11 julio, 2025

11 julio, 2025

POR EL AGUJERO DE LOS ZAPATOS

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

A lo largo de la existencia se ha jugado mucho con los pies, se traen por donde quiera. Si los pies tuvieran alas como Aquiles, pero no tienen, de modo que se cansan, se duelen, se ahogan, se rajan, sangran , se hinchan, adelgazan o engordan como si tuvieran vida propia. Seré curioso y veré los pies. Con el suave entorno en la planta, un entorno de mujer digamos que acostada, el tobillo debe ser fuerte para soportar la bota o la zapatilla de la dama.

Que después del pie viene la persona, se escuchan los pasos primero, luego la puerta. Ver los pies sobre el escritorio es grosero, pero es poder, descaro anunciando desparpajo. En la silla el pie deja una huella y polvo que delata al responsable. Al pie de la letra se cumplen los deseos de todos ni más ni menos. Caminas y muchas veces te acuerdas de los pies cuando te da comezón y te quitas los zapatos para rascarte a conciencia, si no nomás vas viendo los zapatos relucientes y nuevos o vas viendo por el agujero que tienen.

Y sin embargo los zapatos como los cigarros que consume un individuo caen en el olvido. Los pies ahí están estoicos y a la espera de la primera orden. A veces de manera instintiva, tontamente o locamente, se golpea el dedo chiquito del pie izquierdo con la mesa, justo en la esquina antes de dar vuelta y ponerse en la calle a dejar huella. El pie más o menos sabe a qué sujeto pertenece, no se mete a donde no le llaman y primero mete el dedo gordo para calcular la temperatura del agua.

El pié sabe también lo que es ponerse en los zapatos de otro usados, doblados, desgastados de un lado, decrépitos y horribles como monstruos. Hay pies elegantes que nacieron entre algodones como quien dice, pero hay los que de niño pisaron sus pies descalzos como Rigo Tovar y pies que se vistieron de polvo por lo pobre que han sido y no les duele decirlo, hay pies en huaraches, en bota vaquera, en mocasines, en tenis, en Caterpillar, en camión torton, en chanclas, en patas de gallo, en zapatillas, pantuflas, en patines, en bici, a pata y por donde quiera.

De alguna forma los pies gruesos son como paquidermos, si lo sueltas escapan a la selva, pero son pesados y los alcanzas, hay pies delgados y diminutos, pies de plomo, pies cuarteados, pies de atleta y hay pies que nunca nadie ha visto. Un pie descalzo es un jugador sin el balón, una portería de piedras, un agujero tapado, el último día de los dedos, es una pata en el andén y otra en el tranvía.

Por eso nadie mete el pie, por vergüenza. Metes la pata y te quemas, quieres corregir y no puedes, no entiendes por qué si la pata es la misma. Con el tiempo el pie pobrecito se acostumbra a uno y sus navegaciones, se encariña con todos los zapatos que fueron de los hermanos y es capaz un pie por él solo de andar e ir por un vaso de agua o demostrarle al retén que te puedes parar en un pie “mire jefe”, si pero hace rato venías haciendo ochos.

El pié se acostumbra a soportar sin chistes las niguas, los ojos de pescado, los juanetes y callos, todo el repertorio de hongos alucinógenos, y sin embargo se mueven. Los pies andan a cada rato hasta que se cansan, uno se quita los zapatos y los ve como si fuesen animalitos y los suelta un rato a que se ventilen. En el transporte urbano los pies son pasajeros que se saludan y se acomodan por sí mismos, los más abusivos empujan, dan pequeñas pisadillas que otro pie contesta más agresivo.

Alguien se sienta y todo vuelve a la calma antes de que todos pongan un pie en la tierra. Los pies más que pies son aves una vez adentro de los zapatos. Los pies distinguen a un sujeto que vive en la sierra de uno que vive en el llano.

El zapato lo sabe y se adapta, se cubre de polvo y se hace fuerte, valiente; pero también hay el zapato elegante que siempre es distintivo, aunque como el zapato triste, es destino y pasado que el pie sea protegido de los muebles atravesados. HASTA PRONTO.

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