20 abril, 2025

20 abril, 2025

La sociedad de las hormigas mantequeras

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Abajo de una tabla, cerca de un portón de fierro, descubrí la ciudad. Sobre la tabla hay minucias no fáciles de nombrar. Pedacillos de papel húmedos entre delgados silencios de caminos, veredas enlazadas que van a refugios subterráneos. Hay hojas secando al sol, ignoro si a propósito de las hormigas, que sirven como camuflaje a la entrada del estupendo lugar.
Es la ciudad de las hormigas mantequeras. Por ahí pasan otras de distintas especies. Ellas son de las más pequeñas y por motivos que desconozco nunca se juntan ni hacen fiestas con otras, ni van a la misma iglesia, tampoco se pelean con ellas. Son amigas de las poderosas hormigas coloradas y pican como ellas si se ven amenazadas. Dejan roncha.
Pasan y pasan incansables durante todo el día antes de la lluvia, de pronto desaparecen de manera espontánea. Alguien les habla con suficiente autoridad y ellas obedecen ciegas. Llevan su carga en la espalda según la necesidad y el apremio. Hoy llevan comida, mañana palitos para fortalecer sus casas. Todo eso antes de la lluvia o del hambre, antes de una masacre causada por la pisada de un hombre.
El complejo está rodeado de un bosque cuyas ramas rebasan el pasto. La tabla, me he fijado, tiene agujeros perfectos hechos por la polilla donde nadie había visto. Me siento como un transeúnte inesperado y grotesco viendo por la ventana a ese mundo distinto
al nuestro. Debo ser cuidadoso de no pisarlas en lo que tampoco sé si una de ellas, la que menos piense, pueda picarme.
Una parte de la raida madera hoy es tierra suave, esponjosa, por donde circulan a diario por millares. Hicieron un montículo que sirve como una barda y a la vez escondite de las guardias que no dan tregua en la vigilancia. De seguro me vieron, y sin embargo aguardan antes de aventarse un tiro conmigo. En cambio fingen no pelarme, me saben algo y me creen inofensivo. Tienen razón en todo caso. La ciudad parece vieja. Pues hay vestigios de construcciones anteriores, tierra endurecida y edificios en mal estado. Hay ruinas que no derriban tal vez por respeto a sus antepasados. Y también hay terrenos baldíos y aplanados que lo más seguro he pisado sin querer yo mismo.
Cada hormiga se ocupa de una cosa en lo particular y entre todas parecen hacer lo mismo, pero no se equivoquen. Cada una piensa distinto. Hay ingenieras constructoras, obreras, cocineras de la reyna, abogadas y sepultureras. No vi ninguna huevona.
Veo analogías con mi ciudad y busco despacio hormigas contradictorias y encontradisas, titubeantes, que pudiesen parecerce a mi. Será difícil en ese sitio mínimo y mítico, tan parecido al nuestro, evadir las semejanzas dados los trajines y las chingas que llevan trabajando. Estoy encima de ellas pero como si estuviese abajo. Me reprimo y limito yo mismo, en vez de grande me siento pequeño ante la magnitud de ese tremendo universo.
Me pregunto si las hormigas eligen a sus gobernantes y si la reyna fue impuesta o heredó el cargo. Puede que sea una farsa en el silencio lleno de posibilidades con que se mueven y hacen las cosas. Como sea que fuere su organización como la de otros animales difieren con mucho a la de nosotros los llamados seres humanos. Permaneceré atento a ver si descubro algún fraude. Todo es posible en esta tierra. También me pregunto si habrá artistas que pinten el mundo como realmente es y no como ellas lo miran. Quien sabe.
Estoy aquí desde temprano y el tiempo empequeñecido se hizo tarde. Comienza a oscurecer en el cielo plomizo. Parece que lloverá. El cielo se está nublando. Me meteré a sus calles para resguardarme. A lo mejor tienen una biblioteca, historiadores, cronistas que me platiquen su vida para comprenderla. Posiblemente me permitan investigarlas. No lo sé. Despacio o apurado, como usted guste aquí les iré platicando.
HASTA PRONTO

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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