Nadie puede acusar a López Obrador
de ser un presidente que no da
la cara. Muchos, en particular sus
adversarios, piensan que la da en demasía.
Dedica alrededor de hora y media de lunes
a viernes a presentar mensajes y responder
preguntas de los reporteros que estén
dispuestos a llegar a Palacio Nacional
antes de las 6 de la mañana. En 14 meses y
acercándose a las 300 mañaneras, habrá
respondido a poco más de 5 mil preguntas.
Algo que contrasta con la opacidad de
los anteriores presidentes, en particular
Enrique Peña Nieto que luego de la pifi a de
los libros que no había leído en una sesión
abierta de la FIL de Guadalajara durante
la campaña, decidió no volver a convocar
una rueda de prensa que no estuviera
arreglada durante su sexenio.
Algunos aseguran que la mayoría de
las preguntas en estas mañaneras son
de reporteros paleros, muchos de ellos
procedentes de medios digitales que nadie
conocía hasta hace poco. Me parece que los
que afi rman lo anterior no se han tomado
la molestia de escuchar estas sesiones
recientemente. Es verdad que en los primeros
meses abundaron los “patiño” que
buscaban quedar bien con el nuevo mandatario,
fuese por el servilismo congénito
de la prensa palera, por protagonismo o por
abrigar la esperanza de que sus zalamerías
se tradujeran en sendas partidas de
publicidad ofi cial. Pero con el transcurso de
los meses las mañaneras se han ido convirtiendo
en verdaderas sesiones de toma
y daca entre un mandatario que le gusta
explicarse y un conjunto de preguntones
variopinto que pide aclaraciones, muestra
contradicciones, intenta amarrar navajas,
exige plazos o critica acciones del gobierno.
Siguen existiendo lisonjeros, pero incluso
estos intentan legitimarse con intervenciones
más o menos frontales, sea porque la
publicidad no llegó a sus medios o porque
las críticas del resto de sus colegas les han
hecho mella.
Cualquiera que se tome la molestia de
seguir estas conferencias de prensa podrá
darse cuenta de que la mayoría de las
preguntas constituyen denuncias, reclamos
y acusaciones. Una especie de auditoría
pública a la que se somete el soberano cada
24 horas. Una batería de cuestionamientos
en vivo y sin fi ltros que resultaría incómoda
para cualquier jefe de Estado.
No para López Obrador, que de eso
parece pedir su limosna. Algunos críticos
han señalado que en lugar de dedicar tanto
tiempo a explicar por qué algo no está
saliendo bien, el presidente haría mejor en
destinar esas horas a gobernar para que
funcione menos mal.
En realidad para AMLO esas mañaneras
forman parte nuclear de su estrategia para
gobernar. Él da por sentado que el propósito
y las acciones de su administración van
a contrapelo de los usos y costumbres que
el conservadurismo, la tradición política
y la sociedad de consumo han convertido
en “sentido común”. El éxito o el fracaso de
sus políticas en buena medida dependerá
del resultado del debate en el terreno de
las ideas. Debe convencer a la mayoría de
los mexicanos y a muchos de los actores
económicos y políticos que reorientar los
esfuerzos para mejorar las ramas económicas,
las zonas geográfi cas y los sectores
sociales abandonados durante tantos años,
terminará siendo benéfi co para todos, aún
cuando exija sacrifi cios de los estratos que
sí han sido privilegiados. Y para hacerlo
debe responder cada día a las muchas
objeciones, resistencias, contraargumentos
y acusaciones.
López Obrador da por descontado que
le son adversos la mayoría de los columnistas
y medios de comunicación, que antes
recibían cuantiosos ingresos de publicidad,
y entiende que él mismo debe contrarrestar
sus ataques. Esa comparecencia diaria le
permite responder a la batería de objeciones
del día anterior; mostrar que los negros
del arroz denunciados son eso, meros
negros de un arroz que cada vez es un plato
mayor y mejor distribuido.
Al responder preguntas, el presidente
no solo aborda el cuestionamiento puntual
del reportero, así sea Denise Dresser o Jorge
Ramos, aprovecha también para contestar
al columnista que el día anterior afi rmó
que comprar medicinas en el extranjero
equivale a destruir la industria farmacéutica
nacional. ¿Dónde está su amor por el libre
comercio?, se defi ende AMLO. ¿Por qué
consentir un monopolio que extorsionaba
con los precios de las medicinas al pueblo
mexicano?. O muestra gráfi cas para contradecir
a las ocho columnas de un diario
nacional que afi rmaba que la 4T había
desatado la violencia.
López Obrador llegó a la presidencia a
fuerza de palabras y a pesar de las enormes
campañas de publicidad y propaganda que
buscaron convertirlo en una amenaza para
México. Hoy, a fuerza de argumentos intenta
convencer al país que sus políticas no son
un fracaso como afi rman sus adversarios
y para ello necesita desmontar las visiones
pesimistas, los datos reales o amañados, los
descontones de sus rivales. De eso se trata
las mañaneras, aun cuando se exponga a
dislates y costosos exabruptos.
¿Por qué el presidente pasa tanto
tiempo frente al micrófono? Uno, porque
los cambios que está intentado afectan los
intereses creados; y dos, consecuencia de
lo anterior, porque cada día, como ningún
presidente antes, su gobierno recibe una
andana de acusaciones, golpes y descalifi
caciones que sólo él está en condiciones
de afrontar. Su obsesión por las mañaneras
no constituye un acto de soberbia o
de protagonismo enfermizo, como más
de uno de sus críticos ha dicho, sino el
instrumento para la madre de todas las
batallas: la disputa por la opinión pública.
Los medios le son adversos, los poderosos
también; no puede permitirse el lujo de que
las mayorías le den la espalda, porque en
el fondo es lo único que tiene. Y para eso
necesita hablar, defenderse, contradecir y
convencer.