CD. DE MÉXICO.- El covid ha cambiado por completo su percepción del tiempo. La vida se ha detenido y el futuro ha sido engullido por la incertidumbre. Ahora, que le han echado “de la noche a la mañana” del trabajo que tenía como practicante en el diario Correo —parte de los despidos masivos que han hecho distintos medios en meses recientes, entre ellos el grupo El Comercio de Perú—, pensar en los días por venir implica replantearse quién quiere ser y cómo quiere vivir.
La pandemia ha puesto pausa a la rutina de millones de jóvenes en el mundo. Los ha llevado a reconsiderar sus prioridades, sus formas de vida, sus objetivos. Han pasado de imaginar un futuro inclusivo y lleno de oportunidades a reinventarse en un presente intimidante. Nadie sabe cuál será el costo real de la crisis provocada por el parón de la covid, pero los pronósticos alertan de que los jóvenes de entre 18 y 25 años serán quienes se lleven la peor tajada.
Y América Latina, una de las regiones que más caro lo pague. Ante la perspectiva de un futuro embargado, la Generación Z en el continente se aferra a la idea de construir una nueva normalidad más consciente de asuntos pendientes como el cambio climático, la desigualdad social y el movimiento feminista. Pero saben que lo tendrán difícil: la economía está ahora en los cimientos de sus preocupaciones.
Terminar la universidad, encontrar un trabajo que le guste, quizás incluso abrir su propio emprendimiento, independizarse, irse de la casa de sus padres. Fernández Soto repasa una lista mental que ha reconfigurado en las últimas semanas ante la pregunta de qué espera del futuro.
“Mi principal miedo es que por mi culpa o por una pandemia termine viviendo en casa para siempre”, reconoce. Las antiguas promesas de progreso a cambio del esfuerzo, como la de acceder a una vivienda propia tras muchos años de trabajo, o la idea de que una carrera universitaria pueda garantizar un buen futuro, ya habían comenzado a desintegrarse para la Generación X (los nacidos entre 1965 y 1979, aproximadamente) y la Generación Y (los célebres millennials, nacidos entre 1980 y 1995).
Con poca experiencia laboral y sin ahorros, los centennials (aquellos que nacieron entre 1996 y 2010) siguen el camino de sus predecesores y ven alejarse cada vez más estas perspectivas. El temor de Fernández Soto a no poder independizarse tiene su raíz en las historias de la mayoría de sus amigos que se vieron obligados a volver a vivir con sus padres tras perder sus empleos en los últimos meses. “No importa lo que hagamos, a uno le queda en el subconsciente que es un retroceso”.
¿Cuándo podremos respirar de nuevo?
El factor económico se ha vuelto para los jóvenes un bocado indigerible. “Cuando empiezo a escuchar que el PIB va a caer tanto por ciento y que se espera una caída en los mercados, me llega un sentimiento de incertidumbre abrumador”, dice Sofía Laudanno, una estudiante de Medicina de 24 años de Argentina. “Apago la televisión porque no sé cómo lidiar con eso”.
Tan aterradoras son las consecuencias del colapso para los jóvenes, que más de la mitad de los que perdieron el trabajo han tenido problemas de salud mental —como episodios de ansiedad o ataques de pánico—, de acuerdo con una encuesta retomada por la OIT. El estudio científico internacional Covid-Stress señala que en México los centennials son el grupo más estresado por la situación actual, seguidos por los millennials. Y la mayor preocupación es la economía. Los datos preliminares del resto de países de la región, que se publicarán en las próximas semanas, se encaminan en el mismo sentido.
Las carreras del futuro sin un presente
Entre las cosas que se tambalean por la pandemia está además la promesa de que un futuro mejor llega de la mano de la universidad. Las abultadas facturas que implica pagar una carrera en algunos países de la región no se corresponden necesariamente con lo que puede ofrecer el mercado, asegura Mateo Medina Abad, un estudiante colombiano que cursa el último año de periodismo. “Las circunstancias te llevan a preguntarte si vale la pena matricularse, pagar otro semestre o no”. El investigador Pedro Núñez asegura que desde antes ya existía “una preocupación sobre lo que sirve en verdad una carrera”, algo que se ha profundizado con la covid.
CON INFORMACIÓN DE: EL PAÍS