Escucho el paso raudo de los carros en la calle, hacen un alto en el camino que llega a la esquina y se marchan. Luego vienen otros y otros en lo que la vida sigue. Me pregunto: ¿Qué pasaría si de pronto todo esto se detiene.
La civilización tiene esta vieja herramienta en el cerebro que sin saber, con la pura intención, somos capaces de andar de un lado para el otro. Y sin embargo la mayor parte de las cosas y los hechos nos pasan desapercibidos, no escuchamos sino aquello en lo que nos concentramos. Cada cual está a cargo de su propia confusión.
De niños nos calzamos los zapatos al revés. Ignoramos lo importante que es el pie derecho o el izquierdo, ni pensamos en alguna incomodidad al ponerlos. Aprendimos en automático por modelación y hay partes del cerebro que nos dirigen hacia aquellas objeciones que no podríamos alcanzar normalmente si no tuviésemos intención o interés de alcanzarlas por cuenta propia. Ese es el juego de la voluntad traidora, el juego de la vida misma.
Sentimos dolor y queremos que todos lo sientan, y no puede ser así. La gente es capaz de sentir en carne propia y nadie experimenta en cabeza ajena. Somos egoístas, interesados y ambiciosos. Bien podríamos quedarnos sentados a esperar morir tranquilamente hasta que el cuerpo seque, pero tampoco es así. La misma esquizofrenia tiene esa intuición del subconsciente trabajando y aprende algo que nunca olvida aún cuando esto sea el olvido mismo.
El día puede estar muy oscuro y nublado, nuestra mente puede pintar el mundo multicolor y en el momento de probar habrá quien por alguna razón esté de acuerdo con nosotros, pero el día por lo contrario llueve.
La cortina se mueve y filtra el aire contaminado, cansado y sucio de tanto dar vueltas por el mundo. ¿Por dónde habrá pasado con su frío remiso y anticipado?
¿Qué cuerpo en cuál crepúsculo se cubrió con otro cuerpo en las tardes? Cuando uno imagina recrea lo que existe. Aún en la imaginación más eficaz la información no viaja a lugares remotos en el vacío de la nada, en la inmovilidad y la soledad eterna de las sombras. La nada literal realmente existe para que haya en la vida un elemento al que aferrarse por último en la vida.
Nos dicen algo y lo creemos, pero nuestra mente tiende a comprobar, a buscar la certeza y la próxima vez que hablas es para expresar de un modo muy distinto lo que escuchaste. Eso completa la información.
Lo más grande del mundo está construido por los pedazos de muchos, cuyo cerebro deliberado y absurdo, terco e intuitivo fue capaz de creer.
Cualquiera falla, al no detener el tiempo por completo, se da como una distracción, pero es un error también el no moverse a cada instante. No tener a dónde ir y no tener a quien encontrar en el viento.
Uno cruza el día como regalo de juguetería. Agradece las muestras de afecto que salimos a buscar y ya satisfechos buscamos con quien conjugar las ideas locas que de pronto son una manera de ser y coexistir en el planeta.
Afuera- donde escuché el paso de los carros- hombres ataviados de indígenas inician el repicar del ancestral tambor. Pienso en ello. Los imagino hace muchos años haciendo lo mismo con mayor profusión. Recreo el tiempo aquí, dibujado en libros de texto en aquel tiempo detenido. ¿Por qué se detendría? Poco a poco el sonido se aleja al pasado, el tamborileo se esconde en su mutismo natural para aparecer de nuevo, listo para otro tiempo del tiempo.
Me veo en el reflejo y concibo escribir este texto. Tal vez a alguien sirva saber la absurda reflexión en medio de la total confusión del momento. Un instante en el cual sólo escucho el paso de los vehículos.
HASTA PRONTO.
Por CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA




