Las personas fueron confinadas en
semanas anteriores para evitar el
contagio con el virus COVID-19 que
ha estado matando por miles, con las e videncias de que la infección tenía su propia
lógica, pero en un escenario de colapso de
medio ambiente deteriorado por la convivencia humana cotidiana. La presencia
de animales en ciudades sin gente en las
calles fue un mensaje ecológico: los seres
humanos, en su confort y pobreza, estaban
destruyendo el planeta.
Si el confinamiento debió de haber sido
la oportunidad para la reflexión, la urgencia
por salir de las casas y regresar a las calles no
dejó ver ningún indicio de arrepentimiento,
Las primeras personas que salieron a las
calles después del confinamiento aglomeraron las ciudades sin orden, regresaron a sus
viejas prácticas comodinas y llenaron bares,
cantinas y terrazas,
No, no hemos entendido el mensaje
del COVID-19. Y nadie está reflexionando
sobre el contenido de esos mensajes. Nadie
está respetando el medio ambiente al salir
de sus casas. El ecosistema del ser humano
es el de la depredación del medio ambiente. Ni gobiernos, ni personas, ni sociedad
organizada van a aprender la lección del
virus. Seguiremos el camino hacia nuestra
autodestrucción.
El mundo del discurso político es el de
la racionalidad de las ideas. Sí, es cierto.
Inclusive, ya ha adquirido rango de categoría
de ciencia política. Sin embargo, el discurso
muchas veces se mueve detrás del espejo de
Alicia. Lo que refleja el cristal es la realidad,
aunque detrás del espejo pueda existir
cualquier cosa.
El discurso presidencial de los gobernantes afectados por el coronavirus tiene
claridad: crea un ambiente de optimismo,
inyecta ánimos a una población desorientada, anuncia acciones verbales que tratan
de modificar expectativas y se convierte en
instrumento de gobierno; sin embargo, la
ciudadanía contrasta de modo automático
el discurso con la realidad y ve con claridad
dos mundos.
Ahora el discurso oficial inserta en el debate el concepto de “nueva normalidad”, un
escenario que se utilizó después de los terribles ataques terroristas contra la población
civil el 9/11 del 2001 en Nueva York. Nadie,
por sí mismo, quiere regresar a la normalidad anterior, cuyas contradicciones llevaron
en ése y otro caso, como en el coronavirus,
a crisis mucho mayores que rayaron en la
ruptura civilizatoria.
Lo malo radica en los hechos: la realidad
anterior era tan crítica que llevó o dio
escenario a las rupturas ingobernables.
Salir de una gran crisis exige iniciativas
monumentales: la primera guerra mundial,
la gran depresión de 1929-1933, la seguida
guerra mundial, la guerra fría que mantuvo
al mundo en la orilla de la hecatombe mundial, los ataques del 9/11 y las muchas crisis
económicas en el camino lograron cambiar
los sentidos de la historia, aunque a veces se
llegara a nuevas crisis,
El colapso sanitario del COVID-19 está
obligando al mundo a una nueva etapa de
conciencia y de enajenación. Pero los líderes
nacionales y mundiales, las clases productivas y los grupos disidentes carecen de visión
prospectiva. Y la peor parte se localiza en
la sociedad: las fotografías de las primeras
escenas del desconfinamiento y la salida a
las calles mostraron a personas sin respetar
las reglas de sanidad y, peor aun, casi todas
con vasos de licor en las manos, exactamente lo que vimos antes de la llegada de la
pandemia.
La nueva normalidad no es más que la
misma…, y ni siquiera disfrazada. Todos vimos con grata sorpresa que el confinamiento
sacó a los animales de sus cuevas y refugios
para invadir las calles de las ciudades: el
mundo originario recuperaba su territorio,
después de siglos en que la humanidad estuvo destruyendo el medio ambiente. Pero el
regreso a la vida abierta repuso los anteriores
parámetros de convivencia: la destrucción
de nueva cuenta del medio ambiente, como
si la pandemia y el confinamiento hubieran
sido una mala pesadilla.
Los seres humanos son los únicos
animales vivientes que se tropiezan siempre
con las mismas piedras. No existe una
reflexión de las razones que llevaron a la
pandemia y el confinamiento, no se aprendió la lección de que el aviso más importante
fue saber que se está destruyendo el medio
ambiente y el equilibrio ecológico, se volvió
a cerrar los ojos ante la realidad para brindar
por el regreso a una normalidad que ignora
la destrucción del ecosistema de equilibrio
natural.
A pesar de que la crisis del coronavirus
puso en el tapete del debate mundial la existencia de la civilización actual a través de la
llamada agenda verde, las personas salieron
de su confinamiento para volver al modelo
social de destrucción del medio ambiente. Y,
otra vez, los animales desalojaron sus territorios recuperados de manera momentánea
ante la llegada del hombre-destructor. Las
personas reflexionaron el confinamiento
no en el escenario del equilibrio ecológico
destruido, sino de la pérdida del confort que
destruye el medio ambiente.
Los tiempos del confinamiento fueron
una pequeña ventana para que los filósofos,
la única tabla de salvación de la destrucción civilizatoria, salieran de sus cuevas
platónicas para lanzar advertencias de que
estábamos autodestruyéndonos, pero esas
claraboyas se volvieron a cerrar más temprano de lo esperado. No, la gente no quiere
oír de catástrofes autoprovocadas, sino de
estados de ánimo correlativos a la comodidad moderna: los restaurantes, los bares,
las terrazas, los cafés, todos esos lugares en
donde se reúnen para evadir la realidad que
va a destruir, de manera inevitable, el planeta, antes que una guerra nuclear cumpla su
objetivo histórico.
Bienvenidos, pues, a la nueva normalidad
que es la misma de antes.