Trastabillando, cojeando, con el pie izquierdo, flaco (sin dinero), y cansado por la grilla, con el inicio del 2020 llega el Instituto Nacional de Salud y Bienestar, una apuesta ambiciosa de la 4T para alcanzar la cobertura universal en materia de salud pública para todos los mexicanos.
No será tarea fácil el cambio de receta médica para atender a los millones de derechohabientes del servicio público de salud y los que están fuera de este sistema, ya que los organismos dedicados a la administración del dinero público en este, como en otros rubros, están enfermos, en coma, adolecen de obesidad, desde hace muchos años que se dedicaron al sedentarismo y a abultar una gruesa nomina que registra enfermedades crónicas, por décadas los pacientes han sido pacientes para recibir solo mejoralitos y cualquier otro paliativo para atender sus enfermedades, mientras las arcas millonarias se convertían en vitaminas políticas.
Todavía recuerdo, como si fuera ayer, pero fue en el primero de enero de 2004 cuando se anunció como panacea el seguro popular, corría el sexenio del cambio propuesto por Fox, y mediante la reforma a la ley general de salud pública se aprobó esta nuevo método de atención médica.
Casi dos décadas después, con tantos enfermos y muertos por la mala práctica del sistema nacional de salud, nos dan otro diagnóstico, todo mal con el procedimiento, algunos galenos no siguieron al pie de la letra la receta, unos nosocomios se convirtieron en hospitales fantasmas, que aseguraban atender sin distingo a los afiliados al seguro popular, pero que igual que hoy no tenían medicinas y se les amontonaban las quejas; de pronto la lista de beneficiarios se convirtió como en un censo casi paralelo a la lista nominal de un partido político.
Mucho dinero después, viene otra intervención al sistema nacional de salud, ahora se le conocerá como INSABI, si se trata sólo de otro remedio casero o si este sí vence el mal canceroso metido en la medula de la burocratización médica, solo el tiempo lo dirá, en tanto, los enfermos y los propios trabajadores metidos con calzador a la práctica del reclutamiento, presentan signos de desesperanza, casi desahuciados deambulan de aquí para allá, buscando una cura a su malestar, que no les llegará pronto.
Si con todo esto ya nos dolía la cabeza, la migraña se exacerbó con el exhibicionista senador Gerardo Fernández Noroña que en un arranque de egolatría combinado con antipatía, presume músculo y no político, desde su bañera, lanza una ofensa visual que casi nos causa una “perrilla” o infección en los ojos, pero que nos deja claro que también tendrán que destinarse carretadas de dinero para el cuidado de la salud mental de los políticos, que creen que nos representan. El imaginario colectivo asegura que esta grotesca imagen se nos envió para distraernos del tema importante que nos preocupa, la salud pública, quién SABI.