“El ruido pasa por la casa, lo que se escucha es que del camión repartidor de gas se ha bajado un señor con uniforme color caqui, de no sé algunos 30 años que se notan por la firmeza de sus pasos”
Lo que se escuchó afuera fue todo el trámite mediante el cual un camión da el servicio de gas a una vivienda aquí enseguida de mi casa. La mañana es fresca y comienza el trajín ciudadano.
El ruido pasa por la casa, lo que se escucha es que del camión repartidor de gas se ha bajado un señor con uniforme color caqui, de no sé algunos 30 años que se notan por la firmeza de sus pasos. Coloca un pedazo de madera en la llanta para que no se vaya. En eso rechina la puerta del departamento de arriba de donde vivo, con todas sus ganas, le hace falta mucho aceite desde hace mucho tiempo. También a la cama que tienen le hace falta aceite, yo la escucho todas las noches.
Se escucha que pican cebolla en el otro departamento de al lado donde abrieron un pequeño restaurante. Se han callado. Se escucha un perro, el mismo de siempre, luego otro que también conozco de color negro. Luego ese pequeño concierto de ladridos es acompañada por el compás ciego de la campanilla del camión de la basura que se acerca.
Se está acabando el año y las horas llegan a sus últimos días del 2019. Ya no se arrancan los calendarios de las paredes, por eso no hay esos años tirados en las basuras, los años son ahora la memoria invisible en bytes y a sólo un clik del olvido. La gente anda como si nada. No porque se acaba el año anda corriendo, más bien anda más tranquila, y los más grandes andan despacio como si no quisieran que se acabara.
Es 27 de diciembre. Ya pasó la Navidad y todavía no es año nuevo. Da la impresión de qué todavía no bien despedimos el año viejo y no tenemos ni la más ligera idea de lo que será el año nuevo, tal vez no queremos saberlo.
De las casas comienzan a salir las personas. Se escucha el sonido del tanque del gas, ese bombo inevitable que sale entre el ruido con su sol de metales y el do de pecho de los señores. Por los pasillos húmedos donde a veces crece la hierba que nadie mira, en lugares sin sol ni sombra, pasa el día también y nadie se entera, si fuese nieve ya le hubieran tomado una fotografía.
En la calle hay gente que si les preguntas no están bien seguros de lo que hacen. Irán a sentarse a una plaza. Recorrerán dos cuadras más y volverán a casa con el aire fresco de la tarde.
Hoy puede ser un día cualquiera de todos en el año, pero también puede ser el mejor para una persona o para un grupo de seres humanos. Puede ser el mejor día de una vida completa, puede ser el mejor día del mundo y el más feliz de la vida.
Estamos a 27. Ya pasó la Navidad y todavía no es año nuevo. Ni siquiera es 28 el día de los inocentes. Este es un día antes, no somos lo que vamos a hacer mañana ni somos lo que fuimos antes de la navidad pasada.
Estamos a 27 y es claro que durante el año pesan más otros días que éste. Hay un pequeño vacío existencial con toda la familia. Ahí está la prima que viene de Antofagasta, el tío que trae nuevas ideas y que tenía el año completo que no había venido. La sobrina. El primo que canta. Los ausentes más presentes que nunca. Quienes nos hemos quedado sin tema y sin el pretexto de una cerveza es que sacamos la otra.
Como que vamos juntos en el mismo camión y en el último tramo se anuncia una curva.
Una vez concluida su labor satisfactoriamente el señor de la pipa de gas recoge la tranca de la llanta y el camión se va hacia adelante, pero él de un brinco se sube y lo arranca. Los perros le ladran, lo conocen y por eso le ladran. De lejos y por no dejar él les hace una bati señal, un corte de manga, y ellos una vez complacidos se callan. Es un ritual que no tenía por qué faltar antes de que terminase el año.
HASTA PRONTO.