Ciudad, tu cabello es mi calle, el instalado cuerpo del tiempo en un trazo. En la orilla que palpo con mis narices, mis huesos pueden respirarte. Te pareces a mí mismo, qué bueno, para reconocer el vino en la mesa con la luz casi apagada. Nadie más que tú y yo ha venido a esta tertulia.
Cuando se habla, el muro se deshoja. Todos los marinos aman el mar cuando la proa apunta al puerto. En cada terraza, como en cada silencio, hay en medio palabras, para eso es que se ha nacido, para cantar es que respiras.
Muéstrame la calle que ves. Hazme ver la multitud de imágenes para hacer con ellos una plaza y una manzana hendida por un inofensivo gusano. Permanezco oculto en tu cuerpo, ahí como y bebo, hago el amor, hago como que trabajo y me escabullo en lo oscurito.
Soy un ligero movimiento. El corazón se desliza despacio por dentro, prendido a cada latido. Se escucha el sonreír grávido sobre el silencio de los dedos en toda la arena. Lo cierto es que anochece y comienzas a ser ciudad, la razón de mis venas, el humo de los dioses que me pueblan.
Desde en la mañana salgo a buscar una colmena en una ventana y en mis manos que escriben. Mientras el día se aclara, en silencio pero juntos, hago un espacio para escribir una carta.
Círculo en las playeras cuando miro otros ojos.
En el papel despierto por estos rumbos salpicados de calle con tachones y borrones en el dibujo. Llevo alucinaciones y abro la ventana porque abre por dentro. Pongo un pie sobre el otro en la mirada corta porque puedo ponerlo. Y un café negro cuenta para una sonrisa inadvertida Ciudad, hay que buscarte y verte donde a veces pienso que escribo o pienso que pienso. Yo sólo te oigo sobre el hecho en sí, en la otra orilla soy zapato de agua sobre un mar muy sobrio, donde cantan los pescadores urbanos y lanzadores de fuego.
En mis pies y mis manos sostengo el viento y el veinte. No hay nada en mí que no hayas visto como la noche y mis fantasías como mi tranco largo cruzando una plaza, viendo los espejos mentales de los edificios nuevos.
Para mí que sueño tu luz fantástica. Saciando el sueño, despierto sólo si apago la luz y es cuando sucedo, como los pájaros cantando en los cables.
En los dedos de fragua sobre la libre jornada se hace uno feliz al voltear la tarde, como quien mira el fondo de una botella, pensando en dos que se miran a los ojos.
En una sola palabra recogida en el aire te llaman Victoria, con los carros pasando, sin sombrero de copa, lloviendo, leyendo los dedos, las llamaradas, el sulfato ferroso y el azufre de los montones de arena.
Acampada en el árbol eres día en los sueños. Para mí que te busco y te escabulles y entonces recorres las calles ajenas, y algunas que ya había visto, antes de desaparecer con la noche.
Con eso la luz es el tejado de la ciudad al fondo, abierta la sed de los peces, oscurece muy suave. Apenas un susurro en los cristales. Oscurece y hablas más allá, en mis labios cantas, en la frecuencia de mi radio, en las fases de los hijos del Sol y de la luna, los hijos de la ciudad que ruedan en las calles, y quién sabe.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA