3 julio, 2025

3 julio, 2025

EL ENCIERRO COMO ANILLO AL DEDO

Crónicas de la calle

En chanclas, él sale de la cocina, sube las escaleras y llega a la recámara. Ella en pantuflas con un conejito blanco viendo para todos lados, sale a
las tres de la recámara, baja las escaleras, se encuentra con él, pasa por la cocina y sale un poco al patio a tomar aire. Él busca en el ropero una camisa que ella acaba de lavar, para ensuciarla él.
Él observa el cuarto y nota todo el desorden que él mismo ha causado. Decide ayudar un poco. Recoge una playera que se acaba de quitar del Correcaminos. La pone en el canasto. Recuerda las luchas libres de antaño con ella en la alfombra
y sin réferi, sin límite de tiempo. Hasta que los descubrió la suegra. En aquel entonces tenían un perro que lo presenciaba todo y era bien chismoso.
Se tienen confianza. De tal suerte que él puede perderla de vista por un tiempo, no sabemos cuánto. Busca un libro de los que nunca encuentra para preguntarle a ella como siempre, pero está vez olvida cómo se llama. Porque ella se adelanta y le grita desde abajo que si está buscando el libro de José Mancisidor, ella no tampoco recuerda el título, así como tampoco se acuerda que ese señor haya escrito un libro.
Al rato se encuentran de nuevo en el primer corredor que hubo desde que se casaron. Y hacen como si nunca se hubieran conocido. Él no le confiesa que desde hace rato la andaba buscando, quien sabe para qué, pero la andaba buscando. Sin embargo ella lo había adivinado desde su posición de diva y con su intuición femenina. De tal suerte para él que para eso de las siete, antes de oscurecer, ella se anda-
ba haciendo la encontradiza. Y el, ingenuamente ignoraba que aunque así hubiese sido su deseo no hubiera podido correr.
Ella trata de disimular que no
lo ve como aquella vez cuando lo vio que venía y el hace lo mismo pero sin querer la ve como aquel día. Entonces ella decide no verlo de veras para pasar de largo y que como aquella vez él la detenga con un abrazo, pero ella no se pone a pensar que a lo mejor, o a lo peor, él ya no se acuerda y se la rifa.
Él no se dió cuenta a qué horas oscureció, pero ella ya había metido la ropa y estaba planchando otra vez, sin albur, después de un rato.
Ella enseguida trepa las escaleras y una por una va colgando las camisas y se topa con la mano de él que escoge una camisa celeste y cuelga la otra.
Ella se dió cuenta de su existencia cuando estaban en la prepa. No hacía mucho de eso. De modo que el tiempo solos, como en éste encierro involuntario, les caía como anillo al dedo luego de mucho tiempo, años, diria yo, de no estar tanto tiempo viéndose a los ojos a cada rato. Lejos y cerca del facebook.
Enseguida ella se pone de pie para ver un gato que pasó por la ventana y al asomarse bien ve un perro callejero. Pobrecitos. Pensó en todos los perros a quienes desde antes de la pandemia el olvido ya estaba con ellos.
Él, sin ser notado recoge con la vista el tendido del cabello de ella y busca un estrella. La más cercana. Y cuando siente su cara, la encuentra. Y la vida comienza y termina todo al mismo tiempo sin tiempo, donde habían empezado su vida juntos.
En esa casa que habiendo estado
en muchas partes, acaso en otras ciudades, seguía siendo la misma.
HASTA PRONTO.

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