Por lo general uno está muy tranquilo cuando de repente hay alerta de huracán y desde entonces andas con el pendiente. Encuentras noticias por dondequiera, enciendes la tele y ahí está esa hermosa damita dándonos una cátedra de como se dice el estado del tiempo cuando parece que va a llover y el cielo se está nublando.
Todos los que hemos pasado por agua, conocemos la antesala de un huracán. La radio desde su expectante espacio comenta los estragos que hizo el fenómeno en otras poblaciones y su voz se escucha entre la serranía y se mete a los pueblos alejados.
Las señoras, rosario en mano, con fe y sin morder reboso recuerdan el ciclón “Viula” que destrozó una parte del estado, mientras afuera comienza el vientecillo fresco y húmedo. Las tiendas se abarrotan de clientes que surten despensa preventiva, inclusive artículos que nunca habían consumido en su vida. Los niños aprovechan el descontrol para pedir el juguete añorado, por si el mundo se acaba.
Victoria es una zona donde igual te cae un rayo que una centella, en el extremo cae un aguacero y no te avisa. Hubo remolinos como torbellinos que nunca habíamos visto. El otro día tembló la tierra, pero como estamos medio gueyes para eso, ni siquiera nos dimos cuenta. Y aunque acá no hay alarma sísmica, si nos mueven el tapete nos asusta.
En los últimos años la naturaleza ha hecho su parte sin que se lo pidan y el clima ha sido protagonista principal de esta historia. Gruesos borbotones de agua escurren de la sierra, cruzan la ciudad eterna y se mete a las casas. La noche en su tenebra se pierde en las calles y golpea por todos los flancos con sus oscuras alas de murciélago.
Cuando hace mucho frío, ahora por el covid, y también cuando la escuela se inunda, los niños andan bien contentos porque no hay clases y podrán chatear todo el día con sus amigos. Si es que no los desconectan sin el golpe avisa por no haber tendido la recámara. Pero de alguna manera todos recordaremos cuando por los medios nos pedían que no saliéramos y no salíamos. Y sin embargo siempre hay gente afuera. Ha de ser muy importante su presencia en la banqueta.
En la ventana llueve y llueve hasta en la bandera. Adentro las mujeres encontraron con qué entretenerse en los refugios que cada família encontró para esconderse. Señoras muy bonitas muelen maíz en un metate y hacen la salsa en un molcagete. Ajá.
Llueve y los vientos fuertes amenazan la estructura de la ciudad. Relampaguea en el cuarto sin luz por el corte de la energía eléctrica. Un gran silencio anuncia la llegada del huracán ya sin viento, sin agua pero con sed. En el ambiente se percibe el hedor del miedo a la mitad de un café.
El agua como siempre empieza a desbordar las calles en ese largo viaje que hacemos al olvido, pues todos los aguaceros son parecidos. Sin pecado concebido, callado, deletreo el anuncio de refresco que se mese con el aire en el negocio de enfrente, el poste de por si inclinado, el árbol que empieza a cambiar el aire del sur al norte, y viceversa. Sólo espero que escampe.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA