Estamos inmersos en la más
amplia y grave crisis que
hayamos conocido. Me refiero
claro está a los que estamos vivos
en este momento y no conocimos
de guerras mundiales o la epidemia
de influenza de hace un siglo, ni
otras calamidades así de generales y
mortales. Pero ésta, la calamidad que si
nos toca vivir es mayúscula.
Tiene una peculiaridad. No destruye
objetos. No es el huracán, el fuego,
la inundación o la guerra que arrasa
físicamente fábricas, casas, caminos,
pueblos y ciudades. Esas oleadas de
destrucción son muy visibles.
Este infortunio lo que destruye
o altera son relaciones entre seres
humanos. Lo que vemos son calles,
restaurantes y cafés vacíos; fábricas,
talleres y oficinas cerrados.
Aparte del deterioro subjetivo,
que es muy importante, impacta en
relaciones económicas de gran valor:
las que ocurren en la empresa entre
trabajadores y patrones; las que se
dan entre productores, distribuidores
y consumidores. Al paralizar la
producción, las ventas, el pago de
salarios, el consumo nos enfrenta a
una gran amenaza: empobrecimiento
masivo y hambre.
La Comisión Económica para
la América Latina –CEPAL-, y la
Organización para la Agricultura y
la Alimentación –FAO-, acaban de
publicar un estudio, con proyecciones
y propuestas, que pone el dedo en la
llaga. Se trata de evitar, dicen, una crisis
alimentaria en ciernes. De acuerdo a
las proyecciones de estos organismos
en América Latina en este año más de
80 millones de personas no tendrán
recursos para comprar suficientes
alimentos. De este total hasta casi 22
millones serían mexicanos.
Es muy alta la proporción de
mexicanos en el total latinoamericano
debido a que nuestro en país tenemos
uno de los más bajos gastos sociales
y peor aún, programas como el de
la Cruzada contra el Hambre del
sexenio pasado estuvieron plagados
de corrupción. Esto en un contexto de
debilitamiento general de la economía;
en 2019 la producción nacional –PIBfue negativa y entraron en dificultades
crecientes los sectores productivos más
globalizados.
Así que hasta hace poco, según
el Coneval, había 14 millones de
mexicanos en situación de pobreza
extrema, es decir sin lo suficiente
para comprar una canasta básica de
alimentos y más de 53 millones en
situación de pobreza, sin lo suficiente
para atender otras necesidades.
Pues ahora muchos de los pobres se
convertirán en pobres extremos y la
mayoría de los demás se empobrecerán.
Todo esto sin destrucción del aparato
productivo ni de las capacidades
personales de los trabajadores. En el
caso de los alimentos significa que los
graneros del mundo están repletos.
Dadas varias buenas cosechas han
crecido las existencias de maíz, arroz,
trigo y otros granos básicos en el
mundo.
Pero el mundo no es México;
décadas de mercado abierto, peso
fuerte, descuido del campo y brutal
indiferencia al bienestar de la
población nos dejaron una herencia
de dependencia alimentaria. De
acuerdo a un informe de CEDRSSA,
el centro de estudios sobre desarrollo
rural de la Cámara de Diputados,
en 2018 importábamos el 57 por
ciento de nuestros alimentos. Sobre
todo de los Estados Unidos que tiene
autosuficiencia alimentaria y para
cuya alimentación contribuimos con
productos frescos.
Esta administración ha planteado
como un objetivo central la
Autosuficiencia Alimentaria. Seguir las
recomendaciones de CEPAL y FAO,
adaptadas a nuestra situación permitiría
avanzar en ese sentido.
Lo principal que proponen es
dar capacidad de compra a los más
vulnerables mediante el reparto
inmediato de un bono contra e
hambre y el establecimiento de un
ingreso básico de emergencia durante
varios meses. Para México eso implica
distribuir ingreso, cerca de 1,600 pesos
de inmediato y luego mensualmente, a
los 22 millones de personas, o más, que
caerán en pobreza extrema.
Hay importantes problemas de
logística para ello. No funcionaría
ingresarlos a sus cuentas bancarias,
porque no las tienen. Hacerlo en
efectivo es muy propicio al desvío por
intermediarios, y es peligroso. ¿Habría
camionetas blindadas y armadas
repartiendo dinero en los caminos
rurales? La mejor manera, la única
posible, es hacerlo en uno de los
mecanismos que proponen CEPAL y
FAO, en forma de cupones. Los que en
el caso de México se ejercerían en las
30 mil tiendas del Programa de Abasto
Rural (Diconsa) diseminadas en todo
el país y sobre todo en zonas de alta
marginación. Cada tienda incide en
varias localidades, la propia y las vecinas.
El estudio mencionado alerta
contra la posibilidad de que en el
empobrecimiento la población
remplace la compra de alimentos
más nutritivos por otros con mayor
contenido de grasas saturadas, azúcar,
sodio y calorías; la chatarra industrial
que nos ha hecho obesos y propensos a
enfermedades crónicas.
Así que los cupones deben dirigir la
demanda a productos con bajo nivel
de procesamiento: harinas, granos,
frutas, verduras y cárnicos. Para ello
la estrategia sería incrementar en lo
posible y progresivamente el consumo
de productos locales frescos.
Heredamos padrones sesgados e
incompletos de la población vulnerable.
Esta tarea requiere ser muy incluyentes
y, al mismo tiempo con enfoques
prácticos que garanticen transparencia
y equidad distributiva. Hay rutas como
convocar a los consejos comunitarios
de la propiedad social inscritos en el
Registro Agrario Nacional que ya tiene
empadronados a más de 4 millones
de campesinos y a los Consejos
Comunitarios de Abasto que son
propietarios y administradores de las
30 mil tiendas Diconsa. Se trata de que
participen y vigilen la distribución de
cupones para una población amplia.
Para el medio urbano la distribución
requeriría acuerdos con otros agentes
privados facilitando que los cupones
puedan ser ejercidos tanto en cadenas
comerciales como en mercados
convencionales, tianguis y demás con
formas de abasto de respaldo.
Emplear cupones prácticamente
elimina los riesgos de corrupción y
criminalidad. Robar, por criminales
o intermediarios, 100 mil pesos en
cupones que solo sirven para ir a
comprar a una tiendita rural (o mercado
tradicional, o centro comercial), a
la vista de todos, simplemente no
funcionaría.
Esta propuesta requiere algo que no
existe en este momento: una burocracia
dispuesta a colaborar y aliarse con las
organizaciones de base; que opere
conforme a los planteamientos de
participación social expuestos en el Plan
Nacional de Desarrollo. Ojalá y desde
muy alto se lanzara la instrucción.