YO digo que los hechos suceden a cualquier hora del día y en el transcurso de una calle que termina muy pronto.
De acera en acera transcurre la vida como la escribo en esta prohibición de salir a la calle.
Los vehículos y personas que pasan por las calles de Victoria son muy esporádicos. Al frente se oye el eco de una persona, y muchas de ellas se acumulan en la memoria. Otra es la vida real que ocurre si la miras, y otra más es la vida cuando la miran otros.
Debido las restricciones que pasan por la pandemia, hay cuarentena. La gente no debe andar en la calle y sin embargo hay quien lo hace. Se ven extraños si los ves de lejos, pero de cerca son como uno. Ya en la calle los envuelve un misterio que tal vez nunca se sepa.
La mujer se dirige al norte de la ciudad, pisa la banqueta de enfrente y mira para todas partes y nadie la mira, según ella. Todos la vemos, según nosotros.
El rumbido de los coches es muy claro y contundente, el sonido de una puertas que se abre y luego se cierra, es muy sincera en alguna parte. Es un portazo. En seguida el carro, a toda marcha desaparece en el fondo delgado del rumbido, detrás de las llantas de otro carro que pasó primero.
De uno a uno fueron saliendo de la calle los sonidos juntos de las horas pico. Los sonidos del domingo como árboles y nidos de sueños. Alguien apagó la cajita musical, se fueron unos sonidos pero llegaron otros al mismo silencio.
No sabía que hubiera tantas puertas y ventanas que abrieran y cerraran las tardes. En los pianos de la risa ahora también pasa un piano. Se escucha el césped que fue pisado por un gato negro y se olvida pronto, entre el tumulto del silencio.
El silencio tímido se extrovierte entre luces que se encienden y se oyen voces tranquilas, ferozmente amorosas. Uno se llena de envidia, de tilde de la noche que el artista dibuja.
Por el bien de todos que amanezca, que termine la pesadilla de la incertidumbre. Pero estás soñando. Pides que no despiertes. Y si lo haces, que sea con el aroma de la ciudad, que no puede grabarse en un video porque es como un viaje en la noche y sin luces.
De pronto se escuchan los pasos de
un hombre, pudiera ser un médico, tan socorridos en estos casos. Un profesor de primaria que salió a tomar aire al patio contiguo. Pudiera ser el aire, una rana que se mueve como una mano que dirige el concierto.
Hay un golpeteo incesante. Siempre lo hubo. Atrás del golpeteo sin duda hay un extraordinario personaje que nunca se cansa, ni de noche ni de día. No sé quien sea ni tengo sus datos por si se ocupa una pared de escombros, unas tablas que rechinen cuando salga del árbol.
De pronto hay silencio como si todos escucháramos la misma tregua que precede a una charla. Oscurece afuera y el misterio es oscuro en las voces multicolores que suben de tono. Todos queremos saber quienes don’t, en que sitio de la cuadra, nadie pregunta. Si alguien toce
le sigue un murmullo que se apaga hasta bien entrada la noche.
Se escucha el repiquetear del claxon de una patrulla. Siempre las hay. Adentro se resiste la temperatura ambiente. Las luces de las casas se asoman a los jardines y les gusta mucho.
Los pasos que se acercan son firmes si me fijo. Como siempre son barcos de suelas y un color eléctrico, vulgares zapatos, inquietos huaraches de verano.
Abro la puerta como si hubiera llegado alguien mientras la envidia me corroe, pues los pasos se detienen en la puerta siguiente y al abrir hacen un ruido que yo no había oído.
HASTA PRONTO