CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.-Doña Luisa trapeaba con mucha energía la estética donde trabaja. “huele mucho a encerrado” decía y volvía a exprimir a su mechudo compañero.
Ella y sus compañeras ya ansiaban regresar a la chamba pues aparte de pasarla cuarentena completamente aburridas y de tener que aguantar a sus viejos todo el día, el dinero se agotó demasiado pronto.
Juanys, otra estilista decidió botar el cubrebocas porque al limpiar se agita y ‘le impide respirar’.
Las cortadoras de cabello del rumbo del 6 Juárez y bulevar saben que al volver a tener contacto directo con sus clientes estarán expuestas a un posible contagio, pero la situación ya no puede esperar. Preferirán jugársela pues de lo contrario tendrán que cerrar definitivamente su negocio.
‘Chistín’ no dejó de trabajar todo este tiempo. Su
condición económica es prácticamente ‘vivir al día’ conforme fue avanzando el cierre de negocios en la zona centro tambien se fueron escaseando los transeúntes que le regalan un pesito en el semáforo del 9 Bulevar al admirar su acto de payasito malabarista.
El dinero que con mucho sacrificio logra ganarse disminuyó casi hasta esfumarse durante la contingencia, pero gracias a Dios nunca faltaron esas almas solidarias que le echaron la mano para que pudiera llevar el pan a la casa. Por la naturaleza de su profesión de artista callejero nunca usó cubrebocas y las monedas que recibió jamas se desinfectaron. Fue un abierto desafío con elevadas probabilidades de contagiarse, y hasta hoy la ha librado. Chistín no le pide mucho a la vida, solo quiere seguir trabajando sano.
Anabel tampoco pudo ‘quedarse en casa’ estos dos meses: laboró en horario normal como cajera en una supertienda de la zona centro. Sus patrones les proveyeron de cubrebocas y guantes, además de aplicar el distanciamiento necesario a su clientela. Su preocupación ahora es qué va a pasar cuando la tienda vuelva a aceptar que la gente entre en montón y se aglutinen al pagar. Algunos de sus compañeros tuvieron que acudir al médico pues
resultaron contagiados en este lapso. Sin las medidas de mitigación quedarían expuestas mayormente a un contagio en cualquier turno en que las coloquen, también sus compañeros de piso o bodega.
Don Samuel dice que a él, el Covid-19 ‘se la pela’. Estos últimos tres meses siguió abriendo su vulcanizadora ‘como si nada’ pues según sus palabras ‘eso fue todo un invento’. Lo único que si tuvo que hacer para continuar laborando fue acordonar el área de acceso para que los clientes se mantuvieran alejados entre si.
A sus sesenta años dice que nada lo asusta y que la pandemia fue un engaño. “A ver ¿donde están los muertos joven?” cuestiona al Caminante; “Yo no supe de ninguno y tengo una muy buena fuente que trabaja en funerarias y velatorios y ahi dicen que todos los que llegaron fueron por muerte de otra enfermedad o por choques… nombre que chingados cual coronavirus ni que la fregada… yo por eso no dejé de chambear… total dije: o me muero de coronavirus o me muero de hambre” dice el viejo y suelta la carcajada.
Aline se quedó sin trabajo. El puesto de gorditas y flautas donde se desempeñaba literalmente desapareció. Esta temporada de reclusión tuvo que
regresar a la casa de sus papás para cuidarlos y se salió del pequeño cuarto que rentaba en la colonia Mainero. Fue difícil para ella pues después de muchos pleitos estaba por fin luchando por su independencia económica y familiar. Ahora esta de nuevo dependiendo de la pensión de sus padres y sin poder tomar decisiones. En cuanto se pueda regresará a buscar chamba preparando comida. El futuro podría ser bueno… o no.
Como ellos el Caminante ha conocido muchos ejemplos mas de victorenses que aún con todo y miedo, no pierden la esperanza de regresar a la normalidad, o tal vez, a una “nueva normalidad”. Demasiada pata de perro por esta semana.