Tras el TLCAN tenemos ahora un
nuevo tratado de libre comercio
conocido en inglés como USMCA
y en español como T-MEC y que es celebrado en los tres países. Trump invitó y AMLO irá a Washington en un par
de días con el argumento de ratificarlo
con la ceremonia correspondiente.
Todavía no se sabe si acudirá el primer
ministro de Canadá, Justin Trudeau.
La visita del presidente de México es
muy criticada aquí y allá porque se
piensa que será interpretada como un
espaldarazo a la reelección de Trump;
no cabe duda que este último querrá
manejarla de ese modo ante la comunidad de ascendencia mexicana.
Trump presenta el T-MEC como un
triunfo político tras sus ataques al TLCAN como el peor tratado comercial de
la historia norteamericana; un tratado
injusto que propició la salida de empresas y empleos que se instalaron en
México y que generó un fuerte déficit
comercial norteamericano.
Con este discurso se temía lo peor.
Trump en momentos amenazó con
poner aranceles a las importaciones
mexicanas y hasta cerrar fronteras,
como parte de un discurso de odio
calificó a los migrantes como delincuentes y violadores.
El nuevo T-MEC constituye un
respiro para México y Canadá porque
se piensa que contendrá las amenazas
proteccionistas del presidente norteamericano, lo alejará de comportamientos caprichosos y lo ubicará en un
marco de contención legal. Veremos
dijo el ciego.
Sin embargo, en Estados Unidos se
sigue presentando al T-MEC como un
acuerdo que permitirá avanzar hacia
un comercio equilibrado por una doble
vía; que Estados Unidos substituya
internamente algunas importaciones
provenientes de México y que seamos
mejores clientes de la producción
norteamericana. Esto se inscribe en
el T-MEC en porcentajes más altos de
insumos de origen trinacional en las
exportaciones de automóviles ensamblados en México. También en la idea
de que seremos mayores importadores
de productos agropecuarios.
Una novedad muy importante es
que ahora la producción de exportación mexicana debe ser realizada en
mejores condiciones laborales; con
democracia sindical, salarios y condiciones dignas de trabajo. Se prohíbe
el trabajo infantil. Esto será crecientemente supervisado y el incumplimiento podría llevar a cerrar la importación
proveniente de las empresas en falta.
No es claro en qué medida se aplicarán las principales modificaciones.
Sin duda será de acuerdo al interés
norteamericano del momento. Son
pragmáticos, podrán hacerse de la vista
gorda en algunos casos y en otros “descubrir” y reclamar incumplimientos.
Pero el contexto en el que se firma
el nuevo T-MEC es particularmente
difícil. La parálisis económica ha llevado a la pérdida de más de 50 millones
de empleos en los Estados Unidos y a
la pérdida de ingresos de unos 12 millo
nes en México (aquí no digo empleos
porque los más afectado es la ocupación informal).
México y Estados Unidos enfrentan
una grave reducción de la demanda
y la recuperación económica tendrá
como eje ineludible conseguir que la
recuperación paulatina de la demanda
se concentre en la compra de la producción interna.
Nuestro interés, que debe convertirse en práctica, es que la demanda
interna y en particular la generada
por transferencias sociales, se ejerza
comprando alimentos y satisfactores
básicos producidos en México. Es lo
propuesto en el Plan Nacional de Desarrollo que ahora es aún más relevante.
Pero los Estados Unidos esperan
que incrementemos nuestras importaciones agropecuarias. Y en el otro
lado de la medalla sus productores
no quieren competencia mexicana
y contarán con argumentos como
el maltrato laboral en la producción
industrial y la mano de obra infantil en
la de hortalizas.
Estados Unidos ya se encuentra en
feroz campaña electoral y las encuestas
no favorecen a Trump, por lo que no se
pueden descartar desplantes nacionalistas, proteccionistas y anti migratorios
inesperados.
Los enfrentamientos serán fuertes;
tal vez el tratado brinde mecanismos
civilizados para discutirlos y llegar a
arreglos que no nos serán del todo
favorables pero que tendremos que
aceptar bajo la perspectiva de que
podría ser peor.
El TLCAN ha sido glorificado de manera absurda. Permitió que a lo largo
de 26 años las exportaciones mexicanas crecieran a una tasa promedio
anual de 8.4 por ciento, pero no incidió
favorablemente en el conjunto de la
economía. Creamos un sector exportador industrial de propiedad externa
que básicamente era importador de
componentes chinos. Ni siquiera este
sector era competitivo a nivel internacional, solo con los Estados Unidos. El
crecimiento interno fue notoriamente
menor al de la mayoría de los países.
Entre 1994 y 1996 las exportaciones
industriales de México a los Estados
Unidos crecieron en un extraordinario
80 por ciento; y el país tuvo cinco años
de crecimiento dinámico con tasas
de alrededor de 5 por ciento anual
de 1995 al año 2000. Pero esto no se
debió al TLCAN sino a la devaluación
de fin de 1994 y principios de 1995. Es
devaluación permitió en un principio la
reactivación de la producción mediante el uso de capacidades instaladas
existentes; prácticamente sin crédito ni
nueva inversión.
La devaluación nos hizo nos hizo
altamente competitivos hasta que
la entrada incontrolada de capitales
externos abarató el dólar.
China se convirtió en el gran
productor mundial sin necesidad de
tratados de libre comercio; esos los
hizo después.
México con múltiples tratados ha
tenido un crecimiento entre modesto y
deplorable. Caracterizado en la mayor
parte de estos últimos 26 años por
el empobrecimiento continuo de la
población y la necesidad de millones
de emigrar para sobrevivir ellos y sus
familias.
El T-MEC es un clavo ardiente que
no nos sacará de apuros. Tal vez por
eso AMLO dijo, con sobriedad, que el
nuevo tratado ayudará a las familias de
mejores ingresos y el gobierno apoyará
a los sectores de menos recursos. Pues
sí, el nuevo tratado puede ayudar a
preservar lo construido mediante la estrategia de globalización dependiente.
Sacar adelante al país requerirá dejar atrás la visión de que el
crecimiento de arriba terminaría
por incluir a los de abajo. Ahora es
imprescindible y urgente generar un
crecimiento de abajo hacia arriba. Reactivar desde la producción
campesina e indígena de traspatio y
pequeñas parcelas; la de los talleres,
micro y medianas empresas.
Enfrentar la crisis impone nuevas
formas de regulación del mercado que
reconecten la demanda con la micro
producción; un gobierno fuerte aliado
a una organización social democrática
y solidaria creciente.
Si no, no salimos de esta, porque el
T-MEC, en definitiva, no lo hará