José era un monstruo. Y bueno, desde que tuvo su razón de ser, comprendió que una parte de su vida la dedicaría a causar temor entre la población.
Eso ya se lo sabía de memoria. Primero llegaría como un rumor que recorría casa por casa en la voz de las personas asustadas que ni siquiera lo habían visto, apenas habían escuchado hablar de él.
Y ya si no, de ese modo había llegado a esta vida. Nació de milagro después de muchos intentos por expulsarlo. No es que José haya sido muy fuerte o que por voluntarioso se haya aferrado a la vida adentro del vientre, sino que se quedó atorado. De modo que cuando quiso salir no salió, lo sacaron.
Fue cuando descubrió que todo el mundo tenía razón, él era un monstruo y hasta no hace mucho tiempo había sospechado por primera vez que tenían razón.
Cuando nació, por el contrario, no intentaron engañarle a pesar de su horripilante presencia, le dijeron que era feo, que era un verdadero monstruo. Ya viéndolo tal vez usted hubiera hecho lo mismo con tal de que se fuera, pero el muchacho no se agüitó, sino que se quedó por un tiempo.
Ellos ya encontrarían otras maneras de que el pequeño monstruo se fuera por su cuenta. Sin que privara después algún remordimiento. Para que después la gente no anduviera diciendo.
A principio la familia, llenos de pena y dolor, trataron de esconderlo, pero pronto decidieron tirarlo a la basura como se tira un objeto. Lo envolvieron en un periódico y aprovecharon que había llorado suficiente y cuando cumplió un año, antes de que caminara, lo aventaron a un bote de basura.
Un tiempo vive el niño de un año ahí adentro en el bote de basura familiarizándose con las alimañas, con los pequeños segmentos de basura que quedaban luego de que el bote era sacudido en los camiones y él se aferraba en el fondo oscuro por lo cual evitaba que se lo llevaran. La realidad tan simple era que lo ignoraban.
En ese bote todos los días comía pedazos del pollo y crecía, crecía increíblemente hasta casi volverse un adolescente. Pronto, por el mismo descuido de la gente, y por el olvido en que tenían el bote, el niño salió caminando de ahí a los 9 años convertido en un verdadero monstruo.
Era una noche cualquiera para él, no hacía frío ni calor, pero pudo ser invierno porque el viento estaba helado y quienes lo vieron llevaban suéter, chamarras de algodón y corrieron.
Fue cuestión de horas para que el niño se diera cuenta de que no sería aceptado.
El primer nombre que escuchó en la calle después de ese evento en que apareció de noche con las luces encendidas entre los arbustos, fue José, y así se hace llamar desde entonces, incluso otras personas que lo ven de lejos por alguna coincidencia muy extraña le llaman José.
La familia que no sabía que era una familia, que tenía o no tenía dinero porque a él le daba lo mismo, simplemente no lo habían querido. Ahora estaba escondido en ese agujero, en un antiguo drenaje donde antes tuvo que correr a dos o tres pordioseros que hacían ahí sus necesidades.
El viento arreciaba y desde que salió del bote de basura sabía que no estaba en su elemento, que no pertenecía. Pensó que tal vez no lo miraban por delgado traslúcido, por no botanear bien, pero no era eso, lo que ocurría es que le tenían miedo. Y aunque José no notaba ninguna diferencia, tal vez por la ropa, el licor, el perfume de Rusia o la mirada desgarrada, tenía que reconocer que él era muy feo y para ellos era como un fantasma.
Así que lentamente regresó a buscar su bote ya hacía hambre y quizás hubiese algo de comer antes de que lo descubrieran, de que comenzara a llover, de que le diera más hambre, de ver a la gente sin poderla ver. Para decirles que los monstruos eran ellos y no él.
Porque le habían dicho que no se fuera con la finta, que la felicidad no está afuera sino adentro. Pues esos miserables que vivían adentro, eran más felices que los que vivían afuera y pronto despertó.
José estaba en el bote con un bote de alcohol rásel de 60 grados. Todavía con un pie adentro en el bote y el otro afuera en el sueño tortuoso de su existencia, en un momento decisivo.
Ni cómo explicarles que los monstruos sí existen. Nadie salvaría a los niños nomás de estar piense y piense por la noche, aunque recuperarían sus ganas de echarle ganas y su obediencia. Cómo explicarles que en el fondo de un tanque de 200 litros los monstruos también somos felices.
HASTA PRONTO.