Hace menos de un año, en el clímax de una relación diplomática y comercial que parecía firme, el príncipe Abdalaziz Bin Salman, ministro de Energía de Arabia Saudita, expresaba con notorio optimismo sobre la alianza petrolera pactada con Rusia:
‘Muy pronto celebraremos el acto que continuará uniéndonos, hasta que la muerte nos separe’.
La muerte, a través de un diminuto y escurridizo virus, llegó muy pronto.
Con lo que no contaba el ministro árabe -ni él, ni el mundo entero-, era con la irrupción maligna y letal del Covid-19.
El virus, de impacto global, contagió los mercados financieros desde principios de 2020 y causó una drástica reducción en el consumo del petróleo. Por consecuencia, el precio comenzó a tambalearse.
Para evitar una caída fuera de control, Arabia Saudida, virtual líder de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP), propuso limitar la producción de crudo. Rusia se opuso. Sin acuerdo, la alianza reventó. Las consecuencias están a la vista: el precio del barril de petróleo se desplomó.
Más allá de las diferencias planteadas sobre la mesa, los rusos rechazaron la propuesta de los árabes por una razón de aparente fondo: poner límites a la producción petrolera para mantener los precios favorece, sobre todo, a las empresas petroleras de Estados Unidos que extraen el crudo por medio de la técnica del ‘fracking’.
Actualmente, Estados Unidos ocupa el primer lugar en producción petrolera. Esta posición la logró con la (controvertida) extracción de petróleo esquisto (shale oil).
Ese liderazgo de los gringos no gusta a la Rusia de Vladimir Putin, hábil y astuto jugador de la geopolítica en el contexto de la crisis económica y sanitaria generada por el coronavirus y, por supuesto, en un año donde la nación norteamericana asistirá a las urnas para elegir si Donald
Trump se queda en la presidencia o si llega, con el decidido impulso del ‘establishment’, el demócrata Joe Biden.
Para amortiguar la histórica reducción de los precios del barril de petróleo, Rusia cuenta con un fondo de 570 mil millones de dólares. Nada mal para soportar tiempos oscuros.
Arabia Saudita, por su parte, tiene una capacidad de producción de 12 millones de barriles diarios de crudo. Además, es el mayor exportador de petróleo del planeta. Los jeques todavía administran la abundancia.
Otros países no tienen tantos recursos a la mano: simple observador de la confrontación de intereses globales -un escenario de alto nivel donde no tiene voz ni voto-, México sufre con el desplome de los precios del barril de petróleo.
Para comenzar, ante la caída del crudo, la primera víctima es el peso: ayer, una vez más, cayó frente al dólar. El cotizado billete verde rebasó los 24 pesos. Esto, aunque no lo quiera reconocer el gobierno de la Cuarta Transformación, es una devaluación. El señor de Palacio Nacional ni siquiera toca el tema.
Lo que más duele a la 4T de la guerra del petróleo es que su proyecto de nación (cualquier cosa que eso signifique) se encuentra, en buena medida, sustentada en la reactivación de una empresa símbolo en la visión lopezobradorista-cardenista: Pemex.
Con el desplome de los precios del barril de crudo y el escenario de profunda y aguda crisis económica global provocada por el Covid-19, el proyecto de darle viabilidad a Petróleos Mexicanos prácticamente quedó descarrilado.
Bajo ese panorama de confrontación de intereses petroleros entre Rusia y Arabia Saudita (y Estados Unidos), una buena noticia surgió: la disminución de los precios de la gasolina. Eso no sólo sucedió en México, sino en todo el mundo.
Ese tema lo abordó ayer en el Congreso del Estado el diputado local Mon Marón. Desde la tribuna, el legislador blanquiazul explicó: ‘Al bajar el precio del petróleo a nivel mundial, que es la materia prima para la elaboración de la gasolina, las compañías que refinan el petróleo, redujeron los costos de elaboración de dichas gasolinas. Por lo tanto, el precio de venta al público es menor’.
Además, el diputado local dijo que la competencia entre gasolineras, fomentada por la reforma energética, fue otro factor para que el precio de la gasolina disminuyera.
Mon Marón aprovechó para aclarar: ‘La gasolina no bajó gracias a la Cuarta Transformación, al gobierno central o al partido de Morena… (quieren hacer) creer que gracias a ellos bajaron los precios de la gasolina en el país’.
Es la realidad. La ley de oferta y demanda es implacable: con una virtual cuarentena, cuando la gente se queda en casa, el consumo de gasolina va a la baja y, por tanto, su precio.
Uno de los problemas de las banderas ideológicas centradas en el nacionalismo es que pierden de vista lo que sucede en el mundo. Esas ideologías, que no ven más allá de sus fronteras, suelen equivocar con frecuencia sus diagnósticos.
Esa es la realidad, una realidad global y capitalista.