5 agosto, 2025

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LA HORA DE LA PAPA Y LOS FRIJOLES DE OLLA

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Desde lejos se puede escuchar la hora de la cocina, se puede oler el tomate en tramos que salen y regresan por ajo a la esquina. El sabor se instala en alguna parte del hambre que es casi todo el cuerpo a esta hora del mediodía.
Es medio día y es la hora de la comida, así así como se llama a los alimentos en términos generales, pero este es el platillo fuerte para muchos. Luego alguien dice, otro escucha en la habitación contigua y el rumor se propaga con sensaciones aplicables al fideo, a la sopa de arroz y a los frijoles de olla.
En la casa el ruido de los trastes lentamente se apacigua y se dirige al pequeño comedor donde puedan comer tres o cuatro personas.
Uno sin querer o queriéndolo a propósito encuentra a la señora en el mandado. Lo ven a uno llegar y se miran entre ellas. El señor de la tienda las adivina. Horas antes acomodó kilos de azúcar, botellas de agua en el refri y los aguacates maduros que se van primero.
Pasa uno por las casas y el tema es el corte de res, la salsa de ayer, el hambre, las galletas saladas, el café, el arroz que no sea plástico. Hay también casas con todo eso pero
no habla, nadie, y al reverso casas donde todos hablan aunque tengan hambre.
A las 4 de la tarde todavía hay chance de echarse una botana y que sea comida, después ya es recuerdo, merienda, cena casi a oscuras.
Es casualidad que llegas a la hora de la comida y es real que no te das cuenta. Hay para eso hogares que no se resisten a esa provocación y ofrecen lo que tengan, sacan sus mejores vajillas y preparan las albóndigas que todos mundo envidia.
Desde el techo que construyen con sus manos, desde la varilla y los planos, los albañiles ven a cada rato el lonche que les echaron. Y no es que a unos los quieran más que a otros, simplemente se casaron con una mujer que guisa rico aunque no se sepa si lo quiere o nunca se sepa.
Habrá quien almuerce y comience así su camino rumbo a la comida, recuerda lo que comió hace días en
la casa de la tía y prometió repetir la hazaña o prolongar la agonía, recuerda el día que se quedó con hambre hace como 15 días con dos tamales y un refresco y nadie fue para sacarlo en hombros de la plaza de toros, más bien salió a rastras de la casa.
Los condimentos delatan claramente las grandes comidas. Uno se acerca y es monumental el aroma precioso del mole de olla, al vapor de los frijoles, porque se juntan en la puerta.
El tiempo afuera espera a que encienda la vieja licuadora con su motor trabajando bajo protesta para llevárselo. Luego un señor pasa y se detiene en la esquina Ya váyase para su casa.
El hambre escoge entonces el camino de los alimentos. Pienso otra cosa y escribo mucho. Un hombre
y una mujer pueden soportar el hambre un tiempo, pero el hambre reclama su parte de cariño antes de las 12, con el estómago vacío.
Quién come es, sin que me quepa la menor duda, el hombre más feliz del mundo en estos momentos. Sonríe sin que se lo pidan desde el dicho de que panza llena corazón contento.
Es al mediodía, ya llegaron los que van a comer y comienzan a sentarse a la mesa. Ya todos saben lo que hay. Se vuelven a ver a los ojos frente a frente en esta pequeña batalla campal. Es como una guerra. Alguien pasa la sopa con frijoles y todos atacan sin misericordia, en varias ocasiones, hasta que no queda ninguna tortilla y comienzan las bromas ya repetidas.
HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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