Hubo una importante interferencia
rusa en las elecciones
norteamericanas del 2016
claramente sesgada a favor de la candidatura
de Donald Trump. Se trató de
algo novedoso en la historia electoral
de los Estados Unidos y del mundo;
una intensa campaña mediática aprovechando
redes sociales en las que
expertos rusos inyectaron grandes
cantidades de información tendenciosa
y falsa. Este material, diseñado
para distintos grupos de población,
apelaba a las pasiones, instintos y
prejuicios de cada uno y conseguía ser
ampliamente reproducido en Facebook,
Twitter, Whatsapp y similares.
El origen ruso de esos materiales se
ocultaba bajo el nombre de numerosas
organizaciones y falsos personajes
norteamericanos.
Estados Unidos se convirtió así en
un gran campo de batalla donde se
puso a prueba la capacidad de usar
como armas ideológicas y electorales
a los nuevos medios sociales. Una estrategia
de manipulación muy difícil
de contrarrestar debido a que tomó a
todos por sorpresa, a la necesidad de
respetar la libertad de expresión y a
que el material era reproducido con
entusiasmo por la misma población.
La novedosa interferencia fue
objeto de una cuidadosa investigación,
que duró dos años y culminó en
el Reporte Mueller. Ahí se comprueba
la interferencia rusa; pero ninguna
evidencia de colusión con la campaña
republicana. Trump obstaculizó la investigación
lo más posible para borrar
la idea de que recibió ayuda rusa.
El Reporte Mueller encontró ilegalidades
varias, entre ellas la obstrucción
a la investigación, que derivaron
en 33 indiciados, varios de ellos rusos;
siete aceptaciones de culpabilidad y
penas de cárcel para gente muy cercana
a Donald Trump. Entre ellos su
jefe de campaña y otro alto dirigente,
un operador político y amigo, su abogado
personal, su asesor en seguridad
nacional y varios más. Trump se salvó
debido a la política interna de no indiciar
a un presidente en funciones.
Sin embargo, parecía posible iniciarle
al presidente norteamericano
un juicio político orientado a su destitución.
Pero entiéndase que un juicio
de este tipo es político y no criminal.
Es decir que depende del voto de representantes
y senadores, y en última
instancia de la opinión pública. Y a
final de cuentas la ciudadanía norteamericana
no se interesó en un asunto
presentado en un lenguaje complejo y
legaloide. Así que no se avanzó hacia
el juicio político.
Tiempo después Donald Trump
le pidió al presidente de Ucrania,
Zelenski, que hiciera una declaración
pública diciendo que se investigaría
por posible corrupción a Hunter
Biden. Un anuncio que por si solo, sin
pruebas, desprestigiaría a Joe Biden,
su padre y candidato demócrata
puntero en la actual campaña presidencial
norteamericana. Es decir,
chantaje: Se interpreta, si quieres la
asistencia militar a cambio tienes que
desprestigiar a mi rival político.
Pero alguien lanzó una alerta
refugiándose en el mecanismo
institucional de protección para este
tipo de denuncias anónimas. Pronto
comprobaron su veracidad varios
testigos. Uno de ellos, el embajador
norteamericano para Europa que, sin
antecedentes diplomáticos fue nombrado
por Trump tras un donativo de
un millón de dólares a los gastos de la
campaña electoral presidencial.
Se trata ahora de un hecho sencillo,
irrefutable y de fácil comprensión para
el público norteamericano y que pudo,
por lo tanto, sustentar una acusación
definida, por chantaje y obstrucción
de justicia, en la Cámara de Representantes.
La obstrucción se refiere a que
Trump negó la entrega de cualquier
documentación e impidió que comparecieran
testigos convocados legalmente.
Con lo cual niega las facultades del
Congreso para supervisar las actividades
del ejecutivo.
Las dos acusaciones, ya definidas
en la Cámara de Representantes,
no han sido enviadas a la Cámara
de Senadores que deber ser la que
juzgue, debido a que en ésta última el
líder republicano se niega a establecer
características esenciales del futuro
juicio. Ha declarado incluso que coordinará
sus actividades con el acusado,
la Casa Blanca, y que no tiene caso
convocar a testigos o solicitar más información.
Al mismo tiempo sostiene
que los Representantes hicieron un
mal trabajo, con poca información,
sin considerar que eso se debió a la
obstrucción de Trump.
El juicio político está en puerta. El
chantaje y la obstrucción son irrefu-
tables; pero eso no quiere decir en
automático que Trump vaya a ser
condenado y destituido. Una buena
parte de los senadores republicanos,
y de la población piensa que
el presidente actuó de manera
inapropiada, pero sin que esto sea
suficientemente grave para quitarlo
del poder.
Trump cuenta con un alto grado de
inmunidad personal ante casi la mitad
del electorado norteamericano. No
lo consideran honesto, políticamente
bien educado y bien informado; pero
tiene a su favor que lo ven como un
hombre “natural”, culturalmente muy
cercano a la mayoría de la población,
con un lenguaje muy limitado,
esencial, y cuyos defectos son los del
hombre común. Esto lo contrapone a
políticos como Obama cuya expresión
refinada, académica y su pensamiento
complejo, lo hace aparecer extraño.
También contraponen a Trump con
toda una clase política que consideran
hipócrita y que a fin de cuentas ha
sido afín al empobrecimiento mayoritario.
Fiel a su estilo, a punto del juicio
político, Trump subió la apuesta con
una acción espectacular; el asesinato
del más alto mando militar iraní, el
general Soleimani. Lo hizo alegando
que este preparaba un ataque inminente;
lo que más bien hace que los
medios norteamericanos recuerden
aquellas mentiras de hace trece años
de que Saddam Hussein escondía
armas de destrucción masiva.
A continuación Trump copió de
nuevo al cómico mexicano clavillazo
con su amenaza de “agárrenme
porque lo mato”, si acaso Irán
respondía a la provocación. Irán respondió
lanzando 22 misiles contra
bases norteamericanas en Iraq. Tuvo
la cortesía de avisarle al gobierno de
Iraq y una excelente puntería para
no matar o herir a nadie; incluso con
daños menores a las instalaciones.
Ahora el gobierno de Iraq exige
la salida de tropas norteamericanas
del país y Trump responde que
antes tendría que pagar los 50 mil
millones de dólares que costó construirlas.
O sea, son nuestras y nos
quedamos.
Afortunadamente para el mundo,
el medio oriente, Irán e Iraq, y los
propios Estados Unidos la amenaza
de guerra abierta se ha pospuesto.
Trump se limitará a apretar más a
Irán con nuevas sanciones económicas
y convoca a los “países civilizados”
a apoyarlo. Pinta una raya en
la que de un lado están los civilizados
y del otro los que se opongan a
sus intenciones.
La provocación a Irán es consistente
con un juicio político en el que
lo importante es la opinión pública.
Trump apela a sus bases apareciendo
como un líder decidido, un hombre
fuerte y patriota. La respuesta
prudente de Irán la presenta como
un triunfo propio.
Así las cosas en este momento.
Pero nada garantiza la estabilidad;
Irán puede hacer algo inesperado.
Pero es más probable que lo haga el
mismo Donald.