En las caídas el hombre aprendió a qué había venido a este mundo, descubrió el mundo de las escaleras y del falso equilibrio.
Te caes en los primeros meses de vida. Cuando nadie te sostiene caes al suelo y sientes el frío y reseco movimiento del cuerpo que se golpea y escuchas voces y risas y te pones de pie.
Es cierto que nadie pasa del suelo hasta que cae uno frito o alguien lo arroja ya duro y seco a un pozo. Alguien llora. Ves que han ido todos a enterrarte, los cuentas para ver si acudió fulano y sutana. Ahí están los que no querías que estuvieran, y te quedas dormido.
Todos nos caemos, nos caemos de todo y nada, nos caemos de maduros, de fruta lista, de mordidos, se cae uno al ombligo, uno es fruto podrido, pero antes en un árbol sueña lo necesario para creerse vivo.
Hay gente que cae y está sola, nadie sabrá nunca. Otros caen a cada rato, otros hacen sus propios obstáculos, hay caídas merecidas e inmerecida. Suficientes caídas de árbol, necesarias como las hojas. Somos ángeles caídos que nos compusieron con el golpazo según sea el caso.
Caes y eres el que cayó a media cuadra o en la esquina, dejas esa cicatriz virtual que se evapora a mediodía pero renace si alguien la recuerda. Te caes y eres importante, puedes levantar la mirada, todos querrán ver si aguantas o lloras, no lloras. Lloras y todos quieren ver al que está llorando para escribir una historia llena de fantasías cubiertas de gloria.
El espectador ve que uno cae y se espera un rato a ver si cae otro, luego se va y vuela al día siguiente hasta que ve al que se cayó y ve al pozo. El espectador mide el pozo y justifica las caídas o las reprueba. Hay caídas una detrás de otra a cambio de pozos donde nadie ha caído aunque para eso se hubiesen hecho.
Las caídas cuentan con una cantidad saludable de tragedias, personas que nunca debieron haber caído cayeron, personas que no cayeron por más que se les invitó a dar el butacazo y no lo hicieron.
Ahí debió caer uno que otro malandro. A cambio cayeron personas buenas, sacrosantas mujeres, intocables vecinas, deudas impagables y 2 pesos que alguien traía en la bolsa donde traía tiempo de sobra.
Ahí cayeron todos: el mesero que abajo recibió reclamos por el mal servicio, cayó el hijo del mesero que los agarró a trancazos a todos por las críticas, callaron los hijos de los otros que hicieron que el hijo del mesero se retirará del boxeo.
Cuando vas rumbo al suelo verás a toda esa gente mirona pelandote los dientes, curiosa, como si fueras al suelo. No, no vas muerto, vas al suelo, pronto sentirás el reatazo bien gacho y contarás los dientes que se te cayeron. Gozas mientras eso esté en el pequeño futuro inmediato.
Alguien, nunca se sabe quién, hizo un pozo para ese propósito, por la noche sin que te dieras cuenta fue y midió tu pie para que se atorara y cayeras de hocico. Lo había soñado el vato.
Antes de caer, rumbo al suelo, ves el semáforo apagado y los coches detenidos en el limbo, ves una chava en un carro blanco, ves el sol fuertísimo en el pavimento que te espera hasta que caes donde habías visto que caerías, sobre la piedra, única piedra que había a muchas cuadras a la redonda.
Rumbo al suelo ves una cuchara desechable con restos de comida, se te había ido el hambre. En las caídas caen con uno todos los Apocalipsis. Los cuentas y son un chingo. Ya quisieras vivir mucho para vivirlos todos.
HASTA PRONTO.
