Como acción concertada, los representantes del establishment que no pudieron impedir que el candidato republicano Donald Trump acumulara 47% de los votos populares (74.4 millones) quieren llevar los disturbios poselectorales del miércoles 6 al tono de que representan una “amenaza para la democracia”.
Pero no ha sido así. La crisis de vio- lencia electoral es correlativa de otras crisis latentes: la aún viva crisis de vio- lencia racial, la crisis de protestas contra la brutalidad policiaca contra minorías, la crisis de violencia por inseguridad, la crisis por muerte de consumidores de drogas ilícitas que circulan de manera libre y masiva, la crisis de pobreza de las comu- nidades afroamericanas e hispanas y, entre otras, las crisis económicas que ha llevado a la Casa Blanca a salvar a las empresas y al capitalismo y no a los ciudadanos.
La rebelión de los grupos de activistas de Trump fue irracional, pero forma parte de la desigualdad política y de la configu- ración del sistema elitista político. Los vo- tos que llevaron a Trump a la Casa Blanca en el 2016 fueron de los marginados del régimen capitalista que ha prohijado, entre mucho, a Jeff Bezos y sus 180,000 millones de dólares de fortuna personal –3.6 billones de pesos, la mitad del presupues- to federal mexicano para 2021– como producto de su empresa Amazon, con la propiedad del The Washington Post como joya política por el papel anti Trump de ese diario en el establishment mediático que domina el pensamiento, la conciencia y la información del estadunidense medio.
Lo que mostró la violencia del miérco- les fue una violencia del sistema desigual, de los intereses creados, del modelo de poderes configurados en lobbies, del poder dominante de los demócratas en el marti- llo legislativo de la reina Nancy Pelosi y el proceso electoral del pasado martes 3 de noviembre marcado por la manipulación del complejo millitar-industrial-mediá- tico-digital-corporativo-financiero-armamentista-geopolítico-think tanks- educativo que controla las decisiones de poder en la Casa Blanca y a los que Trump había marginado de las decisiones y los que habían sido afectados por el enfoque anti Estado, anti guerras y anti riqueza de Trump.
La violencia del miércoles mostró que Trump no es una anomalía en el american way of life o en el “sueño americano o en el modelo de “faro de la democracia”, sino un producto histórico de las contradic- ciones sociales, de clase y de poderes en el régimen del capitalismo de los EE. UU. Como sujeto histórico, Trump irrumpió en el 2016 la continuidad demócrata-repu- blicana que representaba Hillary Clinton desde su papel como secretaria de Estado del imperio. Trump no fue el candidato ideal opositor, pero sí el que despertó a las masas anti Estado.
El estilo atrabancado, vulgar, racista, autoritario y anti establishment de Trump no configuró en ningún momento una alternativa, sino que constituyó en una protesta de los marginados del establish- ment que pagan con sus impuestos la exis- tencia de esa élite de poder. Pelosi como la versión demócrata de Trump se vio en el pasado informe del estado de la nación cuando en la tribuna legislativa rompió a la vista de todos su copia del informe presidencial; ahí la democracia formal estadunidense y su Constitución quedaron reducidos a pedazos de papel.