No sé qué siga de aquí. Estoy detenido en esta esquina y es la primera vez que percibo esa inseguridad. Nadie conoce el tiempo y eso para mí es un consuelo, sin embargo algo extraño es la incertidumbre, como si quisiera a partir de este momento dominar el futuro.
No sé qué siga. Puede incluso pasar cualquier cosa, acabarse el mundo, uno no tiene el control de nada ni de sí mismo. Mañana podría estar en la siguiente cuadra que veo desde aquí, tal vez el sol me dé en la cara como ahora, pero no será el mismo sol ni yo sería el mismo. Casi a propósito estaríamos otros y yo tal vez no sentiría nostalgia de aquel que fui y que estuvo en esta esquina.
Antes estuvieron aquí un perro que marcó su territorio en el poste, alguien estuvo sentado en una piedra según las cáscaras de cacahuate que hay en el suelo. Mucho antes ni siquiera hubo esquina, ni alguien que pasara, ni el pueblo estaba y el silencio era el presentimiento de esto que ahora ocurre. Y claro, antes de que todo el mundo llegara, pusieran una tienda, hicieron una banqueta que da vuelta.
Si fuese otro en esta esquina, estaría pensando en una casa distinta a la mía. Una casa con cochera con coche por supuesto y no una bicicleta oxidada amarrada a la cerca de púas. Sin que faltara un perro negro.
Siendo otro, es claro que tendría distinta casa, quizás otros muebles, mujer, hijos. Uno qué sabe. Sin embargo soy este que está parado aquí en la esquina que sueña con ser otro. En la esquina hay una farmacia Guadalajara y en contra esquina hay un Oxxo. Sólo quedan dos esquinas: la otra donde está el poste que orinó el perro y ésta donde estoy parado.
Lo que es existe, se exhibe en la relatividad de los cuerpos que juegan simulando movimiento. Nadie se ha movido, estamos donde estamos desde un principio.
Dije que llegué a la esquina, pero pudo ser la esquina de un cuarto, la esquina de una mesa, la esquina, la orilla donde se arrincona el polvo, donde finaliza una cuadra. La esquina de una esquina.
Como todos los que están parados en una esquina, veo el suelo y me regocijo de estar sostenido para no caerme del espacio. A un lado hay un poste inclinado y los cables son las rayas de un cuaderno pautado donde cantan los pájaros.
Alguien enciende y apaga las luces artificiales para que los ojos se reinicien, que ofrezcan generosos las impresiones de la noche y el día, todos los datos de la memoria. Enciendo un cigarro con la melancolía de la boca y arrojó el humo despacio y sigo la nube que se disemina. Eso es lo que seguía.
Estoy muy delgado. Si viene alguien podría esconderme como un hilo atrás de un poste. No saldría de ahí pronto, pues atrás de ese alguien podría venir otro siguiéndolo y eso tampoco uno lo sabe. Con descuido, entre el ruido, silvo una cancioncilla por si alguien pasa.
Es extraño que sea como un segundo ese movimiento imperceptible entre los árboles, el parpadeo de unos ojos atrás de las persianas, el tiempo detenido una y otra vez para volver a contarlo. Aquí las horas vuelven, los días que vienen se van. Las personas fingen no verme.
El viento me ha empujado varias veces me ha jalado por los cabellos, me ha deshilachado la camisa, mojó y secó los pantalones. El tiempo ha deshecho todo el tiempo.
El tiempo, que estaba listo para irse y no le quedó de otra más que quedarse aquí conmigo para siempre en esta esquina. Una pluma borró las orillas de mi existencia, me rasuró la barba invisible. Yo mismo rehago el doblez, plancho la calle como una camisa, devuelvo el agua que llovió y que ahora cruzo el río de mí estupidez y me río de mí risa.
Las esquinas son vértices atrapados en sus ángulos, dos lados que hacen punta de flecha plausibles para seguir andando, el punto exacto donde un hombre puede detenerse a ver para todos lados. Y todo eso en un segundo, antes de dar el primer paso y dar vuelta como hacen todos al llegar a una esquina.
HASTA PRONTO.