A fines de 1875, cuando el presidente de México, Sebastián Lerdo de Tejada inició una campaña de propaganda para buscar su reelección.
Por ello, el 10 de enero de 1876, el ameritado general Porfirio Díaz Mori, lanzó un plan “anti reeleccionista” en la de Villa de Ojitlán de San Lucas, Distrito de Tuxtepec, Oaxaca.
Díaz había sido uno de los militares más destacados de la resistencia republicana contra la intervención francesa y el imperio de Maximiliano.
Al término de la guerra quiso contender en los comicios presidenciales, pero no pudo superar el prestigio de Benito Juárez.
De ahí que cuando éste se reeligió, Díaz se pronunció en su contra, pero la muerte del presidente le había quitado la bandera de rebeldía.
Bajo el lema de la “no reelección”, realizó una campaña por el noreste del país, en espera de la adhesión de los caudillos regionales, como el gobernador tamaulipeco, Servando Canales y otros personajes sobresalientes, como el potosino Carlos Diez Gutiérrez.
Este último jefe operaba a favor de Díaz, con quién había participado en 1872 en el movimiento de la Noria.
El héroe del 2 de abril contó con el respaldo de la Iglesia Católica, que se había visto afectada por las medidas de Lerdo de Tejada.
Así dio comienzo la Revolución de Tuxtepec, la última guerra de importancia del siglo XIX en México.
A inicios de la campaña, las derrotas que Díaz y partidarios comenzaron a sufrir no se hicieron esperar, luego que el ejército permanecía fiel a Lerdo.
Mariano Escobedo, derrotó el 10 de marzo de 1876 a Díaz en Icamole, Nuevo León.
Tras esa derrota, los lerdistas estaban seguros de su victoria sobre los tuxtepecanos y disminuyeron la actividad militar en el país, sin embargo varios jefes continuaron la lucha.
El 21 de marzo, Díaz modificó el Plan en Palo Blanco, municipio de Matamoros, Tamaulipas, con el objetivo de ganar partidarios.
A mediados de abril corría el rumor que Porfirio marcharía con sus fuerzas rumbo a la Huasteca potosina, sin embargo, decide irse a Cuba para conseguir recursos para continuar la campaña.
Estalla guerra en huasteca potosina y tamaulipeca
El 5 de marzo de 1876, en la hacienda de Buenavista, jurisdicción de Valles, se levanta en armas en apoyo al Plan de Tuxtepec, el doctor Ignacio Martínez Elizondo.
Su proclama fue: “Vuelve en ti, ¡Ultrajado pueblo! y no permitas más que exista el que te abofeteó, cobarde; ese era Lerdo…”.
El 26 de mayo de 1876, Diez Gutiérrez atacó Tula al mando de 200 hombres.
Después de media hora de combate, los soldados “lerdistas” al mando de un tal Gudiño fueron derrotados, por lo que fueron perseguidos por los sublevados hasta las calles de la ciudad, atrincherándose en la torre y en la plaza de toros.
Después de dos horas de reñidos combates, ambas fortalezas son rendidas.
El día 30, el doctor Ignacio Martínez entró a la ciudad con 300 hombres procedentes de la sierra.
El 1° de junio, Carlos Diez Gutiérrez y el doctor Martínez salieron rumbo a Valle del Maíz para amagarla.
Se calculaba que la fuerza de rebeldes era de 800 hombres, pues se le unieron muchos durante su estancia en Tula, incluidos los prisioneros lerdistas.
El 4 de junio a las tres de la tarde, las fuerzas del gobierno al mando del coronel Ornelas retomaron la plaza, huyendo Martínez rumbo a Santa Bárbara,pero a una legua es alcanzado y se le desbanda la infantería y caballería, tomándole varios prisioneros, salvándose el doctor, su hermano y otros jefes y oficiales.
Entra a escena
Juan Cortina
A fines de mayo de 1876 el general tamaulipeco Juan Cortina se encontraba en Azcapotzalco, Distrito Federal, y desde ahí lanza una proclama en pro de la revuelta de Tuxtepec, y se une a los alzados que operaban en el sur, sufriendo una derrota en Ajuchitlán, Guerrero, por lo que decide replegarse al norte.
La actividad de los movimientos porfiristas invadiendo y amenazando el Estado potosino por diversos rumbos, demostraron que el punto de mira de sus combinaciones era esa entidad. Así lo demostraba la presencia de Juan N. Cortina y Luis P. Figueroa en dirección a San Luis por el camino de la sierra, pues según los lerdistas, eran movimientos que indicaban que la entidad era punto de reunión para organizar una fuerza respetable que invadiría los estados del interior para poner en jaque al gobierno central.
Cierto es que las fuerzas federales con los triunfos obtenidos en Icamole, Ajuchitlán y Tula, vinieron a desbaratar tan hábil combinación.
Los restos de fuerzas rebeldes derrotadas en Ajuchitlán al mando de Cortina y Figueroa, aparecieron por San Ciro, en el partido de Rioverde, y allí se le unieron diversas gavillas que merodeaban.
El gobernador potosino, Pascual M. Hernández, dispuso una columna de fuerzas locales al mando del visitador de partidos de Oriente, coronel Jesús Álvarez, marchará a su encuentro y después de una feliz correría que realizó este valiente jefe, penetrando por la sierra de Querétaro, logró dispersarlos, tomando el camino de Tamaulipas por la Huasteca.
Juan Cortina quiso
cruzar por N. Morelos
Los rebeldes al mando del afamado Juan Nepomuceno Cortina y del general oaxaqueño Luis P. Figueroa pretendían cruzar a Tamaulipas por el camino que procedente de Valles, pasaba por las rancherías de Puerto de las Animas y Santa Cruz del Toro en la jurisdicción de Nuevo Morelos.
Sus tropas, según los periódicos de la época, se componían de 89 hombres de tropa, y habían invadido la región quizá en apoyo a los rebeldes tuxtepecanos de Carlos Diez Gutiérrez.
Apenas libres de la tenaz persecución, los rebeldes de Cortina se hallaban durmiendo en el rancho El Limoncito, cuando el activo y entendido jefe político del Valle del Maíz, don Amado Semisson, los sorprendió la noche del 10 de junio de 1876.
Poco pudieron hacer los tuxtepecanos, pues el fuego era muy nutrido, que no cesó, no obstante no haber hecho defensa alguna.
El parte oficial dijo que ahí quedaron muertos el coronel Fidencio Caballero, los capitanes Estrada, Carrasco y Pedro González; el subteniente Pascual Villavicencio y el comandante Víctor Ocampo; quedando heridos Carlos Ortega, Manuel Mercado y tres soldados, que fueron hechos prisioneros al igual que el licenciado Manuel Mendiolea, coroneles Nicolás Caldera y Francisco Neira del Pozo; capitán Anselmo de la Rosa, alférez Daniel R. Pancardo, subteniente Julio Herrera, algunos oficiales más y soldados de tropa, así como algunos criados.
A los prisioneros se les quitaron sus caballos y objetos de su propiedad, y fueron conducidos de una manera cruel a Ciudad del Maíz, donde el hecho causó una consternación general y las principales familias y demás clases de la sociedad, se prestaron a hacer menos dolorosa la situación de los prisioneros.
Amado Senisson, jefe político de Ciudad del Maíz en 1876, recordaría años después que sus exploradores en la Huasteca le informaron que dichos “titulados” generales iban rumbo a Tamaulipas al mando de una tropa de 45 jefes y oficiales, y una escolta de treinta y tantos hombres.
Para enfrentarlos solicitó el apoyo del teniente coronel Jesús Ornelas, jefe de la columna expedicionaria que operaba en ese rumbo, quien de acuerdo a su declaración se lo negó en vista que sus hombres estaban fatigados por la penosa campaña que acababan de realizar sobre la Huasteca y Tula.
Senisson dijo que, ante la negativa de Ornelas, decidió combatir al enemigo, por lo que acompañado por su secretario Benigno Fuentes, salió al mando de una columna integrada por 39 guardias civiles, 15 gendarmes a caballo, bajo las órdenes del teniente Vargas, y 5 policías de la jefatura política a su cargo.
En la hacienda de Minas Viejas, a 15 leguas de la cabecera de Ciudad del Maíz, fue informado de que los tuxtepecanos se encontraban en el El Limoncito, ranchería situada a escasos kilómetros al sur, en los límites con Valles. Antes de llegar a ese punto, reorganizó sus tropas para evitar ser sorprendido por los rebeldes y las dividió en tres secciones.
Luego de media hora de combate sus hombres ingresaron al corral del rancho, donde el enemigo se rindió a discreción.
Consumada la victoria, Senisson ordenó tomar prisioneros. y recoger los caballos y el armamento de los vencidos, en lugar de perseguirlos en su huida.
Justificó su conducta afirmando que lo escabroso del terreno y la fatiga de sus hombres hicieron imposible la persecución, por lo que decidió regresar a Ciudad del Maíz, “centro de operaciones de las fuerzas del Estado”.
Sin embargo, fue informado de que Luis Castro se dirigía a la hacienda de Gallinas con doscientos hombres en busca de Cortina y Figueroa para integrarse a sus tropas.
Al parecer olvidó el cansancio de sus fuerzas y lo abrupto del terreno, pues dejó a los heridos de gravedad a cargo del juez de la fracción de Minas Viejas y ordenó tentar a la infantería para dirigirse a ese punto.
Por Marvin Osiris Huerta Márquez