Como era de esperarse
en un enfoque realista,
la cumbre del cambio
climático COP25 fue un sonoro
fracaso, con todo y el impulso de
la joven sueca Greta Thunberg.
Su discurso recriminatorio en
Nueva York pasó a una presencia
conciliadora en Madrid. Y de
nada sirvió.
En 1971 el periodista español
Ovidio Gondi publicó como libro
sus crónicas desde la ONU en
Nueva York: Las batallas de papel
en la casa de cristal. La relectura
debe ser crítica: en efecto, la ONU
es un campo de batalla… de papel.
Imposible poner de acuerdo a
los 193 países que forman esa
organización y menos si lo que
está en debate es la definición de
modelos económicos de producción.
El clima está determinando
por características de la naturaleza,
pero ha sido pervertido por
la mano del hombre en busca de
la comodidad. Y a lo largo de los
últimos 75 años ha habido una
obsesión por advertir el fin de la
humanidad, ya sea por una guerra
termonuclear (Terminator) o por
Los límites del crecimiento (Club
de Roma, 1972) o por la escasez
de alimentos (la novela Hagan
sitio, hagan sitio, de Harry Harrison
de 1966 que fue la película
Cuando el destino nos alcance de
1973) o la batalla de Seattle contra
el libre comercio en 1999.
El centro del debate es el
modelo de producción industrial
basado en combustibles fósiles,
es decir, el modo de producción
capitalista que tomó para sí el
modelo ideológico del comunismo.
Por tanto, las cumbres no son
cimas de preocupación y acuerdos,
sino simas de distracciones
con acuerdos que no conducen a
ningún lado.
Por lo tanto, mientras no se
modifique el modelo de producción
industrial basado en
combustibles fósiles, el planeta
Tierra tiene los días contados;
no pronto, pero el verdadero
escenario distópico es el de un
mundo destruido por el clima.
Los primeros avisos ya llegaron
desde hace tiempo: las ciudades
donde se respiran humos de
vehículos y fábricas en niveles
que implican ya muertes: Ciudad
de México, Los Angeles, El Cairo,
Beijing, Lima, entre muchos otros.
Los ciudadanos están respirando
plomo y en una visión apocalíptica
cinematográfica las personas
podrían comenzar a tener partes
de la piel metalizadas.
La sueca Thunberg sólo quitó
la venda de los ojos. Su protesta
carece de una propuesta formal;
no podría darla, por lo demás: el
clima ha cambiado por el uso de
la máquina en la vida cotidiana.
De la primera revolución industrial
del siglo XVII se ha pasado,
como lo anuncia la Cumbre de
Davos de enero de 2020, a la
cuarta revolución industrial: la de
la producción con robots. Y sin
contar la aparición del hombre
como homo sapiens hace muchos
miles de años.
La crisis del clima conduce a
un gran dilema central: detener
el desarrollo industrial a costa de
dejar de producir bienestar para
las sociedades o seguir el camino
de la producción a costa de
continuar deteriorando el clima
y propiciando enfermedades y
muerte por el medio ambiente sin
equilibrio ecológico. Las cumbres
del clima son esas batallas de
papel que contaba Gondi al comenzar
los setenta. Los espacios
de la ONU son importantes para
hacer visibles los problemas, pero
representan el peor espacio para
implementar soluciones.
Lo que hace falta es una articulación
de luchas. Las batallas
de Seattle contra el libre comercio
se han orientado a impedir la
globalización, pero no la producción.
Y el centro de todos
los problemas del planeta se
localizan justamente en el modo
de producción industrial capitalista
para satisfacer la comodidad
de las sociedades de occidente
explotando el medio ambiente.
El clima es producto de un
equilibrio natural entre los cuatro
elementos: agua, tierra, aire y
fuego. Las máquinas vinieron a
romper la estabilidad y las máquinas
surgieron para satisfacer la
demanda creciente de ese bienestar;
ahí fue donde la producción
en serie llevó a la maquinización
de la producción: producir más
para mayores personas. Del telar
de mano se pasó al telar industrial…
y la humanidad comenzó su
camino hacia la destrucción.