CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.-Ariana fue una niña muy dulce, “de nueves y dieces”. Aunque un poco callada, en la secundaria se le podía ver sonreír todo el tiempo, con sus enormes ojos cafés iluminándole el rostro.
Su habilidad de buena estudiante y su destacada belleza eran admiradas por muchos. Tras graduarse de universidad inició su vida laboral en el sector bancario y después en un par de empresas importantes. El futuro se veía prometedor.
El amor tocó a su puerta y poco después junto al hombre que amaba una hermosa hija coronó su felicidad. Sin embargo este fue un embarazo de alto riesgo que forzó a Ariana a poner una pausa a su trabajo.
Mas, la ley de la vida no perdona y al caer en cama su padre, Ariana regresó al nido familiar para estar presente en el desenlace. En medio de ese pesar, descubrió que nuevamente esperaba un bebé.
Aún llorando la ausencia de su padre, Ariana dio a luz a un hermoso varón apenas un año después de recibir a su primogénita.
La llegada de “la parejita” ayudaba a sanar el difícil momento.
Sin embargo al paso de los meses, la joven madre notó que su hijo no evolucionaba a la par de su hermana mayor. Tras una serie de exámenes el diagnóstico llegó: Oliver presentaba un cierto espectro de autismo.
Las escuelas especializadas de su localidad poco ayudaron a Oliver en sus primeros años. El niño no hablaba e interactuaba muy poco con los demás infantes.
Como dicen por ahí, “algunos hombres no merecen ser padres”: el papá de Oliver, nunca pudo aceptar el diagnóstico. Poco a poco se fue alejando hasta convertirse en un padre ausente.
Y así fue: el papá de este niño autista y su hermana mayor, los abandonó.
Ariana pasó a ser la compañía del menor las 24 horas del día lo cual cortó de tajo toda posibilidad de volver a trabajar.
Sin embargo a la par de esta atención especializada, Ariana literalmente se partió en dos para ver por su hijo y a la hermanita mayor que empezó a experimentar un marcado recelo al ver disminuida la atención que Oliver acaparaba.
El paso por el jardín de niños fue una angustia constante. Ariana sabía que Oliver estaba siempre expuesto al bullying de sus compañeritos y en mas de una ocasión el pequeño resintió el cruel acoso en el aula. Las tres horas que estaba separada de su hijo eran muy desgastantes.
Los años pasaron y Ariana hizo los trámites para ingresar a su hijo a la primaria. Se topó con algunos “educadores” no preparados y hasta déspotas de los que recibió tratos horribles. Oliver tuvo que “repetir” el último año de kínder para ser aceptado en la escuela.
Pero Ariana no se iba a dejar vencer tan fácilmente y aunque los desplantes de algunos maestros le mandaban el ánimo a los suelos, literalmente no dejó solo a su hijo y lo acompañó cada dia de clases del primer año.
Para ella, el trabajo de ser madre se multiplicó de manera exagerada estos últimos doce años pues criar a sus hijos sola no le permitió regresar a trabajar de manera plena. Y de pensar en volver a tener una pareja… ni hablar, pues lo difícil no es tener pretendientes (pues es una mujer muy bella), sino hallar uno que se quiera “aventar el tiro” de lidiar con un hijo autista.
Su dia, que inicia a las cinco de la mañana y acaba a medianoche le agota no solo física sino emocional y mentalmente al saber que muchos de sus sueños difícilmente se cumplirán, pero como ella misma afirma al Caminante: “A pesar de que he llorado y desesperado, hoy estoy consciente de que Dios quiso darme este hijo especial para poner a prueba mi relación con Él, para que yo no me alejara de su mano en todo momento y disfrutar su presencia”.
Ariana y Oliver comparten muchos retos en el futuro inmediato, pero su amor de madre será el aglutinante que les permitirá sortear las dificultades que vendrán, pues tal clase de amor es infinito.