En el suelo todas las sombras son iguales y demócratas. Para nosotros sólo es un valle de sombras estructuradas, antiguas construcciones con sus alas bajas y sobre de ellas, sin gestos, pasamos nosotros y le seguimos el juego.
Bajo la luz la sombra nuestra, o de ella misma, tampoco es al antojo, tienen que darse las condiciones que a veces son el único propósito con el cual nos levantamos en la mano. La sombra y yo somos dos para quién hace un dibujo, somos dos como quiera sin hacerlo.
Cada sombra sede a otra sombra, vence y es vencida al mismo tiempo, se confunde, se disuelve, hace el amor infinito con la sombra del mobiliario. Cuando nadie la ve, la sombra se
esconde. En eso pienso. Cuando son las 12 del mediodía desaparece, “rápido date prisa”, o se aleja espontáneamente como un globo que revienta en la noche. Por eso adentro, en la oscuridad que también uno es, cuando todo se apaga, la sombra nos abraza.
A ella por su lado, a la sombra, le ha dado por esconderse en la luz tranquila del piso donde pasan los soberanos gatos. Hay otras sombras empolvadas. Puedo estar tranquilo, la sombra me contestará todos los golpes que tire en el aire, desde el sillón que se mueve, se ve la casa donde espantan.
Nosotros somos sombras de velas que no se apagan, llamas eternas. Al mismo tiempo espíritus, palabras y una larga espera como sombra, una sombra que golpea a otra y no le duele, con ella se tropieza, se camufla a tal grado que se pierde y desaparece en la antesala del siguiente mueble.
Puedes ver la sombra de otros en la República de Platón creyendo todas los movimientos, eso anula los gestos, las voces, los ojos aduaneros y adversarios. La sombra después en cambio se entrega a su infalible existencia cuando uno deja de moverse y permanece ahí, quieta, hasta que la escondemos en la bolsa de la noche.
La vida en un primer plano no tiene sombra, ese es el futuro. Los niños pintan en primer plano, no existe la perspectiva, ni el volumen de los objetos por lo que cuestan. Si eso contara en este planeta, viviéramos en la sombra y sería el sitio perfecto para escondernos a leer un libro o reír como locos.
La llama tiembla en la noche oscura.
Se fue la luz y las voces se apagaron un momento. La sombra de mi cuerpo se asoma rumbo a otro lado del tiempo.
En el techo, en la pared o en el suelo, la sombra, bien lo sé, no es mi yo, lo siento esta vez no puedes ir conmigo, salgo en el primer vuelo. Nadie se despide en estos tiempos, no veo que llores.
En la primera oportunidad de aquellos tiempos, corrí para escapar de la sombra. Eso debió ser hace muchos años y muchos tenis agujereados, como estos.
A donde quiera que ando la sombra me delata, tengo que esconderla en otras sombras, doblarla, aplanarla como una curva, hasta que todo pase como una pandemia.
Si pisan la sombra no me doy cuenta, alguien me sigue, Le escribo: Oye no pises mi sombra. Eso es algo que se piensa.
Con apenas la luz de una vela encendida, hay un cuarto reducido de luz como un cuento, una pequeña estancia adentro de una estrella temblorosa.
Esa es la luz, el resto es el sol de todos los días, las sombras de los árboles en las banquetas. Cada quien su sombra, decían las sabias abuelas. Cada quien se acomoda a su manera en las paredes, de modo que sobrevive y llega a casa dibujado por la luz mercurial de un poste, y esa es la vida.
Con el tiempo aprendí más de la sombra que de mis últimas lecturas, más grande que yo, gigantesca, desde el suelo invade la pared y da en el techo, saldría de casa si ella quisiera. Y yo aquí adentro de este cuerpo, deliberado y pequeño.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA