Cuando haya pasado esta
crisis vamos a seguir usando
zapatos. También ropa,
utensilios de cocina, muebles,
materiales de construcción; y
compraremos verduras, frutas, miel,
azúcar, quesos.
Seremos más austeros, un mucho
por la fuerza y otro poco porque
habremos aprendido a prescindir de
algunas cosas. Pero hay otras que
seguiremos usando y aquí la gran
pregunta es ¿de dónde vendrán?
¿Quiénes las van a producir?
De Guanajuato llega la señal
de alarma de que unas 500 de un
total de 700 empresas formales
productoras de calzado no
podrán resistir otro mes la actual
disminución de sus ventas. Se
trata, señala Alejandro Gómez
Tamez, presidente de la Cámara
de la Industria del Calzado del
estado, pequeñas, medianas y
microempresas, PyMes, cuyas
ventas cayeron en un 90 por ciento,
que no están trabajando y que no
cuentan con liquidez. Por ello se ven
forzadas a despedir personal.
Unas 83 mil personas están
registradas en el IMSS y, si se
considera a la informalidad, habría
que sumar a por lo menos 90 mil
personas ocupadas en este sector.
Es decir que los empleos de los que
depende el ingreso y el bienestar de
más de 170 mil familias se encuentran
en el filo de la navaja.
La situación de la industria del
calzado representa muy bien al
conjunto de la economía nacional.
Somos un país de empresas pequeñas
y micro que en su enorme mayoría
cuentan con menos de cinco
trabajadores, pero generan más de
la mitad de la producción nacional
y más de las dos terceras partes del
empleo.
Tenemos una pequeña, mediana
y micro industria muy golpeada por
décadas de competir en desventaja
con las importaciones. El modelo
económico macro propició la
venta del patrimonio nacional, la
desnacionalización de la industria, la
banca, la minería y el comercio para
favorecer importaciones subvaluadas.
Algo así como vender la vaca para
comprar leche.
Solo que en la austeridad
forzada tendremos que aprender a
consumir lo nuestro y reaprender a
producir lo esencial. En ese sentido
apunta la devaluación del peso y el
encarecimiento de las importaciones;
un camino que no hemos terminado
de recorrer.
Hay que evitar que al salir de
este encierro que preserva la vida
nos encontremos con que ya no hay
donde trabajar. Y que resulte que
para usar zapatos habrá que traerlos
del extranjero mientras que miles de
connacionales que saben y pueden
fabricarlos encuentran cerradas las
puertas de sus unidades de producción.
Preservar esas fuentes de trabajo
es hoy en día la mejor inversión. Lo
mismo hay que decir de muchas otras
actividades que se están paralizando
pero que vamos a necesitar más que
nunca dentro de pocos meses.
Urgen apoyos y rescates, no
de transnacionales y grandes
corporaciones sino del México real,
el de la informalidad y las PyMes.
Los mecanismos deben amoldarse
a distintas circunstancias. Para las
empresas formales habría que pensar
en la reversión de flujos; seguramente
tienen cuentas bancarias registradas
en el SAT y el IMSS a las que pueden
revertirse, como si fuera devolución
de impuestos, recursos acordes a la
nómina que tienen registrada o a sus
declaraciones de impuestos.
Algo que deberá corregirse más
adelante es el castigo al empleo que
implican los impuestos a la nómina
y las cuotas de seguridad social. Es
absurdo que las mayores generadoras
de empleo paguen más. Habría que
repensar el tema fiscal para que las
ganancias asociadas a una escasa o
nula generación de empleo sean las
que paguen mayores impuestos. El
empleo debe ser premiado.
Pero este mecanismo solo es útil
para las empresas formales. Habría
que pensar en un proceso acelerado
de registro de unidades informales
incentivado con apoyos económicos y
la promesa de que estarán exentas de
impuestos y cuotas durante años.
La paradoja es que dentro de
la informalidad y también en las
PyMes sobran grandes cantidades
de bienes que no encuentran
canales de comercialización. Los
zapateros no pueden vender su
producción; tampoco los pescadores;
los fabricantes de telas y ropa; los
de alimentos preparados y dulces
regionales, los de adobe y tabiques. La
lista es infinita.
Es un problema que se ha
agravado en esta crisis, pero no
es novedoso. Cientos de miles de
microempresas perdieron el mercado
que tenían en su entorno directo y no
pueden acceder a los grandes canales
de comercialización. Así que cierran.
Los viejos productores
convencionales se convirtieron en
pobres necesitados de transferencias
sociales. Y estas han funcionado
para reconvertirlos en consumidores
de productos transnacionales.
Esto debe cambiar y en adelante la
política social deberá reorientarse a
reconstruir el entorno de mercado
local y regional diversificado en el que
puede consumirse su producción.
El principal apoyo que puede
recibir la informalidad y las PyMes
es colocar su producción y servicios.
Hay que lanzar programas de
compra de la producción informal
y convertirlos en apoyos sociales a
grupos vulnerables. En el medio rural
hay cientos de miles de gentes, sobre
todo mujeres necesitadas de mejor
calzado. Y vestido, y materiales de
construcción y de muchas otras cosas.
La mejor forma de convertir la
producción informal en apoyos
sociales es plantearlo en reversa.
Hay apoyos monetarios a cerca de
veinte millones de personas y hay
que convertirlos en demanda para la
producción informal y de PyMes.
Ya la ciudad de México nos da el
ejemplo con mecanismos de reparto
de vales que pueden usarse para
compras en los comercios locales.
Esto puede reproducirse a nivel
nacional para canalizar la demanda a
los sectores en riesgo.