12 julio, 2025

12 julio, 2025

REVOLUCIÓN SALARIAL Y CAMBIO DE MODELO

Revolución salarial y cambio de modelo

El gobierno Federal, las
organizaciones empresariales
y las organizaciones de los
trabajadores acordaron elevar en
un 20 por ciento el salario mínimo
nacional que de ese modo sube de
102.68 a 123.22 pesos a partir del 1
de enero del 2020. El aumento es
de 5 por ciento en la zona fronteriza
donde llegará a los 185.56 pesos
diarios.
Se trata de un hecho histórico, tras
cuatro décadas de brutal deterioro
en el que el salario mínimo se redujo
a la cuarta parte de su capacidad de
compra de 1978. Hoy en día, de un
total de 55 millones de ocupados más
de cuarenta millones no reciben el
equivalente a un salario mínimo de
hace 41 años.
Para algunos es un incremento
excesivo; pongámoslo en
perspectiva. Si a ese 20 por ciento
se le resta la inflación quedará en un
17 por ciento de mejora real. Si esa
medida se repite igual durante otros
ocho años alcanzaremos un salario
equivalente al de 1978. Es decir
que en 2028 el mínimo tendrá 50
años de rezago. De ese tamaño es el
retraso salarial.
Hay que darle crédito al presidente
del Consejo Coordinador Empresarial,
Carlos Salazar Lomelín, que declaró
que su sector busca que a la brevedad
ningún mexicano gane menos de 6
mil 500 pesos al mes. Con el reciente
incremento el salario subirá a 3 mil
696 pesos mensuales; es decir que la
brecha seguirá siendo grande.
La aceptación empresarial
subraya que en el pasado el principal
instigador de la reducción salarial fue
el sector financiero.
Históricamente dos han sido los
argumentos contra el incremento
salarial. Uno es que suba solo
en la medida en que aumente la
productividad. Solo que en las
últimas cuatro décadas se elevó la
productividad de manufacturas,
servicios y agricultura comercial y el
salario retrocedió. Este año el salario
mínimo en Guatemala fue de 389
dólares mensuales, en Honduras
de 381 y en México de 165 dólares.
¿Acaso esos países tienen más
del doble de productividad que el
nuestro?
El otro argumento es que subir
salarios es inflacionario y reduce el
empleo formal. La realidad es que las
principales presiones inflacionarias
de las décadas anteriores fueron
la entrada de capitales externos,
incluida la venta – país y la mayor
inequidad. Ambas generaron inflación
desde la punta de la pirámide de
ingresos. De manera perversa la
inflación se combatió donde no
se generaba; se combatió en los
ingresos de las mayorías mediante el
empobrecimiento de la población.
Subir salarios será inflacionario
si no hay una respuesta productiva
acompasada. En el pasado hubo esa
sincronización, pero negativa; la
reducción de salarios se acompañó
de una gran destrucción de pequeñas
y medianas empresas orientadas
al mercado interno. Sucumbieron
miles, la mayoría de las empresas
textiles, de electrodomésticos, de
muebles, talabartería, la pequeña
producción agropecuaria y muchas
más. La producción para el mercado
interno fue más que diezmada
con el argumento de que no era
competitiva; y no pudo serlo cuando
se redujeron los salarios, se dio una
apertura indiscriminada del mercado
y se alentó la monopolización de
la producción. Ahora la elevación
gradual pero sostenida de los
salarios deberá acompañarse de
la reactivación de la oferta rural y
urbana.
El argumento de la destrucción de
empleos también es falso. Un estudio
de la Organización Internacional del
Trabajo -OIT- de 2017, encontró que
en los primeros 14 años de este siglo
Argentina triplicó su salario mínimo y
Brasil casi lo duplicó. En ambos casos
ocurrió una importante reducción de
la pobreza extrema y mayor bienestar
de la mayoría; sin impactos negativos
en el empleo. En ambos casos la
elevación de salarios se acompañó
de una política de impulso a la
producción.
¿A quiénes beneficia? El cálculo
va de los 3.44 millones de ocupados
formales que ganan menos que el
nuevo salario mínimo y derramara
a varios millones más de ocupados
informales que les proporcionan
productos y servicios y también
reciben menos de los 123 pesos
diarios.
Además, es muy posible que este
incremento salarial repercuta en otros
estratos aprovechando el impulso
que las reformas laborales y la firma
del T-MEC darán a la democracia
sindical y a la transparencia de las
negociaciones obrero – patronales.
La presión oficial norteamericana
se coloca ahora de lado de los
intereses de los trabajadores
mexicanos debido a que los muy
bajos salarios en México han
afectado el empleo y los ingresos de
los trabajadores norteamericanos.
El aumento salarial es histórico
no solo por su magnitud y porque
rompe una tendencia de décadas;
sino porque imposibilita continuar
con el modelo exportador basado
en trabajo esclavo. Falso que lo
importante sea la productividad de
la mano de obra; con mucho menor
productividad China se convirtió
en potencia y elevó salarios; y
en casi toda América Latina se
pagan salarios mucho mayores
a los de México sin tener mayor
productividad.
Lo realmente relevante
como punto de arranque es la
competitividad: algo que puede
darse a distintos niveles de
productividad porque depende
más de la paridad cambiaria que
de los salarios. Cierto que las
empresas de México perderán
en una forma de competitividad
sustentada en bajos salarios. Y
difícilmente se podrá compensar
con avances en productividad
basada en inversiones tecnológicas
compradas en dólares.
La mejor y tal vez única salida
es movernos hacia otro modelo de
crecimiento económico y desarrollo
social asentado en: una paridad
peso-dólar competitiva favorable
a los sectores exportadores; la
reactivación de la producción
asociada al consumo popular
impulsada y protegida por el Estado
y finalmente, reconstruir un nuevo
sector social de la economía basado
en el intercambio justo y solidario.

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