“Tengo una banda de gorriones que me saludan con su canto intermitente de frases cortas desde un cuaderno pautado de cables electrificados. Desde el árbol hay parejas de ellos que se separan y dan una vuelta por las calles para ver el paso de la gente”
Tengo un árbol flamboyán orejón en frente de mi casa. Ya ve usted que estos árboles aquí en la ciudad nacen solos y cuando uno de ellos se logra, alrededor brotan cientos. Son enormes. Yo los comparo con dinosaurios camuflados, cubiertos de hojas verdes.
En él coinciden la mayor parte del día una gran variedad de aves, personas platicadoras bajo la sombra, insectos de otros árboles, hormigas polinizadoras negras, amarillas y coloradas, parásitos inesperados y el viento de los cuatro puntos cardinales tienen ahí su tianguis y sus más caros amores. Sin faltar el sol que desde que sale juega a los espadazos con las ramas alegres.
Tengo un amigo pájaro carpintero que tiene un árbol propio y en él un nido con una compañera anidando huevecillos. Es un árbol muy anciano. No es que el pájaro carpintero sea viejo sino que lo ha heredado por generaciones. A mí me parece que es el mismo pájaro, pero es que se parecen mucho.
Tengo una banda de gorriones que me saludan con su canto intermitente de frases cortas desde un cuaderno pautado de cables electrificados. Desde el árbol hay parejas de ellos que se separan y dan una vuelta por las calles para ver el paso de la gente. A los gorriones les gusta espiarnos.
Tengo un jardín donde hay agua y cuando se me olvida echarle, los gorderos me hablan por la ventana insistentes. Dos de ellos, uno gordo y otro flaco. Tengo urracas que se paran en las copas de los árboles, en las ramas más secas, como pequeños dibujos negros de Allan Poe .
Por abajo pasa un hombre caminando por la plaza, viendo la hora, rompiendo su propio récord invencible de dos kilómetros por hora. A leguas se ve que le falta poco para llegar a ninguna parte. O es como los árboles, no va sino que ha llegado.
Mi amigo flamboyan me mira por la ventana, él cree que habla conmigo pero en realidad no le entiendo nada, a veces llego más temprano y lo veo cuando llega corriendo a ver si me encuentra y aquí estoy esperando a las 7, antes de que oscurezca.
Por turno las aves ocupan las copas de los árboles, cuando da el sol se juntan los gorrioncillos cuyo pecho amarillo resplandece.
Este árbol es como un parque de solaz esparcimiento, aquí no se podría vivir, hay demasiados pájaros y variedades de otros animales. En las ramas gruesas que penden a los costados hay vericuetos que nadie explora. Hay acantilados hacia los abismos de la media calle que se mecen con el aire peligrosamente. Ahí se juega y se brinca No se podría sostener un nido.
Por este árbol pasan como por todos los árboles pájaros de todos, pájaros exóticos, caripotáporos, periquitos australianos, tecolotes, águilas carroñeras, águilas reales víboras de las que vuelan, chiquillos trepadores, arañas, gatos infames y vagabundos del barrio.
Y aquel que está allá me acaba de llegar es un ruiseñor que canta hermoso, pero está muy feo. C ompensa eso. Con su hermoso canto imita a todas las aves de una por una y a todas juntas si es preciso. Andan solos pero son parvadas, parece que no hay nadie pero está lleno el árbol.
En todo este rato el flamboyán vio lo que yo vi. Enfrente de él vio cómo crecí, cómo me brotaron ramas y huesos, cómo alcancé la estatura que tengo, cómo languidezco con las estaciones y cómo reverdece todo eso acompañado de las aves y del viento.
Siento que sin hablar nos entendemos porque están todos los elementos y es ése precisamente el lenguaje verdadero. Sin palabras.
Una urraca de oscuros tornasoles se acerca a dialogar y escucha mi canto de pájaro frente al árbol:
“A veces eres árbol, a veces eres Dios. Dejas que pase el sol que desabotona lentamente las voz de las ventanas. Es posible tu hoja, tu fragmento de nubes paseando por las calles de sombra, tus ojos son peces de un acuario hecho por la brisa. Tus labios de sabia delgada son fibra de trigo de lluvia que va y viene por tu sonrisa privilegiada de agua. Es poema dibujado en la calle la estructura de tu cuerpo de frases, de ramas, de tu corazón recitado por mis labios. Te escribo a veces, a veces eres aire, a veces eres yo, a veces eres tiempo infinito en las perlas de una nube. Te escribo a contraluz sin brazos, te escribo a veces yo, a veces tú, a veces los dos en el espejo enorme de las hojas. Te escribo y te describo flamboyan, en paraíso de hojas que hablan por mí esta tarde.
HASTA PRONTO.