Con el riesgo de que se considere
broma, o un tema banal, dedico
este artículo a la moda como un
serio obstáculo a las transformaciones
que necesitamos. Entre ellas disminuir
la inequidad; suspender la destrucción
de nuestro entorno; recuperar un estado
fuerte capaz de impulsar una política
industrial y rural y, finalmente, construir
una nueva relación entre gobierno y
población sustentada en una auténtica
democracia participativa.
Ninguno de estos cambios es independiente
de los demás; todos son facetas
de una sola gran transformación. Y uno
de los mayores obstáculos se encuentra
agazapado; es la moda. Se trata de la
multiplicación del consumo originada en
cambios sin sentido.
La economía del planeta se atasca
debido a la debilidad de la demanda.
Existen vastos potenciales de producción
agropecuaria e industrial que, aunque
técnicamente viables, no son competitivos
respecto de la producción de los
grandes consorcios internacionales. La
respuesta puede y debe ser la creación de
esferas de producción y comercio que no
compitan con aquellos.
Pero hay algo más; no se trata de
elevar la producción imitando el estilo de
consumo de la población de los países industrializados.
Es ese modelo de consumo
el que está destruyendo el planeta.
Lo mismo puede decirse del argumento
de que México cuente con un Estado
fuerte, con políticas industrial y agropecuarias
orientadas a elevar el consumo
y bienestar de la mayoría. Sí, pero solo
funcionará si es parte de un viraje en el
modelo de consumo que se ha impuesto
para los que lo pueden pagar y que se
impone en la mentalidad de los que no
lo pueden hacer. No será posible superar
la pobreza si el intento es que los ahora
pobres accedan al consumo que el Netflix
nos presenta como normal. Esas son
falsas ilusiones.
No es un problema menor; tal vez el
descontento que manifiestan en muchos
países los grupos de población que han
visto mejorar su situación se origina a
que en su mente se quedaron a medias.
Ahora son menos pobres, pero siguen sin
acceder a los bienes de las clases medias
acomodadas de los países industriales.
Es fundamental que en una nueva
relación entre pueblo y gobierno ocurra
un dialogo profundo en el que se entienda
que acabar la pobreza no puede llevar al
consumo occidental privilegiado. No puede
porque no alcanzarían los recursos y
porque en buena medida es un consumo
altamente destructivo.
¿Qué tiene que ver la moda en esto?
Hay que pensarla en un sentido amplio.
La industrialización occidental se ha
basado en la proliferación del automóvil,
de carreteras, espacios de estacionamiento.
Y la fabricación de automóviles se ha
basado en crear en los consumidores el
impulso a cambiar de automóvil cada
año. Los cambios de diseño, de calaveras,
luces, colores y demás son modificaciones
superficiales que provocan, con éxito, la
compra de automóviles más allá de lo
racional o meramente practico.
Un auto nuevo es un producto altamente
contaminante; no me refiero a que
vaya a serlo en el futuro, sino a que por
el solo hecho de fabricarlo ya generó una
gran contaminación. Un auto tiene cerca
de 30 mil componentes producidos en
todo el planeta; así que bien podemos
decir que un auto nuevo ya recorrió miles
de kilómetros; los de sus componentes.
Es paradójico que la lucha contra la
contaminación haga del gobierno un
aliado de la industria para provocar que
los consumidores desechen su automóvil
y lo cambien por otro que, por varios años,
va a contaminar menos. La respuesta
debiera ser otra; combatir el cambio
indiscriminado de algo que sigue siendo
funcional. Y eso puede lograrse exigiendo
a los corporativos automovilísticos que
extiendan garantías de largo plazo. Un
auto un poco mejor hecho puede durar
50 años; así que obligar a garantías de
20 años; con diseños que permitan mejoras
parciales a lo largo de ese tiempo
sería más lógico que impulsar el exceso
de producción de vehículos.
Hace 20 años había 14 millones de
teléfonos celulares en el país; hoy pasan
de 100 millones. Han tenido mejoras,
pero incluso el más simple cumple con
su función esencial. Las compañías telefónicas
difunden un estilo de consumo
adictivo y siempre en espera del modelo
más reciente. Lo que hace que no nos
parezca tan extraño que nos obliguen
a cambiar de teléfono al recontratar
sus servicios. El Estado, en alianza con
los consumidores debiera en este otro
caso exigir productos garantizados por
un mínimo de 5 años y prohibir la venta
forzada. Técnicamente es posible. Eso
nos ahorraría lo que ya son miles de toneladas
de desechos telefónicos al año.
Desde hace decenios impera en la
industria el concepto de obsolescencia
planificada. Las cosas se fabrican para
no durar, para que se vuelvan moda
y para obligarnos a cambiarlas por
razones de estatus. Se da en la venta de
automóviles, celulares, electrodomésticos
y electrónicos. Ocurre también
con la ropa. En los años ochenta del
siglo pasado, en los Estados Unidos, el
consumo per cápita de prendas de vestir
era de doce al año. Ahora el éxito de las
grandes cadenas de tiendas que venden
ropa de moda se basa en inducir la rápida
obsolescencia de diseños y colores.
Dado que gran parte de los consumidores
usarán esas prendas pocas
veces se ha generado un problema de
manejo de desechos. Y son básicamente
desechos plásticos. Una mínima parte
de lo que terminan desechando los
consumidores se vende barata a los
pobres, incluyendo la ropa de paca, por
tonelada. Pero la mayoría va a dar a los
vertederos de desechos o se quema. Lo
que contribuye a la seriamente a contaminación
ambiental.
Y no se diga el conocido problema
de los plásticos que no se destruyen;
más bien se desintegran en partículas
minúsculas y que ya son parte de los
pescados que consumimos.
Construir una sociedad equitativa
requiere cambiar hacia un modelo
de consumo racional, lógico. No el
consumo dictado por la obsolescencia
planificada, que promueven prácticamente
todas las industrias. Algo que
podría ayudar a dejar de ser esclavos
de la moda y del consumo innecesario
sería que los productos tengan etiquetas
ecológicas. En el caso de un automóvil
la etiqueta diría que producirlo requirió
148 mil litros de agua; o que unos jeans
necesitaron 8 mil litros de agua. Y que
en ambos casos el porcentaje de reciclamiento
efectivo de sus componentes
es ínfimo.
Avanzar hacia una sociedad regida
por la justicia social demanda cambiar el
estilo de consumo. Lo que en la práctica
significa usar el mismo auto, celular y
ropa por mucho más tiempo. Usar las
mismas bolsas de mandado una y otra
vez. Solo con estos cambios podremos
detener la destrucción de la naturaleza
y, a la vez, avanzar hacia la equidad.