De manera sorpresiva y acicateado por el resultado electoral real, el presidente López Obrador adelantó la agenda, tiempos y circunstancias de la elección presidencial de 2024 y dejó entrever los indicios de que el proceso de sucesión será igual al de los tiempos del viejo PRI.
En este sentido, habrá que desempolvar la retórica y la narrativa del lenguaje subliminal y directo del formato de las sucesiones presidenciales pasadas, sobre todo del largo ciclo 1917-1994. El PAN en la presidencia en 2006 y 2012 no pudo utilizar el mecanismo priista de sucesión y los presidentes salientes no pudieron poner sus candidatos y en el 2012 el PRI regresó a los pinos.
En este sentido, conceptos como tapadísimo, lista, suspirantes, dedazo ungimiento, cargada, señales y lenguaje corporal tratarán de acomodarse hoy a un tiempo político diferente, sobre todo con
la deficiencia que tuvieron Fox Calderón y Peña Nieto: la ausencia de un partido político estructural y de Estado, con capacidad organizativa de sectores, clases y militantes. Hoy Morena tampoco es el PRI.
Quedará por aclarar el problema actual: el presidente López Obrador perteneció al grupo disidente que en 1987-1988 provocó una profunda crisis política dentro del PRI ante la demanda de Cuauhtémoc Cárdenas de llevar la designación del candidato a una elección democrática abierta para terminar con el dedazo, a través del cual el presidente saliente señalaba con el dedo a quién debería ser el candidato oficial y su sucesor en la presidencia.
El ciclo de ese grupo se estaría cerrando con el regreso al mecanismo presidencialista cerrado como el acto supremo de poder del presidente en turno: designar al candidato de su partido y usar todo aparato de poder del gobierno para convertirlo en su sucesor en la presidencia. No tuvo mucha repercusión, pero en el 2006 el entonces exjefe de gobierno capitalino y candidato presidencial perredista López Obrador pronunció las palabras que resolvieron la candidatura a la Jefatura del Distrito Federal: “yo creo que el candidato debe ser Marcelo”.
Y lo fue.
El mecanismo de sucesión presidencial fue elevado a la categoría política de aparato de poder por Francisco I. Madero, uno de los ídolos políticos del presidente López Obrador.
En 1908, Madero publicó su libro La sucesión presidencial en 1910. El Partido Nacional Democrático y su contenido fue un programa anti reeleccionista contra Porfirio Díaz, pero a partir de un esfuerzo analítico que la ciencia política mexicana aún no le ha reconocido: la categorización del concepto de sucesión presidencial como parte del funcionamiento del sistema político mexicano.
Madero criticó el poder absoluto de Díaz y a forma en que se autonombraba candidato. Señaló que se trataba de una sucesión porque una persona trasladada el poder a otra seleccionada por el mismo, sin pasar
por mecanismos democráticos. Madero creó la categoría politológica de sucesión presidencial en un presidente que se designó candidato a sí mismo diez veces.
En 1910 previó Madero el agotamiento del mecanismo sucesorio dentro del grupo dominante, porque el presidente Díaz personalizó el poder presidencial al grado de –modelo Pareto– obstaculizar la circulación de las élites.
Sin candidato a la vista y rechazado el cargo por Limantour, Díaz tuvo que auto designarse candidato a los 80 años de edad.
La estructura de sucesión presidencial es, en realidad, la definición misma de presidencialismo mexicano absolutista: el presidente en turno gobierna su sexenio sólo para tener la capacidad de tener un sucesor, escogerlo sin oposiciones internas dentro de su grupo de poder y hacerlo ganar.
POR CARLOS RAMÍREZ
@carlosramirezh