Con la glucosa por las nubes, por tanta miel derramada y consumida en honor a San Valentín, libramos la efervescencia del amor y la amistad como un concepto comercial, aunque hoy la festividad fue menos y a distancia, debido a que los protocolos sanitarios llamaron al buen juicio para no extremar efusividades y brincar la barrera de los de metros de sana distancia, seguimos sin besos, abrazos, ni apapachos sociales.
Sin embargo, la tradición no se perdió, todo lo contrario, se vació en las redes digitales y ahí se queda para siempre, en la nube o en los archivos de los móviles.
Para los amorosos, la pandemia se ha erguido como la prueba de fuego, tanto los que conviven bajo el mismo techo, como los que tienen que aguantarse las ganas y mantener su amor de lejos. De cualquier forma, la celebración que fue implementada por la iglesia católica cumplió su ritual.
Ahora toca la pastilla del día siguiente, esa dosis de realidad que nos ubica para reflexionar sobre el amor romántico como lo conocíamos. Como nos lo retrataron en los cuentos infantiles, donde el príncipe salva a la princesa, le roba un beso no consensuado y la orilla a dejar sus espacios para aventurarse con él. Y así vivir felices para siempre.
Los medios, siempre del lado del patriarcado, han aportado su gran cuota para hacernos creer que el amor duele, que él puede cambiar y transformarse en ogro, pero ella no debe mutarse, como si en la naturaleza no fuera implícito el cambio de las seres humanas. Nos contaron que las mujeres debemos consagrarnos al amor fraternal, de pareja y de madres, dejar de lado los propios sentimientos, para cargar con las emociones de los otros, como un servicio vitalicio.
El amor romantizado ha llevado a muchas a aguantar de todo, desde el primer grito, la alzada de mano, la ley del hielo, la manipulación y hasta los golpes, ellas asustadas por el monstro de casa, se ciñen a las tradiciones impuestos por la sociedad patriarcal, porque si lo platica, no le creen, si lo denuncia, le va peor, entonces opta por quedarse y ser sumisa, sin molestarlo, y quizás por su propia formación no es capaz de imaginar otra vida. Pero existe.
En las amistades de hombres y mujeres, se dice que “el gavilán” siempre se va a comer a “la gallina”, que es casi imposible forjar una relación educada y honesta, es que el varón casi siempre se salta las trancas, les da la mano y se agarran de la cintura o de donde puedan, es un acoso disfrazado de amistad.
Por eso ahora, desde el feminismo, se convoca a las mujeres y a los hombres para repensar la forma en que nos relacionamos, a ponderar
el respeto entre personas y anteponer al amor propio a cualquier precepto social, buscar, hasta encontrar, el amor equilibrado, donde ninguna de las partes abuso de la otra.
Amor es: amarse las unas a las otras, en sororidad, amen, así sin acento.
POR GUADALUPE ESCOBEDO CONDE