La memoria es la ruta de los recuerdos. Ahí está todo, baste removerlos, remojarlos, o ponerlos al sol para que los vean. Está lo que pensamos alguna vez y lo que no pensamos. La mente aunque no se engaña se presta el juego de las ilusiones perdidas.
Adentro en la memoria crecen seres extraños. Indudables personajes nunca imaginados ni vistos por nosotros sino por otros que los describieron. Están las palabras que no dijimos o que hubiésemos dicho sin descargo, pero que otros dijeron. Está lo negado muchas veces. La negación única que dolió tanto. Está la mentira que no se ha descubierto.
En la memoria se guardan los objetos que aún viajan en las manos invisibles, hasta que el tiempo los rompe, los cambia por un traste o por un mullido mueble en la esquina favorita de la vida.
En la memoria están atrapados los renglones que no borramos, los garrafales errores. Las torpes justificaciones frente a un pelotón de soldados o frente a un salón de clase vuelven a juntarse una tarde. La memoria reconoce la primera y la última vez pero recuerda la que quiere. Después suele recordar todo, cuando ya es tarde.
De a poco se pierde la memoria como se pierde la vida y queda lo que queda. Nadie elige el momento afortunado para recordar. Trasciende la foto más sencilla, la que nadie tomo en un salón principal, en un bar, en el sitio más incómodo para estar. La memoria se nutre sola y elige la mirada que ve a otra, el acontecimiento tenue en el que nadie habla por temor a olvidar.
La memoria recuerda cuando ve una escena parecida a otra y actúa en consecuencia. Se puede seguir la pista y notar el engaño de la vida al hacernos creer que no es una misma. La vida entonces siendo la misma nos lleva en el mismo instante al mismo lugar de todos los sitios imaginados. Y despertamos.
Es de suya la biblioteca de lo que oímos y lo que leímos, aquello que nos preguntaron y no supimos. En la memoria está el hueco habilitado para el futuro. Hay tres puntos y seguido en el guión infinito del universo.
La memoria es la terraza de casa desde donde se ve la ciudad intocable e inanimada. La ciudad de otros con sus historias en la memoria colectiva. El nombre, las fechas erróneas, y la ciudad nuestra desnuda de pies a cabeza.
En las paredes hay memoria de quienes pasaron con el alma en un hilo, corriendo por los años, por los cumpleaños y el regalo. En cada célula hay un sujeto distinto al sujeto que corre. Somos los otros pensando, haciendo preguntas cuerdas o crueles, innecesarias como para una sobrevivencia. Somos todos los olvidados del mañana, a quienes nadie recuerda. Desde la memoria se permite decir algo al que escuche, al que no es estuvo frente al espejo roto aquella mañana. Los que estuvieron confirman el engaño al aceptarlo de nuevo.
La memoria la inventaron los que se asustaron de su huella un día muy temprano. Eran los únicos en el mundo y nos seguimos espantado. No somos aquellos sino una parte, la más amable. Dijimos.
Hay memoria escondida por completo. En alguna cueva encontraremos el papiro con el nombre de todos describiendo qué somos de uno por uno o de dos en dos. Estará con el fútbol del futuro ahí guardado sabiendo el marcador, como si eso buscásemos. Estará el sueño resuelto, el de todos, y la memoria correcta que nos desdibuja cuando realmente se recupera la memoria.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA