No vale abstenerse de la
tarea política, sea la de
la mano alzada o la de la
boleta electoral. No se vale alegar
que el quehacer político equivale
a corrupción. Habría que aceptar
lo mismo para todas las demás
actividades
México, en cualquier sentido, es
un todo. Las experiencias históricas
confirman que la desunión es receta
fatal para el progreso nacional. Los
muchos retos políticos, económicos,
sociales y científicos que nos
esperan en este año 2020 pedirán
respuestas que reflejen el espíritu
común que nos identifica e integra
como partes de la sociedad que
formamos. Las actividades de cada
uno de nosotros en talleres, oficinas,
escuelas, en el campo o en la ciudad,
no las realizaremos en un vacío
individual, sino interconectados
dentro de la vida nacional que
compartimos y que define, marca y
afecta la existencia de todos en un
todo inseparable.
Esta solidaridad es real e
ineludible. El comportamiento de
cada individuo afecta de alguna
manera a los demás y se traduce
en la responsabilidad que cada uno
de nosotros tenemos de respetar
sin distinción a todos. La brecha
que se abre en lo económico,
por ejemplo, no es un mero dato
estadístico. Es una cruel realidad
para el que se encuentra en los
escalones inferiores de la gráfica.
No se desvincula de las actitudes
de falsa superioridad de los que por
cualquiera razón ocupan las capas
más altas en las encuestas.
Aunque no lo queramos, la
inevitable vinculación entre todos
los que compartimos el mismo
acontecer nacional nos enlaza
y explica la relación entre los
jóvenes que estudian los temas
que los profesionales resuelven,
entre el trabajador sindicalizado
y el accionista de su empresa o el
campesino que espera y el burócrata
que debe atenderlo. Estas realidades
se presentan por primera vez en la
familia, que con afecto y disciplina
está en la base de una sociedad
civilizada, y donde se debe aprender
que el respeto a los derechos
humanos supone deberes humanos.
Más que en la escuela, la familia
es donde los padres y las madres
imbuyen consciencia del enlace
entre la persona y la sociedad a la
que se pertenece.
En nuestra comunidad hay, sin
embargo, millones de compatriotas
que, encima de no tener familia
alguna, son los abandonados
a los que la sociedad les niega
alimentación, educación, salud
o empleo. Sin oportunidades, su
suerte, aunque la quieran ignorar
los más afortunados, acaba por
arrastrar a la baja el ritmo de vida y
las perspectivas de la sociedad por
entero. Cada persona está unida a la
densa trama de circunstancias que
todos los días la envuelven.
En la experiencia familiar está
la semilla de la responsabilidad
política que hay que compartir,
aunque sea por la simple razón de
que en todas las decisiones políticas
la suerte del ciudadano está en
juego.
No vale abstenerse de la tarea
política, sea la de la mano alzada
o la de la boleta electoral. No se
vale alegar que el quehacer político
equivale a corrupción. Habría que
aceptar lo mismo para todas las
demás actividades. La corrupción la
inyecta el actor a cualquier actividad
sea abogado, médico, ingeniero,
banquero, policía, mecánico,
carpintero, agricultor, político o
burócrata. Ni la política es corrupta
ni mucho menos nuestra sociedad.
Igual sucede con la violencia. Son
los corruptos los que corrompen
a la sociedad. No al revés. En la
tarea de limpiar a nuestro país de
la corrupción, la violencia y de la
impunidad estamos unidos. La
selección inteligente que hagamos
de candidatos que se postularán
el año entrante a la Cámara de
Diputados es factor que determinará
el grado de avance que se logre.
No hay que desvincular al
individuo de la sociedad de la que es
parte. Por lo mismo, no es positivo ni
útil por ninguna razón, ver a nuestra
comunidad como una colección de
individuos o grupos profundamente
divididos entre buenos y
malos, chairos o fifís, amigos o
enemigos, aliados o adversarios,
aparentemente irreconciliables
por tener visiones divergentes. La
anticuada categorización, resabio
quizás de los enfrentamientos de
liberales y conservadores, que tanto
retrasaron la evolución de México,
debe dejarse atrás, en el basurero de
la historia.
Hoy en todo el mundo la llamada
al progreso demanda la suma de
voluntades y acompañadas de las
energías que tienen la ciclópea
tarea de vencer las gigantescas
carencias que se han acumulado y
que sumergen a las mayorías en las
miserias de las que todos estamos
conscientes. Los retos no están sólo
en casa. También los hay en las
ambiciosas hegemonías extranjeras
de las que hay que cuidarnos.
¿Suponemos que con resucitar
divisiones que tanto nos dañaron
en el pasado o fomentar nuevas
habremos de llegar triunfantes a
la felicidad? 2020 quiere ver un
México todo unido y resuelto en una
convicción incluyente y entusiasta.
¡Feliz Día de Reyes!
