algunos países
deciden proteger algunos sectores
de su producción estableciendo
controles al comercio internacional;
aranceles o controles a la
importación. Es lo que hace Trump
con respecto a las importaciones
norteamericanas de productos
chinos. Y lo que ha amenazado
hacer con algunas importaciones de
productos mexicanos.
La recesión agudiza el exceso de
producción, porque no hay quien
compre y eso hace cerrar empresas.
Se exacerban entonces las guerras
comerciales porque en ellas, bajo la
ley del más fuerte, se va a decidir qué
países pierden sus empresas y cuales
las logran proteger.
En un mundo cargado de
excesos de producción muchos
recurren al dumping; es decir a
competir deslealmente y descargar
su sobreproducción en otras
economías. Ser una economía
abierta en este contexto es
peligroso porque puede ocurrir
que la economía interna se
encuentre estancada y, al mismo
tiempo, el país se vea invadido de
importaciones baratas destructoras
de empresas internas.
Ser pobres y consumir
importado no es algo
contradictorio, sino que es la
perfecta combinación sistémica
perdedora.
Del estancamiento a la recesión
hay un pequeño paso; con otro
más podemos caer en una espiral
negativa. Con bajo crecimiento el
gobierno cobra menos impuestos y
se pone más austero; las empresas
despiden personal; los trabajadores
se ven obligados a recontratarse con
menos salario; los consumidores
procuran no gastar. Todos
contribuyen a acelerar la caída.
Alguien tiene que romper la
espiral negativa. Y solo lo puede
hacer el gobierno.
La CEPAL, Comisión Económica
para América Latina y el Caribe
acaba de declarar que México
tendrá que hacer una reforma
tributaria en impuestos directos,
es decir el impuesto sobre los
ingresos de personas y empresas,
o sobre el patrimonio acumulado,
de los más ricos. No se trata
simplemente de tapar el hoyo de
la caída de ingresos por Pemex y
el estancamiento, sino que tiene
que ser suficiente para financiar
la inversión productiva y el gasto
social.
Hay que trasladar el dinero de
donde no se ocupa para que el
gobierno lo ponga a trabajar por
la vía de la inversión generadora
de empleos e ingreso, o de las
transferencias sociales que eleven
el gasto de los más pobres. Hay
que añadir que la demanda que
generan las transferencias sociales
debe amarrarse al consumo de
productos nacionales para que
de ese modo se convierta en una
espiral positiva, de crecimiento y
desarrollo.
Para la CEPAL no se trata de una
mera recomendación. Lo plantea
como algo inevitable para evitar
recrudecer el empobrecimiento
en uno de los países de menor
equidad, con más bajos salarios y,
aunque se haga mucha alharaca, en
realidad es muy baja la proporción
de gasto social.
A nadie nos gusta oír que se
elevan los impuestos; porque
estamos acostumbrados a que se
le carguen a los pobres y clases
medias mediante incrementos al
IVA, o subir el precio del transporte.
Ojalá que no vaya a ser así, sería
suicida; aceleraría la espiral
negativa y podría llevarnos a un
retroceso no solo económico sino
político. No podemos ignorar la
lección que nos está dando Chile
donde de la calma chicha se pasó
a la mayor de las tempestades en
pocos días.