21 abril, 2025

21 abril, 2025

Alguien que no soy escribe esto

Crónicas de la calle

A veces, cuando escribo una historia, un personaje me llama más la atención que otros. Y como si tuviese vida propia  lo persigo sin que se dé cuenta, porque a veces no sé dónde vive ni sé a qué se dedica, no sé qué rostro tiene, ni qué hará en un futuro con lo que yo diga. 

El personaje casi siempre se me revela, hace cosas distintas a las que yo pensaba. Se comporta de una manera absurda y para ser un ser normalito, es bastante  un personaje de otro planeta, aún dentro de mi imaginación.

Confieso haber vivido antes esa experiencia y mi curiosidad me llevó a seguir el juego. Conforme con eso, he corrido el riesgo de que el sujeto conociera a otras personas o que se enamorara y conociera a una chica muy linda y comenzara yo entonces a escribir una novela muy romántica y apasionada.

O que me tranquilizara y, dado el drama y el conflicto, la novela se tornara un poco más intelectual, un drama contemporáneo de los que uno vive. Con un divorcio, o una pareja solitaria con un pequeño departamento oscurecido por las altas tarifas, un sueño en el vapor bajando las escaleras, huyendo de los malos tiempos, y desde luego los libros de superación personal que no falten en los estantes de los millennials.

Y qué tal si todo ocurriera como si yo no fuese realidad, o me volviera virtual, yo que no soy el personaje aparente. A lo mejor es él, el personaje que me escribe y yo soy el que después leeré qué puso de mí, qué se le ocurrió decir.

Uno no busca a los personajes, estos andan todo el tiempo ahí por la calle y de repente una madrugada, en alguna parte de la conciencia, bajo la almohada o desde alguna voz que no sabes de dónde procede te habla, te habla y te tapas la cara.

Entonces crees que eres tú mismo quien habla, porque por lo general estás solo y comienzas a escribir la primera palabra que te dicta el apresuramiento, tratando de llegar a alguna parte como el personaje a quien persigues y a quien comienzas a tenerle afecto y cariño. Al mismo tiempo que quieres que se vaya.

Debo confesar que a veces dejo de escribir porque me aterrorizo. Temo que me esté esperando atrás de una de las puertas por donde paso o que me salga en alguna esquina, en la boca calle con algún arma blanca. Que me persiga insistentemente hasta que me haga escribir su historia llena de miserias de crímenes y borrascas.

Dejo de escribir y el personaje sobrevive. Sé que ahí está en alguna parte dentro de mi esperando una oportunidad en cualquier página.

La historia se enfrasca entonces en una batalla de la que tomo algunas fotografías lejanas. Me han dejado ver nada más la superficie. En el fondo los personajes urden una última trama, esperan que me descuide, que les dé la espalda, que no las traiga todas conmigo o que esté ausente y es cuando comienzo a darme cuenta que todos los personajes tienen un pedazo de mi cuerpo. La desgarrada camisa, el pantalón roto, los pelos parados de punta como si alguien les hubiera llamado, los ojos desbocados mirando la nada, los zapatos desgastados, el perfume nostálgico de alguien que no se baña, el ruido miserable de la boca en la comida, las comisuras de los labios partidos, el cinturón de mecate apretado fuertemente para que no se caigan las bolsas de plástico que llevan sedimentos de un banquete, los calcetines o tubos que cubren sólo los tobillos, los dedos hinchados a dos cuadras, podridos a diez años.

Entro en personaje y me escribo. Entro al espejo y lo estrello. Lo inundo de lágrimas, lo ahumo con el vapor de mis labios húmedos. En dos renglones intento salir del capítulo en el que todavía no nazco. Pero ya escribi en las calles y dejé los papeles tirados, las bolsas dando vueltas con el aire, los pliegos del vintage arrastrados, los labios colorados diciendo algo que se escucha muy despacio.

Por un tiempo me persigue el personaje e ignoro las causas. Quizá no va de acuerdo con la ropa que le puse, el pantalón en vez de obrero era un pantalón de vestir quizas para lucir con una mujer hermosa. 

Debió ser más guapo y está inconforme con el espejo que le tocó y ahora me mira y me sigue. Quiere que corrija la hoja, que borre toda la historia como tantas otras. Como si fuese fácil borrar mi propia historia y en alguna parte alguien estuviera escribiendo esto mismo que ahora escribo.
HASTA PRONTO.

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