Era, según Juan, un cuadro abstracto como otros que había hecho, similares, parecidos y como si fuesen uno solo. Desde arriba, desde donde Juan ve el cuadro ahí de pie, Juan se preguntó como siempre lo mismo, que si el cuadro no sería otro de sus abstractos que terminaría siendo el mismo al fin y al cabo, pero en él rondaba otra sensación, una raya radical, un carácter opuesto de un cuerpo, la luz silenciosa del fondo le hacían notar un algo diferente. Así que luego de encontrar un cigarrillo y encenderlo salió a la calle.
Sintió cómo de sus manos acababa de crear algo distinto, un engendro, ahora en las manos vacías hacían espacio a esa ausencia. Sentía nostalgia. Libre de todo, como un Dios, recordó el dibujo. Era un precioso abstracto a tinta negra sobre cartón.
Recordó la tinta demasiado oscura como las noches. Recordó el cartón elegido de sus preferidos, un cartón muy viejo cuyo blanco ahora café le diera su textura única. Una tarde llegó sobre él
y se puso a trasar en automático lo que ahora recuerda como lo que será su obra maestra, uno de sus clásicos preferidos que seguramente algún día tendrán un espacio en la sala o en la habitación de una persona a la que hubiera llegado por el motivo que hubiera llegado.
Dios hace un cuadro y lo pasea un rato hasta que se vuelve común entre la gente. El tiempo lo grita y los segundos en los dedos queman el papel, el espacio de tierra. Por eso Juan volvió como aquella otra tarde a repetir la rencilla con la puerta que nos sirve, a encender a tientas la bombilla cada vez más cerca, a instalarse la penumbra en el saco roto, abstracto como sus pasos, sin rumbo como sus cuadros, por el cuarto.
Algo pasó por la mente de Juan que una vez adentro, sólo con su calma, le dio por ver el cuadro y no lo encontró a simple vista donde lo había dejado siempre que lo deja, en el buró. Tampoco lo halló donde nunca lo deja pero a veces lo encuentra, donde quiera.
Era un pequeño cuadro hecho a tinta negra sobre una cartulina blanca. “Vaya manera de desperdiciarla”. había dicho un amigo que sí dibuja. A veces lo recordaba como ahora que estaba sin encontrar el pedacito de cartón con su obra maestra bajo la cama.
Aún ahí abajo de la cama a Juan le era imposible no percibir detalles de uno de esos mundos, de una de sus obras clásicas que el mundo no perdona si no se dibuja en un cartoncillo de 20 por 30. Juan pensaba ahora en la importancia de encontrar el cuadrito.
Años después sin que viniera al caso, Juan me confesó que en ese rato se dio cuenta que no encontraría el cuadro y que por lo tanto para cualquiera será importante que el mundo supiera del mundo claroscuro que acababa de reconocer, el mismo olor era difícil de creer, las formas que tienen brazos largos cuando acudes en la ruta de los cuerpos sino a los trazos horizontales que se pierden en la nada.
También me dijo que por querer salir rápido encontró el cuadro y que lo que vio abajo de la cama lo guardó en la memoria.