“Cada objeto tiene un propósito y juntos elaboran el porvenir y lo que queremos hacer con los sueños dispersos en la ropa que enjuagamos”
Nuestra historia es la de los objetos cotidianos. En su tramo, en su leyenda, en su legado, cada objeto es al mismo tiempo la historia de un éxito y de un fracaso. Una tragedia en medio del espíritu de sobrevivencia. Cada objeto es una vida escogida. Una manera distinta de elegir la vida cotidiana.
Los objetos personales son rastros definitivos. Con ellos se puede hacer una descripción de lo que somos. Ahí se lee el tamaño, la fuerza, la proporción, las costumbres, el uso, el tiempo que les damos.
Cada objeto tiene un propósito y juntos elaboran el porvenir y lo que queremos hacer con los sueños dispersos en la ropa que enjuagamos.
Sin embargo, cada objeto es una lámpara que se apaga. Eso tiene la vida sucesiva de cotidianeidad. Las cosas pasan porque pasan, se quiebran, se doblan, se vuelven inservibles. Y uno las arregla. Las cambia, las pinta de colores, las vuelve otros objetos, pájaros que vuelan en hojas de papel. Pequeñas macetas en los pasillos, detenidos esfuerzos en las pinturas colgados de un alambre de la permanencia.
Los fugitivo es lo que te ahorra el tiempo y el esfuerzo de ir a apagar un foco porque llega otro objeto más rápido que lo sustituye. Y luego otro. Hasta que con un parpadeo lo apagas y cierras los ojos. Ciego. No sabes a qué horas ha pasado todo en el mundo donde los relojes no existen.
Pero todo es fugitivo. Uno mismo es fugitivo, la vida es fugitiva. Las cosas son fugitivas porque la cotidianidad es fugitiva. Y hay un torrente de creatividad que las envuelve y las inhibe. Las elimina. Esa fugaz permanencia es la existencia.
Entonces uno existe porque observa. Por que hace que los objetos se muevan. Esa es la magia de un mago sin magia. Revive para romper con esa permanencia fugitiva. Y hay veces que uno se va, pero se queda. Como las cosas.
Hay veces que el olor es la única sustancia o la última. Entras a un cuarto y huele al personaje que la habita. De ahí nadie escapa. El mismo polvo es denominación de origen. Es polvo único, escombro escogido. Hay huellas de sus dedos en los muebles que más toca, en las esquinas que más se golpea y hay una ventana que cuenta las veces que maldijo y también las veces en que salió y entró una bonita palabra. Hay huellas de canicas con las que jugó de chiquillo. El suave color de una rosa por la mañana. Esa es la cotidianidad fugitiva que pensabas que no se quedaba.
Las veces que se dijo sí, ahora son un no en los lugares donde estuvo. Al volver la vista, la huella del zapato es pisada por otros que pasan como ha pasado. No puedes hablarles porque es la cotidianidad que sigue. Todavía no terminas de dar el primer paso ni has dado el último que diste.
Pasas por una casa y desde la cerca todo describe a sus habitantes. Su guerra por la sobrevivencia, sus peculiaridades, su número de habitantes. Por los árboles los conoceréis, pero también por los pichones que ahí se paran, por los cables que cuelgan de los postes, por la ropa que ahíi tienden. Por el fondo del patio, por los breves corredores, por los caminitos que hacen las hormigas, por los sembradíos de pequeñas plantas silvestres. Por el jardín único de flores fugaces.
La soledad de una casa, por ejemplo, se ve con claridad en el tiempo de los árboles que sembraron, sin que nadie se trepe, sin que nadie haga un columpio o cuelga de una rama. Se puede ver con mucha sinceridad sin que lo digan: cómo son, cómo eran, qué aman y qué han amado esas personas a través de sus objetos cotidianos, los objetos cotidianos, tan fugaces como el tiempo y como uno mismo.
HASTA PRONTO.