Escribimos desde niños, desde que aprendimos a juntar las letras, y que dijeran algo nos tomó por sorpresa. Desde entonces escribimos lo mismo, pero con distintas palabras en un remolino.
Así vivimos. Escribiendo lo mismo, contando la historia propia que es la de todos. En mi caso escribí desde el principio lo que me dio la gana y nunca me he obstinado en la perfección, pues con la perfección se borran las texturas, las coyunturas y el dulce tema de la vida cuando escribes desde adentro del cuerpo.
Tampoco creo en el poder de la belleza a cambio de una voz sincera aunque sea rasposa. Al contrario, encontré en la frase la palabra menos adecuada a las buenas conciencias y más perniciosa. Con ello no he querido ofenderlos.
Escribir es un acto de fe. Un acto de amor profano. Es un acto de arrepentimiento y confesión de parte. Escribir es un dilema, una pajarera elección que vuela de las manos y se pierde. Escribimos lo que somos y a veces intentamos sin lograr lo que no somos y nunca seremos. Cuando la frase elocuente cruza el espacio que va de la mente al brazo y este se acomoda, se proyecta en el terreno de la imaginación, comienzan a brotar las ideas nuevas que rodean la llegada estremecedora de un buen texto.
Apenas piensas algo en el dintel de la puerta de las ideas vagas y se te va el sueño. La noche es larga hurgando entre palabras y enunciados que dicen nada. Cada provocación es una palabra, un fonema vertido y hay una breve retirada, una ausencia más o menos prolongada, un silencio neutro.
El párrafo se nutre de ocasiones, memoria, aromas de flores y de pasiones. Desde un principio el párrafo sr anuncia
y motiva, se va apoderando de nosotros. Entonces un leve movimiento, una “x”, un dejo de palabra nos hace reflexionar. Escribir es leerse. Acercarse a uno mismo. Llegado el momento el escriba se hace pedazos y desesperado da vuelta a la vida, derrotado en el cursor de sus propias palabras. Y vuelve a intentarlo.
Escribir es leer un libro ajeno. Se escribe un libro escrito por otros en los recuerdos del almacigo, de sueños, de definitivas palabras dichas cualquier tarde. De alguna manera la voz a manifestarse antes de cantar en las barcas o sobre una barda, en una barra de cantina. Luego se torna libelo, rollo de papel, tiras de azogue, árbol.
Cuando la persona escribe, otros lo miran escribir ¿Qué piensan? ¿Pasará por su mente el fuego cruzado que es decir esto y aquello durante una guerra perdida? Escribir no necesariamente es una guerra, pues hay textos tranquilos a la orilla de un parque y ni una lluvia ligera.
Se escribe pues es necesario escribir poemas en las paredes del olvido y el recuerdo que en ocasiones voltean a verse. Se escriben garabatos en las puertas, se emiten sonidos de la naturaleza, y se instauran objeciones al pecado, a las poses, a las mismas flores. Se escribe parque es un camino abierto a la esperanza y a las desiluciones. Puede ser un encuentro en la ciudad, en callejones que recorren un barrio.
Escribimos necesitados de afecto, de terremotos, de ausencias definitivas, necesarias y remotas. Porque así somos escribimos en la mañana y cuando se mete el sol en lagran sombra y en las garras de la noche. Se escribe por Dios y por todos nosotros, en el sacrificado verso de la palabra infinita se escribe porque si ¿Y porqué no?
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA