MÉXICO.- En el ajedrez de Andrés Manuel López Obrador esa ficha llamada Félix Salgado Macedonio nunca estuvo en riesgo de acabar fuera del tablero. Quitar al guerrerense le suponía abrir flancos inéditos, mientras que congraciarse con las mujeres no está en la lógica de poder del tabasqueño, pues no las considera un riesgo sustancial.
Ordenar la renuncia de Salgado Macedonio ponía a AMLO en un escenario que tratará de posponer tanto como pueda. Sería inaugurar cambios a partir de la presión de la calle o la opinión pública, territorios que él conoce como nadie.
Si cedía, otros grupos podrían oler una oportunidad. López Obrador no iba a permitir que antes de la mitad de su mandato se le percibiera como débil o fácil de presionar. Además, claro, de que igual y midió precisamente la calle.
Y aunque el movimiento de mujeres y la tracción de sus agendas sólo crecerán, el cálculo presidencial es que su impacto político en el futuro próximo es marginal. Así que mucho ruido mediático y poca o nula traducción en costos electorales.
La protesta, por el momento, sigue siendo de Andrés Manuel y de nadie más. Si algo tan legítimo como el reclamo de mujeres hartas de la violencia y la inequidad no pudo mover la voluntad de López Obrador para retirarle la candidatura al denunciado Salgado Macedonio, qué decir de los incentivos políticos para mantener decisiones con las que pretende afincar su poder para la elección de 2024.
El Presidente quiere salir del proceso electoral de junio con un nuevo instrumento de poder. Para la segunda mitad de su sexenio, pretende que la mitad de las gubernaturas del país sean suyas. Es claro que darle la candidatura de Morena a otra persona no ponía necesariamente en riesgo el triunfo guerrerense de ese partido. Pero el Presidente ha elegido a quien quiere en 2024 como sus acompañantes y operadores.
Y en Guerrero a él le cuadra Félix y háganle como quieran. El año pasado nos recordó que los gobernadores son los encargados de las elecciones.
Si bien Morena avanzó y otros partidos se desplomaron, el triunfo del PRI en Hidalgo y Coahuila puso en la mesa la realidad de que los virreyes siguen existiendo en nuestra política, y que pueden complicarle la vida incluso a un mandatario tan mediático y desinhibido a la hora de apoyar desde el poder a su partido como AMLO.
Tal riesgo no puede existir en la elección que ocurrirá en tres años. Así que Andrés Manuel quiere arrasar en todas las gubernaturas para aumentar asimismo las posibilidades de retener la mayoría en San Lázaro y para pintar de guinda a los congresos estatales en juego (30 en total), que serían obedientes legislaturas por si hiciera falta cualquier reforma constitucional y/o para incluso maniatar a Ejecutivos locales de las entidades donde no se renueva gobernador.
Encima, las entidades donde Morena podría enfrentar mayor pelea están en el norte del país, acaso Querétaro en el Bajío escape de esa circunstancia geográfica.
Pero Guerrero es el sur, AMLO se podría quedar con todas las entidades del Pacífico de Colima hacia abajo (el priista Murat Jr. en Oaxaca es más amlista que Félix).
Morena simuló una nueva encuesta para ganar tiempo, distraer a colectivos de mujeres y despresurizar la disidencia interna.
Al final se impuso la disciplina priista, digo, pejista: los dedazos del Presidente son incuestionables, aunque se toleren un par de tuitazos de protesta. Porque sólo hay un ajedrecista, y éste no quiso desprenderse de su peón para Guerrero. Y el resto de los peones acató.
LA FERIA / SALVADOR CAMARENA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021