Durante el confinamiento algunas cosas han cambiado, y que lo diga. Adentro del cuarto he movido ciertos muebles para ver otra perspectiva de la luz y de la vida. Un ángulo perfecto cerca de la ventana con dos orillas oscuras donde no entraba la luz recibe ahora las miradas.
Se puede sin salir de casa abrir caminos de terracería y luego pavimentarlos con la ensoñación, esa que nos distrae de la realidad y que nos permite soñar despiertos.
Si abres la ventana a determinada hora el viento huele, sabe al perfume mezclado de las casas con los árboles y al respirador de las calles. Las nubes dibujaron en un blanco perfecto la flora fantástica, la fauna de fantasmas y borregos gigantescos.
Adentro el silencio trajo golpes
de un cincel a dos casas de aquí, huellas de las voces vecinas con o sin sonsonete, luego la tele, el reggae es un rehilete.
Hace días que el ruido ocupa poco a poco su sitio en las calles. Cayó el cajón que vende moños, se escucha el clásico ruido de los fierros cuando se juntan unos con otros, la luz temprana para acomodar relojes en un pequeño estante por la calle Hidalgo. Furtivamente un hombre que va y viene vende atole de avena.
Adentro puedo ver el sol mover el reloj del suelo con su andar incesante, trastabillar un poco en la oscuridad de un breve pasillo y salir al patio inexistente, a la otra calle imposible.
No dudo que el Covit, roto los cristales de la inmunidad, haya estado como invitado en casa sin darme cuenta, le dí café, quizás lo respire,
le di hospedaje y se fue. Ya usted conoce lo hospitalario y malagradecido que es uno al mismo tiempo. Se fue por lo mismo que me hubiese ido yo, se fue porque quiso y sólo tal vez porque no tuvo nada qué comer.
Toda casa, aunque sea un cuarto, es de cedro traído del Líbano, labrado por Sidonio, las puertas de madera son de olivo. Toda casa es igual a la de todos con pequeñas diferencias en el hisopo que brota de las paredes. Es
la habitación común donde nos metemos a dentro de nosotros mismos, donde el ciprés que nace es nuevo.
Es increíble que casi al final del confinamiento, igual que afuera, adentro de este cuarto de 4 por 4 todo terreno puedo imaginar mil cosas, imaginar por ejemplo cosas ilógicas como que las aves cantaran sólo en las noches, podría resultar horripilante. El clima imagina el río, la lluvia azotando con fuerza la otra puerta.
Muevo el cenicero y atrás un espacio liso de madera refleja otro espacio liso de madera color café iluminada por un rayo. Previ al mover la inquietante sala los sitios del piso donde me acuesto más cómodo. Luzco perfecto sin el gran camino de aquí al refri.
Imagino afuera las luces de la ciudad encendida, los árboles soportando las calles que abajo son un paso obligado entre los cables. Puedo ir despacio a donde quiera desde la orilla del catre. En la cornisa antes del viento, en la penumbra, dejé un recado. El café hace tiempo se llevó el recuerdo del último sorbo, pero se puede aún leer con dos cucharadas de azúcar.
Movi los ojos de donde estaban. El cuarto ya no es el de antes, petrificado y sin cantantes. Hice un espacio para quien desde ahí me lancé piedras. Una codera para caer de las bicicletas estacionarias, dos pares de zapatos recuerdo a la memoria del tiempo y de la misma memoria. De todo he tenido tiempo, hasta podría decir que lástima que el confinamiento termina, pero no es cierto, qué bueno.
Mar adentro o tierra de por medio, uno se queda de cierta manera mareado en el confinamiento privado, en el cuarto de 4 por 4 donde vive el cuerpo que mueve los muebles y apaga el foco de este documento.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA