De acuerdo al subsecretario de
Salud, Hugo López-Gatell, y al
director general de epidemiología
de la Secretaría de Salud, doctor
José Luis Alomía Zegarra, la llegada
del coronavirus a México es inevitable.
Solo que como en el son de la negra, no
sabemos cuándo.
Fue en un mercado de alimentos exóticos,
donde se vendían armadillos, murciélagos,
perros, ratas, víboras y similares,
donde el virus tuvo una mutación y adquirió
la nueva capacidad que le permitió
infectar a algunos clientes. Así que los
primeros se contagiaron por los animales
del mercado; pero inmediatamente
ellos mismos empezaron a transmitir el
patógeno a otros seres humanos.
La infección ocurre por las microgotas
de saliva que todos expulsamos al estornudar,
toser, hablar y comer. Estas llegan
a las mucosas de la boca, nariz u ojos de
otra persona y la contagian. No entra a
través de la piel, pero si se transmite al
saludar de mano, y posiblemente sobreviva
unas horas en algunas superficies.
Para prevenirlo, además de evitar la
cercanía con posibles contagiados, hay
que lavarse muy bien y con frecuencia
las manos y nunca, nunca, tocarse la cara
después de saludar o tocar superficies
sospechosas.
Las personas que sospechan de
haberse infectado deben usar tapabocas
para no contagiar a otros. Aunque lo
mejor es aislarse completamente. El tapabocas
común y corriente no sirve para
evitar la entrada de microgotas en el aire
porque obliga a aspirar más fuerte y el aire
entra por los lados. Y un tapabocas de
nivel sanitario es caro y no lo encontrará
en ningún lado. Sin embargo el tapabocas
es útil como recordatorio de que no hay
que tocarse la cara.
Algo que dificulta mucho detener
la expansión de la enfermedad es que
es transmitida por gente que todavía
no tiene síntomas; que no se han dado
cuenta de que están enfermos; o que
sus síntomas son moderados y piensan
que se trata de una gripa cualquiera. Son
estas personas las que prefieren cumplir
con sus deberes en el trabajo o la escuela
y continúan una vida normal sin darse
cuenta de que son portadores y contagian
a otros.
Por ello, para contener la expansión
del coronavirus, se tomaron medidas
muy drásticas, del tipo que solo puede
imponer un régimen autoritario a una
población disciplinada. Más de cincuenta
millones de chinos están encerrados en
sus casas en la provincia de Hubei y su
capital Wuhan. Miles de drones vigilan
las calles y siguen e incluso les dan
instrucciones a los salen a la calle. Solo se
permite que una persona de cada familia
salga cada cinco días para abastecerse de
agua y alimentos.
El aislamiento en Hubei es masivo y
universal; en otros lados es selectivo para
enfermos confirmados y potenciales. Es
la manera en que se intenta detener esta
enfermedad.
China ha sorprendido al mundo
construyendo dos hospitales modernos,
de mil y mil 600 camas en un par de
semanas. Aún así no son suficientes. Se
calcula que la tasa de mortalidad es algo
menor al 2 por ciento de los enfermos
comprobados. Pero es de 3.1 en Hubei
donde se concentran los enfermos y los
servicios de salud son muy insuficientes;
pero la tasa de mortalidad es de solo 0.16
por ciento en el resto de China donde hay
muy pocos enfermos y reciben mucha
mejor atención.
En todo caso la cifra de enfermos
severos es alta, de alrededor de 15 por
ciento y la población de alto riesgo son
los mayores de 65 años, con diabetes,
obesidad, presión alta, asma, problemas
broncopulmonares y/o renales.
Aquí en México nos encontramos en
una transición en el sistema de salud que
en algunos aspectos parece caótica. Hay
que esperar que en el caso del coronavirus
ya se hayan diseñado los protocolos
de atención y se tengan disponibles los
recursos financieros y hospitalarios para
reaccionar y tratar con rapidez a los
primeros casos.
El coronavirus no es peor que la
influenza que sufrimos en el 2009 o la
que ocurre cada invierno. Pero hay dos
diferencias relevantes: el coronavirus se
transmite con mayor facilidad, de manera
exponencial, y todavía no se cuenta con
una vacuna para prevenirlo. Así que, aunque
sea menos letal, si infecta a más gente
puede provocar muchas muertes; tal vez
no más que el dengue u otras enfermedades
cuya información ya no es novedosa.
Pero hay otros flancos donde el
coronavirus está pegando. A raíz de esto
China ha visto reducido su consumo de
diésel, gas avión, gasolinas y petróleo en
general y eso ha provocado una caída
de cerca de un 20 por ciento en el precio
de venta de la mezcla mexicana de
petróleo. Y eso nos pega en las finanzas,
que son el punto flaco de Pemex y este
gobierno. Además, Wuhan y toda Hubei
son un importante enclave industrial
que ha dejado de producir numerosos
componentes industriales, por ejemplo,
autopartes. Esto ha llevado al cierre de
casi todos los fabricantes de automóviles
dentro de China, a otros en Corea
del Norte y pone en riesgo, si continúa
o empeora la situación, de que en dos o
tres semanas se agoten piezas necesarias
en distintos sectores industriales.
No es claro si hay o se prevé un
impacto de este tipo en México. No sería
difícil dado que nuestra industria es
básicamente de ensamble, con muchos
componentes orientales.
Pero el verdadero gran riesgo que
nos plantea el coronavirus es asocia
al comportamiento social de nuestra
población, que en mucho dependerá de
la información disponible.
Otros países nos dan indicios al respecto.
En China escasean medicamentos
y antibióticos a los que falsamente
se les atribuyen propiedades curativas.
En la costa oriental de Canadá y Estados
Unidos se han agotado los tapabocas
porque los compra gente que no los
necesita. Caso curioso, en Hong Kong
hay desabasto de papel higiénico. Un
comportamiento social atípico porque
piensan que se puede acabar algo
necesario puede generar desabastos
absurdos que a su vez crearían mayor
inquietud.
Es vital diseñar una estrategia de
información transparente, confiable y
veraz en la que colaboren las instituciones
de salud y los grandes medios; no
hay peores propagadoras de mitos que
la incertidumbre y la desconfianza.