“En lo que se deteriora el resentimiento, piensas en lo injusto que han sido por encima de lo injusto que tú pudiste ser”
Cuando eres pequeño, un grupo de niños te dejan de hablar y es como si te aplicaran la pena de muerte. Encubres la desolación viendo el suelo, jugando a las carritos, creando nuevas carreteras, nuevos caminos por donde pasen la gente, los carros y las ciudades nuevas que construyes mientras puedas.
En lo que se deteriora el resentimiento, piensas en lo injusto que han sido por encima de lo injusto que tú pudiste ser. Si alguien les preguntase, nadie de todos los que ahí anduvieron en el borlote sabría bien a bien qué fue lo que pasó.
Lo cierto es que no hubo pelea. Aunque luego surgieron versiones que después se hicieron leyendas, que fueron más allá de la escuela y de la cuadra donde vivías. Dijeron que te tumbaron un diente, que no se te cayó, que llegaron a sus casas con las camisas desgarradas, que fueron expulsados de la escuela. Años después dijeron que uno de los dos traía una navaja. Que tenías 14 años, cuando en realidad apenas tenías siete.
Pero eres niño y te dejaron solo. En el viaje de la imaginación comienzas una nueva vida. Eres el niño que vuela por encima de las casas, que rápido llega a todos los lugares. Que es capaz de enfrentarse a las fieras más peligrosas y a los fantasmas más horrendos del barrio. Un hombre tan fuerte, capaz de encajar postes y doblar clavos con los dedos de la mano.
Por increíble que parezca, en esa desolación, tu imaginación es capaz de provocar la envidia de quienes te denostan. Con imaginación mueves las manos cuando todos te miran. Ven al niño solitario. “Qué hace tu hijo ahí?”, dirá una señora. “Nada…así es él”, le responderá otra.
Pero eres un niño y ves a tus rivales cuando no te ven. En ese instante quieres ser grande para comprar un kilo de plátanos como tu hermano el mayor y causar la envidia de todos tus coterráneos. De todas maneras entras a la casa y sales con una pieza de pan y la devoras enfrente de todos ellos, que simulan no conocerte ni haberte visto en todas sus vidas.
De esa forma se ensaya el enojo y la reconciliación, el problema y la solución, la aceptación y la negación. Encalla un barco en el corazón de otro corazón. Un amigo es para siempre. Eso se comprende de niño cuando buscas a toda costa, y ya sin ningún motivo, los ojos, las manos, los pies, otro cuerpo con quién jugar este juego de la vida.
Para entonces, quieras que no, ya has ocumulado en tu mente todo lo que les dirás cuando los tengas frente a frente. Inventaste que compraron muchos dulces en tu casa, que en los refrigeradores hay pasteles muy grandes, que el niño que vive ahí puede comer pan a toda hora. Les dirás que tu papá es muy fuerte y que tu maestra es muy buena.
Pero ellos querrán saber más después de unas horas de no verte, de que estuviste espiándolos atrás de un poste, donde te daba el sol y te delataba un perro negro, que los otros niños no quisieron ver porque sabían que ahí estabas escondido y había que esperar hasta el momento adecuado en que volvieras arrepentido de todo lo que les hubieras dicho. Te darían una patada de broma, se reirían contigo y Pedro y Juan seguirían siendo tus mejores amigos.
Entonces todos se reúnen en torno a ti y comienzas a contarles historias inverosímiles, para que todos rían y se rompa el hielo. Oyes que te habla tu mamá pero no escuchas y tus amigos tampoco. Tendrán que hablarte tres veces. Aunque si tus amigos se vuelven a enojar contigo, no habrá necesidad de que te hablen, ahí estarás adentro de nuevo, en tu refugio secreto de pasteles y dulces.
HASTA PRONTO.