Las quejas presidenciales contra los medios tienen sus razones de ser como estrategia de política de comunicación presidencial.
Pero la ausencia de una estructura de gobierno que refuerce los dichos mañaneros en los hechos no modifica las tendencias de explosión de las realidades.
La crisis por el accidente en el Metro se metió de modo natural en las agendas de los medios y no hay forma de que alguien pueda excluir el 2024 como eje-coordenadas. En estratega mediática, la agenda la imponen las circunstancias en función de dos variables:
el interés de la gente y la posibilidad de interpretar un hecho en un escenario concreto.
La política de comunicación social de las instituciones se define como política en tanto sea un conjunto de decisiones, objetivos e instrumentos, pero también en tanto que se localiza dentro de las relaciones de poder y afecta a los protagonistas de las tensiones en la polis o ciudades.
En este sentido, el más hábil y experimentado en el enfrentamiento de una situación de crisis fue el canciller Marcelo Ebrard Casaubón, quien supo adelantarse a las circunstancias y con siete palabras se desinfló críticas: “me pongo a disposición de las autoridades”.
En cambio, la jefa de gobierno capitalino Claudia Sheinbaum se subordinó al presidente de la república sin entender que era un accidente con fallecidos, que la gente necesitaba aplacar su ira con respuestas y que la funcionaria fue electa en las urnas y ya no designada, como en los tiempos priístas, por el presidente en turno de la república.
Ebrard encaró con audacia sus responsabilidades, en tanto que Sheinbaum eludió sus funcionalidades.
El discurso presidencial fue atrapado en la dinámica de los acontecimientos. La lectura de medios el martes 4 –impresos y digitales– exhibió a una comunidad social irritada contra el gobierno en turno, no contra los mensajeros. Los columnistas se quedaron cortos al incluir la variable sucesoria. Y los funcionarios tuvieron que pasar por el embudo de Palacio Nacional.
La peor decisión que se puede tomar ante una crisis de gobierno es asumir la identificación del conflicto en una sola persona.
A Miguel de la Madrid no le perdona la historia que se haya distanciado de los terremotos de 1985 y Calderón y Peña Nieto diluyeron tensiones con su presencia –a veces hasta desorientada– en situaciones de calamidades sociales. Zedillo, ante un huracán en Acapulco, se posicionó del escenario y realizó supervisiones en calles sin ningún rumbo político fijo hasta que dio vuelta en una calle cerrada y se pasmó; pero estuvo ahí, había qué caminar, quién sabe a donde, pero caminar.
Las crisis por causas no políticas necesitan de sensibilidades políticas. Y el escenario más adverso ocurre cuando los funcionarios tienen que gastar las primeras setenta y dos horas de los accidentes sólo dando explicaciones o acusaciones. Los terremotos de 1985 llevaron al presidente De la Madrid a decisiones erradas en el escenario sucesorio de 1988 y la disidencia del PRI reventó la ruptura en el partido con la separación de Cuauhtémoc Cárdenas. La élite gobernante supo entender el desafío social de los terremotos y construyó decisiones que regresaron la iniciativa, el poder y el control al gobierno federal.
El saldo apretado de 1988 tuvo a la sociedad del terremoto como activa contra el régimen priísta, no determinante, pero sí importante.
POR CARLOS RAMÍREZ
@carlosramirezh




