Ser humano es lo peor que le
puede pasar a uno cuando
reencarna. Porque aunque
la vida es corta, para mí que
soy pequeñisima es muy larga y
muy pacífica. Si muero, si es que
hay vida en la otra vida, preferiría
volver a ser hormiga.
Es por eso que en lo que los
señores Martínez se avientan un
día, para mí es toda la vida. Y esto
ha sido así, el estarnos soportando
mutuamente, ellos en su casa
y nosotros en el patio comiendo
hojas de aguacate.
Hay veces que la señora sale
el patio a arreglar las macetas
y nos mira desde arriba, yo digo
que nos mira, lo más seguro
es que está mirando otra cosa
porque en vez de decirnos algo
recoge una piedra. Yo creo que es
por pequeñas que se nos ignora.
Pese a todo lo que se diga no
puedo dejar de sentir ternura
cuando veo que la señora Martínez
se asoma por la ventana.
También siento un poco de envidia
porque su universo parece
más basto. Si supiera lo que hay
aquí abajo donde nosotros andamos,
sería nuestro sueño dorado,
vendría a visitarnos, hasta podría
traernos algo de comida, un
poco de grasa que nos hace falta
para el invierno, un poco de sal
para darle sazón al Inframundo
donde vivimos. Perdón, no sé
qué cosas estoy diciendo.
La señora Martínez seguramente
sería atendida por una
comitiva, con la posibilidad de
que fuera recibida personalmente
por nuestra hospitalaria reina.
Reina que antes andaba por la
calle como si nada, pero por su
propia seguridad la tenemos
escondida.
Cuando veo a la señora, pronto
salgo a la carrera del agujero
y alzó la mano para que me vea
y le digo: “Hola señora Martínez
qué tal, cómo amaneció usted
este día”. Aún cuando debo confesar
que no sé si sea hipocresía
o para tentarla a que salga de esa
alcancía.
Mis compañeras dicen que
estoy loca, un caso especial, pero
si hay hormigas que hablan con
los árboles y con las plantas,
yo por qué no he de hablar con
los seres humanos. Además esa
señora me parece algo especial,
me recuerda a mi madre. Mi
madre que murió aplastada por
un tráiler de juguete.
Acostumbrada a mi suerte,
tampoco le reclamaría que mi
madre murió mientras sus hijos
se divertían. Yo también soy madre
y no he podido evitar que mis
hijos se dediquen ahora en su
juventud, en su caos y en su inconsciencia
a molestar a la gente,
a picar los pies, a esconderse
en su cintura, en las partes más
íntimas, a rondar por las noches
la comida, a suicidarse, a rodar
sin cabeza o sin una pata por una
ladera de la mesa o colgando de
una silla. Pero no se apure usted,
todos sabemos que ese es el destino
de una hormiga solitaria.
Cuando estamos o marchamos
en fila india rumbo a nuestras
encomiendas somos una
sola. Nuestra presencia intimida
y es como una pedrada de quien
nos mira y comienza la guerra.
Algunas de nosotras marchan a
la cabeza a una muerte segura.
Eso aprenden desde que son
niñas y han peleado toda su vida
para tener esa superioridad de
género que las nómina.
Se ignora en qué siglo desaparecieron
los hormigos. Pero
eso a mí no me lo pregunte, ha
de ser cosa de léxico, nosotros
no estamos confundidas, fueron
los seres humanos los que nos
desaparecieron el sexo, me queda
muy claro que no por eso nos
dejamos aplastar. Sencillamente
seguimos teniendo huercos que
se multiplican por cientos en
nuestros pequeños laboratorios
orgánicos.
Otras son las hormigas que
reencarnamos por alguna venganza.
Nos rifamos a reencarnar
en otros animales. Yo ya fui
venado, rata de asfalto, tigre de
bengala, y también fui por ejemplo
una mujer que miraba por la
ventana y que regaba las plantas.
Pero volví a ser hormiga. Y estoy
cansada.
Parece que a quien esto
escribe no se le ocurre nada para
rescatarme. Y sin patas, sin voz,
sin madre, sin nada que cargar,
ojalá Dios me dé fuerzas para
subir lo suficiente y rascarle la
espalda a la señora Martínez. A
ver si no me rasco yo misma.
HASTA PRONTO.